martes, 29 de enero de 2008

Los buenos reflejos del Sr. Ende

por Agustín Abreu Cornelio



Michael Ende es el adalid de la literatura fantástica alemana, privilegio ganado principalmente por La historia interminable y Momo, pero el libro del que deseo hablar es El espejo en el espejo, no tan difundido como los dos anteriores. Sería inexacto definirlo como una colección de cuentos, primero porque si bien la mayoría de las partes del libro pueden leerse de manera aislada, hacerlo así supone mutilar impunemente su sentido y su poética. Y segundo porque no todos los textos cumplen con la definición de cuento. Lo más justo sería decir que es un LIBRAZO o, más mesurado, un conjunto de relatos.

La estructura del libro en su unidad se regodea en los conceptos de espejo y laberinto, pues la autorreferencialidad es tal que Hor, ese personaje que en el primer relato se identifica con nosotros mediante una estrategia meramente formal (la permutación entre el narrador en primera persona y el de tercera), termina por ser el lector mismo que mira los textos con la impresión de que ya ha pasado anteriormente por dicha sala, y buscando una pista que brinde una mejor localización nos encontramos con la ausencia de títulos, un anonimato que obstaculiza tanto la identificación como la autonomía, fomentando la apariencia de unidad: sin títulos no hay índice. La existencia totalizadora en el interior del laberinto es ineludible, sea esto por una creación nominativa del narrador/Hor/lector, apelando al recuerdo de ese minotauro que presagia en las primeras páginas: “verás: yo he guardado todo fielmente”, o bien el recurso de la ensoñación –posibilidad que se sostiene en menor grado, pero que convalida la condición fantástica de los relatos.

Lo que priva a lo largo de El espejo en el espejo es la angustia humana manifestada por un lenguaje que se empeña en expandir los límites de la verosimilitud. Ni el tiempo ni el espacio se ajustan a los que cotidianamente experimentamos. Los atajos se prolongan excesivamente, los rodeos se convierten en la ruta crítica, el horizonte parece multiplicar las distancias sobre la superficie de dos espejos confrontados. El universo, por otro lado, se reduce al sitio que un bailarín debe ocupar detrás del telón justo antes de su presentación. La propia forma del laberinto se concibe en sus polos opuestos: es el espacio que se repite indefinidamente, tal la biblioteca de Babel borgiana, y se cumple también en la sencillez de una puerta que conduce a cualquier lugar, según el estado de ánimo de quien lo cruce (una puerta que se abre como un libro y se comporta como tal). Y el tiempo no es aquel de los comentaristas de Heráclito; por momentos comparte la temporalidad en la que Didi y Gogo esperan a un tal Godot, y en otros parece ser una reinvención de la paradoja de los mellizos con la que los físicos relativistas ejemplifican los efectos de los viajes a velocidades cercanas a la de la luz.

Pero si en la obra de Beckett lo que se presenta es la relación de un par de parias olvidados de Dios, Ende muestra las complicaciones del amor de pareja en un escenario fantástico que comparte muchísimas características con nuestras relaciones posmodernas. Así la metáfora del espejo, como la del laberinto en su vinculación con Minos, cumplen su papel de búsqueda del “otro” en quien poder reconocerse: “donde yo soy tú, somos nosotros”, dice Octavio Paz. Contrario a la poesía del mexicano, en este laberinto de soledad exacerbada es un amor que no se atreve a romper las reglas, un amor que se pierde en la duda, que no reconoce al ser amado luego de algún tiempo. Es un amor donde un narrador/Ariadna entrega el lector/Teseo al Minotauro que no lo matará, sino lo asimilará trágicamente con la corrupción espiritual de la sociedad que nos rodea.

