miércoles, 27 de noviembre de 2013

Muerte y vida de Catulo entre nosotros

por Agustín Abreu Cornelio
(Texto leído en la presentación de la segunda edición 
del poemario Muerte de Catulo, de Marco Murillo; 
y publicado en el número IX de la revista Monolito,
y en el número 4 de Tropo a la uña)

Pareciera que algunos poetas han estado siempre allí, que la historia se hubiese echado a andar por el peso de sus palabras. ¿Qué hubo antes de Homero en ese mar que hoy llamamos Mediterráneo? Indudablemente mujeres y hombres que vivieron, odiaron y amaron, pero que hoy ceden su lugar al de los pies veloces, al domador de caballos, al fecundo en ardides. Todo el universo arde y renace constantemente, y los poemas no pueden sino dar testimonio de que algo debió recordarse. Ponen una marca en la trayectoria del olvido: lo hacen interponiendo signos, palabras, metáforas, ante lo que no puede recuperarse. “Se canta lo que se pierde”, escribió Antonio Machado con razón plena.
La obra de Gayo Valerio Catulo, lo mismo que la de autores más recientes o más antiguos, persiste como un monumento a lo que el tiempo nos ha arrancado de las manos. Sin embargo, las palabras del poeta latino, tan llenas de nada, sólo indicios de lo que fue su atormentada vida, lucen ante nosotros como una invitación a la pasión propia. Es decir, el poder de la poesía reside en invertir la pérdida, en hacer del olvido una acción creativa. Marco Antonio Murillo, en Muerte de Catulo, describe de gran manera la naturaleza del fenómeno poético:
Pero algo oculto, cierta cosa olvidada,
acaso pueda recordar
que alguien habitó lo que ahora es inhabitable. (31)
El mencionado libro de Murillo no es únicamente un homenaje al gran poeta latino, también es una exploración de la poesía desde los dos extremos que le conceden existencia: el del poeta y el del lector, siendo que la más fecunda relación de ambos elementos es aquella en la cual el lector se ve urgido de volverse creador. Síntoma de esto es que Murillo decidiera finalizar cada poema con dos puntos, en vez del punto final; ello podría interpretarse de dos maneras: como una indicación del estrecho vínculo que une un poema con otro, pero también como una oportunidad para que el lector imagine aquella consecuencia de lo que el poema plantea. Dos puntos que abren el texto.
Pero no me refiero solamente a la lectura creativa en la que el lector va poniendo de sí, de su experiencia vital para actualizar las imágenes y metáforas que el texto le concede; sino primordialmente a aquella la ocasión en la cual el acto de leer obliga al lector a enfrentarse a una hoja en blanco para dar constancia de las propias pérdidas. Desde el segundo poema de la primera sección del libro, el cual se abre con una famosa línea de Virgilio: “Oscuros en la solitaria noche” (12), hasta aquel “soneto en prosa hecho mediante la combinación de 13 versos de distintos autores” (28), Muerte de Catulo se convierte en una defensa de la apropiación lectora:
¿Qué diría el César si supiera que tus poemas son plagio de otro poeta más antiguo que las antologías?
¿Qué diría si supiera que mientras Lesbia transcribía cada uno de sus versos, tú sentenciabas al fuego cualquier rastro de tu anónimo colega? (29)
De esta manera, el poema que Marco Murillo nos concede se presenta ante nosotros, lectores del siglo XXI, como un espacio de la “ahoridad” que Haroldo de Campos exigía para la poesía contemporánea. Si bien el libro se encuentra lejos de los poemas concretos, sí atiende a aquel postulado de Campos que exige romper la orientación lineal de la tradición para que el poema sea un eterno presente en el cual conviven poemas de distintas épocas, pretendiendo romper de esta manera con el determinismo histórico (De Campos 47). Ya el primer poema de la serie “Pobre Valerio Catulo” describía el brindis en el cual se han de mezclar los licores con la sangre al romper las copas que los contenían. En el caso de Murillo hablamos no sólo de la poesía de Catulo y Virgilio, sino también de Quevedo, Sor Juana y, sobre todo, Rilke.
Podría sorprender el hermanamiento en Muerte de Catulo del poeta germano con el latino, del poeta purista con el exaltado autor de epigramas. Mérito de Murillo es hacernos recordar que ambos coinciden en el trabajo de la palabra, en la búsqueda de la belleza, en el conocimiento de que la belleza, como la felicidad, es inalcanzable y, por ello, terrible. Pero sobre todo, en la plena conciencia de saber que es la pérdida lo que persiste en el canto. “Aprende a olvidar que tú cantaste”, recomienda Rainer María Rilke a un muchacho enamorado, en el tercero de sus sonetos a Orfeo, “esto no es tu amor” (Rilke 25).
En cuanto al poeta latino, famoso es aquel poema en el cual cantó la muerte del gorrión que tanto hizo sufrir a su amada Lesbia. Pero más interesante, en la ocasión de este escrito, es la particular visión que de la poesía de Catulo se presenta en el libro de Murillo, quien pone énfasis en la lucha agónica que sostiene el poeta con la escritura, cuyo instrumento llama con gran coherencia “lanza de doble filo”. Lucha que sostiene contra el morir y olvidar constante, como contra el ángel de Rilke:
lanza de doble filo, escribí
para luchar por la vida, hoy renuncio a este combate,
la victoria fue mi derrota frente al tiempo (Murillo 20)
Sea quizá esa expresión del tiempo, del ser en el tiempo, aproximación a la poética de Rilke, lo que mejor realizado está en Muerte de Catulo. No buscar la conservación, el honor propio, si hasta los imperios caen –como se señala en el poema “Roma, 476 d.C.”–; sino entregarse a la pérdida de la voz propia: “Más que esta ciudad arrasada, me conmueve que escribas en el aire” (18). El fluir, representado en el poemario por el aire lo mismo que por el río Tíber, es símbolo del tiempo cuyas aguas “intactas casi” (13) corren sin encontrar desembocadura; fluir en el cual somos nada, aunque nuestras palabras sí puedan persistir cargadas con olvido con su irrevocable pérdida.
Borges escribió en un breve poema “La meta es el olvido”. En esa entrega desinteresada es en la que Marco Murillo parece haber sido empujado por la poesía: en reconocer la valía de sus ruinas, en soplar la ceniza hasta que arda todo lo que de carbón hay en ella. La poesía, y él lo ha escrito en el poema “Las palabras y el fuego”, no es una decisión de vida, es simplemente vida; espacio que habitamos aunque no nos brinde refugio, como lo ha escrito él también en el último poema del volumen.
“Se canta lo que se pierde”, escribió Machado. Habría que leer los versos de Muerte de Catulo al amparo de dicho pensamiento para comprender cuánto promete la poesía de Marco Antonio Murillo. Estos, por ejemplo:
Tuvo un castigo más terrible y más perenne que Prometeo:
El olvido. (34)



