jueves, 28 de julio de 2011

Las piernas de Hammelin


por Héctor Carreto

I

Cierto día la secretaria fue sin medias al trabajo.
Esto les produjo ceguera a los guardianes
y júbilo a los pájaros,
que cantaron con fuerza.
El jefe enloqueció, no creyó tener enfrente
un imperio de piel sobre dos zapatillas:
qué decir del brillo que despierta ese paisaje,
qué decir del pie,
piel metida en otra piel.
El intendente, espuma en los labios,
no volvió a salir del baño
y las otras secretarias, boquiabiertas,
se volvieron fruta amarga
y perdieron dientes, labios masculinos.

II

Ardió Roma:
a la oficina la transformaron
en un manojo de ratones alelados.
¿Magia negra?, ¿magia verde?
La blusa de siempre, la falda de siempre,
los tacones de siempre.
Entonces, ¿por qué vino
sin medias?, ¿las olvidó?, ¿lo hizo adrede?
(Ella sonríe;
como no sabiendo del asunto;
sus piernas, sin embargo, siguen frotando el aire
hasta encender el edificio.)

III

En fin, sólo faltó en esta historia
el príncipe azul que le pidiera la mano,
perdón,
el pie.

sábado, 23 de julio de 2011

Soledad al cubo, de Francisco Hernández

por Agustín Abreu Cornelio
Publicado en Rio Grande Review

Francisco Hernández (1946) es heredero de una tradición que, si bien tiene un mítico origen en el ditirambo griego, ha alcanzado sus cumbres en la época moderna con Novalis, Rimbaud, Pessoa, Antonio Machado y otros en quienes el yo multiplicó sus entidades enunciativas como una alternativa a la realidad. No es Dionisos el que habla en estos poetas, sino la neurosis asumida como una posición estética que invita a la fragmentación del mundo, de la verdad, del ser en múltiples faces que puede plasmarse como lo hicieron los cubistas –corriente favorable, pues Soledad al cubo (Colibrí, 2001) es el poemario que incita estas líneas.

Un aforismo tatuado en Francisco Hernández: “Poesía: lo cura”, sintetiza la anomalía social y psicológica (lo-cura), con el rol de un lenguaje capaz de transformar el mundo, a veces por simple contigüidad (“Enciendo una vela y ella la apaga. Lo líquido del humo llega hasta el piso.”) o mediante la reiteración de imágenes. Así el tiempo, en Soledad al cubo, delata la fugacidad del yo impelido hacia el otro/a: “El tiempo daría su vida por convertirse en espejo” o “(…) donde la única eternidad / es la hembra ausente”. De Ellasólo permanecen huellas amenazadas por el olvido (la marca del bilé en una taza, una carta suicida) que acentúan el fracaso de la relación, lo cual se expresa en los títulos de las partes primera (Al garete) y última, que da nombre al libro.


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