Relatos memorables (al prescindir de títulos me limito a una breve descripción): la del nuevo Ícaro que pierde sus alas al ser incapaz de contravenir las indicaciones, la del novio que envejece en el trayecto de alcanzar la puerta de la novia con quien contraerá nupcias, la del actor que espera el vestuario para poder salir a escena, la del mendigo y la reina de las putas… seguramente cada lector tendrá sus favoritos.

miércoles, 23 de enero de 2008

Nuevos afluentes de la poesía tabasqueña

Por Agustín Abreu Cornelio

En mayo de 1970, en Brindisi, Italia, se hizo la noche de la poesía tabasqueña. Había muerto a los 34 años de edad José Carlos Becerra, poeta y único afán renovador de la tradición tabasqueña que se hallaba anquilosada a la sombra de la poética pelliceriana. Sin embargo, esa noche ha comenzado a ver su aurora desde finales de los 90 y hasta la fecha.
Carlos Pellicer es la figura señera de la literatura tabasqueña y no pienso limitar su importancia ni la belleza de su obra; pero luego de la institucionalización de su poesía y que el gobierno del estado propusiera la repetición automática de sus versos por niños de todas las edades, después de que Gabriela Mistral lo etiquetara como “el poeta de América” (y que esta frase se convirtiera, casi, en slogan publicitario), la estética pelliceriana dejó de ser un camino para la creación, no obstante imitadores y poetas menores de buenas intenciones se esforzaran a su vera. José Gorostiza, otro tabasqueño integrante de Contemporáneos, es una figura reconocida en el ámbito literario del estado, pero muy poco leído dada la densidad conceptual de su gran poema. Muerte sin fin es citado y comentado ampliamente, pero es un modelo poético que pocos han preferido. En este artículo me avocaré a algunos poetas representativos de la contemporaneidad de la poesía tabasqueña.
José Carlos Becerra parecía haberse apartado de la sombra de aquél gran árbol selvático que es la poesía de Pellicer. Si bien Oscura palabra aun mantenía una filiación íntima, tanto de tono como de tema (quien no recuerda aquel bellísimo poema de Pellicer: “Hace un momento mi madre y yo dejamos de rezar”), para Relación de los hechos la angustia de las influencias (como la llamaría el teórico estadounidense Harold Bloom) parecía haber sido conquistada. Cómo retrasar la aparición de las hormigas debe entenderse como un trabajo inconcluso, pero muestra el completo abandono de la influencia de Pellicer y la asunción de una voz con características propias. Como ya se ha dicho, la muerte impidió que en un Becerra maduro poéticamente se concretara la ruptura y la renovación de la tradición tabasqueña.
Otros poetas, menos intrépidos que el autor de El otoño recorre las islas, se empeñaron en encontrar una voz propia y no ser simple coro o glosa o nota al pie del también llamado “poeta de la selva”. José Tiquet y Dionisio Moráles son dos poetas que, sin salir de la estética de Pellicer exploraron sus resquicios, lo cual les ha alcanzado para escribir algunos buenos poemas. En Ciprián Cabrera Jasso, un poco más joven que los anteriores, galardonado el año pasado con el Premio Carlos Pellicer Cámara, también es perceptible la influencia del poeta de Contemporáneos. A pesar de tener los tres una obra poética amplia y sólida, su importancia en cuanto a la tradición de la poesía tabasqueña se finca en ser los primeros estudiosos serios de la poesía de Carlos Pellicer, ya que sólo la lectura realmente crítica de una figura de tal envergadura pudo abrir el espacio para el surgimiento de nuevas propuestas.
Un suceso de importancia vertebral en la renovación fue el taller literario dirigido por el poeta ecuatoriano Fernando Nieto Cadena y patrocinado por el Instituto Nacional de Bellas Artes y la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Como era de esperarse, el coordinador se encontraba ajeno a la influencia de Carlos Pellicer, lo cual propició una ampliación considerable de los modelos poéticos al integrar lo mismo a los surrealistas franceses que a los beatnicks, además de otros poetas europeos y sudamericanos contemporáneos. Resultado indirecto de este espacio fue la conformación de una red municipal de talleres literarios que, en el período del gobernador Enrique González Pedrero, creció hasta hacerse estatal; así como la conformación de la Sociedad de Escritores Tabasqueños que, pese a momentos de malsana burocratización y uso patrimonialista, ha conseguido impulsar colecciones editoriales y la creación de premios literarios.
A finales de la década de 1980 se instauraron las jornadas en honor a Carlos Pellicer en la Universidad Juárez, lo cual permitió que autores de otras latitudes analizaran minuciosamente la obra del gran poeta tabasqueño y que dialogaran con poetas locales. Ello coincidió con una relectura de la obra de José Carlos Becerra y la instauración a principios de los noventa de un premio con su nombre, para poetas poetas nacidos o residentes en Tabasco. Llama la atención que Fernando Nieto Cadena, en un ensayo de título “La literatura en Tabasco”, publicado en las páginas de “Unicornio” (suplemento cultural del diario Por Esto!) en 1991, no se atreviera a nombrar a ningún poeta, dedicando la mayor parte del apartado correspondiente a poesía a la obra de José Carlos Becerra y a la tragedia de su muerte.