Obras citadas

De Campos, Haroldo. De la razón antropofágica y otros ensayos. Trans. Rodolfo Mata. México: Siglo XXI, 2000.
Murillo, Marco Antonio. Muerte de Catulo. Puebla: Rojo Siena, 2013.

Rilke, Rainer María. Sonetos a Orfeo. Trans. Otto Dörr Zegers. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 2002.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Óscar Oliva: Premio Internacional de Poesía Ramón López Velarde 2013

El lunes recibí la buena noticia de que la Universidad Autónoma de Zacatecas había concedido el premio mencionado al poeta chiapaneco Óscar Oliva, mismo que han recibido en anteriores ocasiones Jorge Boccanera y Coral Bracho.
La mejor manera de celebrarlo es, siempre, acudir a la obra misma del poeta. Aquí dejo un poema de su libro Lienzos transparentes e incluido en la antología Sin lugar para la ternura.

*

"Llego a los límites del lenguaje donde se pierden para siempre
las horas. El país de los caballos es el campo solo.
Los árboles, en el vicio de los nidos, ya no podrán crecer
más. Digo a mi mano que se detenga. El colibrí no da
sombra. Rescribo el jadear que no se oye.


¿Quién me dicta? Soy esa úlcera debajo del labio que no sabe de
legitimidad, porque es perversa cualquier escritura, incluso
aquella del arado en el surco. Aquella sin tierra y sin historia.


¿A qué letra conceder estos labios? Todo está revuelto en mi vaso.
Es tarde para regresar. Es tarde para salir de la humedad de mi madre."



En las escalinatas del templo las putas sagradas.



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