por Magali Tercero
(publicado en "Laberinto",
suplemento cultural de Milenio Diario)
Existe un Julio Galán imposible fijado para siempre en la imagen fotográfica donde, aún bello y joven, abraza a un muñeco-niño un instante antes de besarlo en la boca. Graciela Iturbide es la autora de esta fotografía abierta y sutilmente transgresora a la vez, donde, para quienes conocen la obra del pintor, pareciera revelarse una de las identidades centrales de este solitario hijo de Múzquiz, Coahuila, nacido en 1958 y tempranamente proyectado como un artista único en la internacional escena neoyorquina de los ochenta. En sus cuadros los muñecos, que casi eran sus hijos (Morelio era el preferido), protagonizan, repitamos el adjetivo, imposibles cenas o elegantes bailes. Por ellos, nosotros, los que nos apasionamos con el Julio Galán de genial intuición artística, con el Julio Galán conocedor de la pintura clásica, el arte popular y el barroco mexicano, por ellos, por sus muñecos, por sus pájaros atrapados, por sus cristos desolados acudiendo a otros cristos, por sus autorretratos, por sus niños de traje rojo y por sus signos secretos, nosotros, los admiradores sin remedio del Julio Galán de refinada técnica pictórica y valientes soluciones plásticas, sabemos de su infancia siempre presente, de su dulce, sinuosa, abigarrada, cruel manera de atravesar los inclementes paisajes, así parecía verlos, de la vida real.
¿Quién era Julio Galán? Obra y personaje se fundieron todo el tiempo, e incluso durante sus noches solitarias Galán vestía disfraces de su invención y hacía desfiles de modas para los cientos de muñecos de la colección adquirida con los anticuarios de Monterrey, Guadalajara, París y Nueva York. “Mi obra es un psicoanálisis”, dijo alguna vez, “refleja mi interior, es como un eco del pasado en mi memoria. También revela mis pensamientos secretos, mis deseos, mis miedos, el dolor y la muerte. El medio de la pintura me dio todas las posibilidades para explorar mi propia identidad, de seguir el anhelo existencial de reencontrarme conmigo mismo”.
“Era mucha la violencia”
Tal vez porque al final máscaras y disfraces terminan mostrándolo todo, no falta quien hable calurosamente sobre un “Julio” entrañable, casi amigo, como ocurre en algunos blogs o en el propio recinto de la exhibición donde, hace poco, una empleada preguntaba si se había terminado el catálogo de “Julio” sobre la retrospectiva itinerante del Antiguo Colegio de San Ildefonso organizada como homenaje póstumo por el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO). Pero, volviendo a la infancia, en una entrevista de Silvia Cherem contenida en el catálogo, Galán se muestra elocuente respecto a su niñez marcada por un padre a quien llegó a detestar y una madre maltratada, incapaz de expresar amor. “Era mucha la violencia, la traición y el desamor” vividos en el pequeño pueblo norteño donde estuvo hasta los diez años, y donde él se sintió abusado no físicamente sino “del coco”. Cuenta cómo la madre solía jugar a disfrazarse, a ponerse innumerables joyas. Por eso, tal vez, “me gusta ser otras personas, inventar historias e imaginar que no soy yo”. Del abuelo materno, cuenta, heredó el amor por las antigüedades y por lo bello. Y así continúa, refiriendo los sucesos que alimentaron su efervescente, tortuosa, anhelante y dolida imaginación.
En su caso obra y vida son, más evidentemente que en otros artistas, una sola pieza extraordinariamente pulida. Cada cuadro era, así lo pensaba, un capítulo de su vida. En el catálogo su promotor y galerista en Monterrey, Guillermo Sepúlveda, curador de la muestra, cuenta cómo Julio (sí, “Julio”) estalló en llanto después de mostrarle sus primeras obras, a los 19 años. Luego llenaba el vacío pintando otra tela. No bien escribo esto, al teatro de la memoria acuden imágenes de esa madre involuntariamente coautora de su obra, a saber: 1) La madre vestida de china poblana, inmensa y casi majestuosa, junto a un ratón minúsculo en ¡Quién te manda! 2) Un niño abrazando a la madre distante, con garras en lugar de manos, rehusando a corresponderle. Galán se fue a Nueva York en 1984. Ahí le llevó un retrato de su hermana a la diseñadora del vestido usado por la modelo. La mujer compró la obra y muy pronto lo presentó con Andy Warhol, Julian Schnabel y Francesco Clemente, entre otros artistas. La galerista Annina Nosei transformó su vida difundiendo su obra, así como el coleccionista y crítico Francesco Pellizi. Murió el 4 de agosto de 2006, debido a un derrame cerebral. Tenía casi 48 años.
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