Esta es la época en que empiezan a publicar los escritores nacidos en la década de 1960. De los cuales voy a enfocarme en cuatro: Francisco Magaña, Níger Madrigal, Teodosio García Ruiz y Jeremías Marquines. Todos ellos comparten el haber participado de la red estatal de talleres, como asistentes o como coordinadores, y tres de ellos se han hecho acreedores del premio José Carlos Becerra.
Francisco Magaña es el mayor de ellos y quien se ha convertido en el poeta tabasqueño más reconocido a nivel nacional. Nació en 1961 en el municipio de Paraíso. El elemento religioso es central en su poesía. Penitencia el mar fue publicado en 1990 por el Fondo Editorial Tierra Adentro; en él pueden encontrarse algunos notables poemas amorosos:
“Y es tu nombre, mujer,
la tierra del silencio. De un silencio luminoso.
Tierra del mundo en este cuerpo. En estos labios.
¡En estos ojos que anochecen!”
Sin embargo, la imagen que presenta del amor es la de un amor sufrido, pareja de la muerte y riesgo que debe correr todo ser humano. Es un amor al que la expresión llega de manera tangencial, pues en el mismo libro confluyen muchos tópicos imbricados de tal manera que no pueden concebirse el amor o la muerte ajenos a una reflexión sobre el lenguaje poético.
En dicho libro se puede apreciar el uso de la metáfora sencilla y de los símbolos de la tradición occidental que viene desde Petrarca. Lo más interesante de este libro es la maestría en la versificación que le brinda amplios registros rítmicos; haciendo también un uso eficiente del encabalgamiento y la puntuación para propiciar un contrapunto entre el ritmo sintáctico y el acentual.
En 1999 Magaña obtiene el premio José Carlos Becerra con el poemario Maitines, el cual toma su nombre de la hora canónica correspondiente a la primera oración justo antes del amanecer. Es un libro bastante heterogéneo que combina el poema en prosa, en verso y el aforismo puntilloso. Este último género, que se mantiene al filo de los otros dos, sirve para introducir rasgos irónicos que critican mordazmente las doctrinas canónicas: “Sin mentiras no se llega al vacío de la verdad”. Es un libro mucho más complejo que los anteriores, ya que en él se hace uso del lenguaje simbólico del catolicismo y del hermetismo de las órdenes monacales, trastornándolos a manera de actualización modernizadora.
En el año 2001 obtuvo el premio Jaime Sabines por el libro Fiebre la piel y adónde la manzana. Libros posteriores son Barra de panteones (2003) y Hábitos (2006). Entre sus últimos trabajos, Corazón de pies cansados es un texto donde se alcanza el tono autobiográfico y se arraiga en la nostalgia por los seres queridos:
“Desnuda bajo su sombra la memoria
inventa el juego que jugamos tristes.”
En este poemario el lirismo se desnuda y creemos ver al poeta en sus últimas consecuencias, aunque sé que la poesía sigue trabajando en él.
Níger Madrigal nació en 1962 en Cárdenas. Su obra ha alcanzado un reconocimiento importante dentro y fuera del estado. En 1994 publicó Artificios de la memoria, nombre paradigmático de lo que son sus temas poéticos principalmente abrevados de la infancia y primera juventud. Es un poemario donde privan los textos cortos y reflexivos, sobre todo aquellos que tienen relación con el problema del lenguaje, los que integran las series “Los signos prometeicos”, “Las pertenencias del nombre”: “De palabras hizo Dios nacerse a sí mismo y después al universo”.
Con La blancura imantada obtuvo el premio José Carlos Becerra. Se trata de un libro asentado firmemente en la estética pelliceriana, que se detiene en la exhuberancia del paisaje tabasqueño para desentrañar lo humano: uno puede imaginar que es el reflejo de sí mismo lo que el poeta ve en la laguna:
“siente su propio ojo
como si fuera el centro del agua vagabunda que lo persigue.”
Es su mejor libro hasta el momento, sobre todo la serie que da título al volumen, en la cual recrea escenas de la infancia llevando a territorios de la poesía los usos y costumbres de la zona rural tabasqueña.
El más joven integrante del taller literario de 1979 ha sido, a la postre, su mejor represente. Teodosio García Ruiz tenía catorce años en aquel entonces y apenas cinco años después obtenía su primer premio de poesía. Ha preferido el uso del versículo en su obra, lo cual le otorga una mayor libertad rítmica para concentrarse en el manejo conceptual, irónico y antisolemne de la palabra. Muy cercano a las posturas beatnicks (Allen Gingsberg, ante todo) y de su maestro Fernando Nieto, no duda en incluir manifestaciones de la cultura popular, tal como lo demuestra el título del libro Yo soy el cantante, que remite a aquella famosa canción de Héctor Lavoe: “Yo soy el cantante / que hoy han venido a escuchar”. Este libro le dio en Tabasco una notoriedad poética que su personalidad pachanguera ya pregonaba.
