por Félix de Azúa
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Head of the plaster effigy of Jeremy Bentham, constructed around his skeleton and dressed in his clothes, which is kept in the South Cloister of University College, London.
Y en efecto: ahí está el noble Bentham.
Su sombrero de paja.
La chorrera de plisado encaje, unos cabellos blancos
rozan el cuello de la camisola.
Muy parecido a Franklin, de perfil.
Ahí está su esqueleto revestido de una carne postiza
que nada tiene que envidiar a su carne real.
Sobre todo si pensamos que la carne de Jeremy Bentham
debe, en este momento, taponar una barrica de whisky.
Un hombre satisfecho de sí mismo y que legó su cuerpo
por propia voluntad (by his will) a esta Universidad.
Menospreciaba la religión y la poesía (misrepresentations,
decía, inclinando su cabeza bondadosa).
¿Y esta inmortalidad, digo?
Así fueron los racionalistas, así fueron los materialistas.
Nos legaron fantasmas como éste: cadáveres vivientes
recluidos en el siniestro claustro de un colegio británico.
Otros, más exaltados,
permitieron que su cuerpo siguiera el camino prescrito
y decían: Nuestras extravagantes opiniones metafísicas;
baratijas colgadas del cabezal de un lecho,
donde agoniza un niño mortalmente enfermo.