Un libro que tengo en alta estima es el publicado por el Fondo Tierra Adentro en 1993, titulado Furias nuevas. En él se demuestra el autor como un riguroso maestro de la prosa en poemas como “Relámpagos”, “Furias nuevas” y “La Ajmátova”. El primero de ellos expresa la acción del poeta contra los muros que lo oprimen y limitan, muros que ahuyentan lo que es moralmente desaconsejable, tal como hacer poesía o asumir los placeres de la sexualidad. “Furias nuevas” contiene en sí toda la temática del poemario, incluyendo algunas metáforas como la del dragón que representa la pesadilla colectiva de la modernidad. “Ana Ajmátova” es resultado de lo que en buena poesía se llama una “chaqueta mental”; un enamorado al que las palabras de Ana han conducido al éxtasis, suelta esta imprecación valiéndose de recursos propios de la oración religiosa:
“Ana Ajmátova, triste recurso de un texto febril, bendíceme.
“Ana Ajmátova, dínamo de sueños abatidos por el insomnio, aparece. Ana Ajmátova, cantera de versos ahítos de dolor, sálvame Ana Ajmátova, Ana Ajmátova, Ana Ajmátova.”
El tono coloquial de la poesía de Teodosio García Ruiz ha venido a refrescar la tradición retórica tabasqueña, la cual se iniciara con José Gorostiza y Carlos Pellicer. Pero el poeta ha querido ir más allá y, en 2003, publica Nostalgia de sotavento, libro en el cual se atreve a sacar a la luz de la poesía los acontecimientos de la vida propia, nuevamente muy cercano a la tradición poética norteamericana. Principalmente la relación sufrida con un padre que, como un muro del poema “Relámpagos” de Furias nuevas, siempre buscó desalentar la vocación literaria de su hijo:
“Odio a mis padres
sus inútiles consejos de cuidar el mundo
de no andarse por las ramas cuando suceda el fenómeno
cuando la lluvia no sea más lluvia
que mis brazos caídos
que se levantarán con furia para asir el mundo”.
Jeremías Marquines es otro de los poetas que ha obtenido notoriedad fuera del estado de Tabasco, ya que además del premio José Carlos Becerra ha obtenido el Jaime Sabines y el Efraín Huerta. Es el primer poeta tabasqueño destacado además por su labor académica en el área. Su poesía se encamina hacia los rincones más densos de la expresividad, pues gusta de incluir en sus textos referencias extremadamente cultas como personajes y lugares bíblicos o mitológicos, además de asumir el poema como un palimpsesto que puede recibir cualquier elemento ajeno, ya sea como cita o como pastiche. Esto último puede verse claramente en la serie que da título al libro que lo hizo merecedor del premio José Carlos Becerra: Las formas de ser gris adentro. Dicha serie constituida por prosas congrega fragmentos de los libros sagrados mayas, lo mismo que de Juan Rulfo, Joseph Conrad, Leopoldo Lugones, Juan Carlos Onetti, Juan José Arreola, Edgar Allan Poe y otros.
La segunda parte del mencionado libro, titulada “De las formas del petirrojo”, mantiene el simbolismo que se manejaba en la primera parte pero lo lleva a un nivel más lírico en el cual el petirrojo lo mismo encarna la sensualidad que la poesía. Hay en esta última serie una concepción formal muy clara, aunque atípica, pues el autor mezcla verso y prosa en el mismo poema intentando con ello hacer un contraste entre fragmentos más descriptivos, reflexivos y fragmentos más metafóricos. No hay elementos en este libro que puedan identificarse como vínculo directo con la poética de Carlos Pellicer, aunque tal vez en este caso la agonía se dé respecto de José Carlos Becerra o a la poesía conceptual de Gorostiza.
En estos cuatro poetas la tradición de la poesía tabasqueña ha amanecido y cobrado nuevo vigor, se ha rejuvenecido y abre derroteros para la creación de una nueva generación de poetas que empieza a destacarse: encabezada por Héctor de Paz y Álvaro Solís. Otra cosa hay que reconocerle a estos poetas, y es la descentralización de la creación literaria al interior del estado: Francisco Magaña en Comalcalco, Níger Madrigal en Cárdenas y Teodosio en cualquier café o cantina donde la charla no sea restringida; lo cual ha permitido un diálogo entre distintas concepciones literarias, fomentadas por las circunstancias diferenciales entre la capital y los municipios. Así mismo, la editorial Monte Carmelo fundada por Magaña amplía su catálogo cada vez más, con autores nacionales y extranjeros, y con una distribución que alcanza un público mayor.
Los poetas están haciendo su labor. Solamente hace falta que las autoridades asuman el papel que les corresponde y asimilen que mucha culpa tuvieron en el atascamiento de una tradición poética, de suyo rica, al propiciar una lectura acrítica en vez de educar al público para que pueda enfrentarse y apreciar nuevas propuestas creativas.

lunes, 21 de enero de 2008

György Ligeti

György Ligeti (1923-2006) fue uno de los renovadores más importantes de la música en el siglo XX, saltando del expresionismo a los montajes electrónicos. Muchos de nosotros nos emocionamos con los acordes de su Réquiem y su Lux aeterna en "2001", una de las genialidades de Kúbrick; y no es raro ver sus piezas acompañando una intervención o un performance.

Agradezcamos que, entre tanta basura posmoderna, You Tube nos brinda la posibilidad de escuchar varias interpretaciones de sus piezas, como la que adjunto en este espacio. Támbién se encuentran su "Poema sinfónico para cien metrónomos", una bella y desquiciada instalación melódica, y "Artulaciones" interpretado visualmente por Rainer Wehinger. Otros sitios donde pueden encontrar obra de Ligeti son:

http://www.lunanova.org/audio.html

http://www.epdlp.com/compclasico.php?id=1046

viernes, 18 de enero de 2008

Poema del hombre solo

Luego de algunos años del deslumbramiento producido por Fernando Pessoa he intentado acceder a otros poetas portugueses contemporáneos. El siguiente es un poema de António Gedeão (1906-1997), quien también fuera narrador, ensayista, dramaturgo y autor de libros de divulgación científica.

Poema do homem só

Sós,
iremediàvelmente sós,
como um astro perdido que arrefece.
Todos pasam por nós
e ninguém nos conhece.

Os que pasam e os que ficam.
Todos se desconhecem.
Os astros não se explicam:
arrefecem.

Nesta envolvente solidão compacta,
quer se grite ou não se grite,
nenhum dar-se de dentro se refracta,
nenhum ser nós se transmite.

Quem sente o meu sentimento
sou eu só, e mais ninguém.
Quem sofre o meu sofrimento
sou eu só, e mais ninguém.
Quem estremece este meu estremecimento
sou eu só, e mais ninguém.

Dão-se os labios, dão-se os braÇos,
dão-se os olhos, dão-se os dedos,
bocetas de mil segredos
dão-se em pasmados compassos;
dão-se as noites, dão-se os dias,
dão-se aflitivas esmolas,
abrem-se e dão-se as corolas
breves das carnes macias;
dão-se os nervos, dá-se a vida,
dá-se o sangue gota a gota,
como uma braÇada rota
dá-se tudo e nada fica.

Mas este íntimo secreto
que no silêncio concentro,
este ofrecer-se de dentro
num esgotamento completo,
este ser-se sem disfarce,
virgem de mal e de bem,
este dar-se, este entregar-se,
descobrir-se e desflorar-se,
é nosso, de mais ninguém.

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