Francisco Hernández (1946) es heredero de una tradición que, si bien tiene un mítico origen en el ditirambo griego, ha alcanzado sus cumbres en la época moderna con Novalis, Rimbaud, Pessoa, Antonio Machado y otros en quienes el yo multiplicó sus entidades enunciativas como una alternativa a la realidad. No es Dionisos el que habla en estos poetas, sino la neurosis asumida como una posición estética que invita a la fragmentación del mundo, de la verdad, del ser en múltiples faces que puede plasmarse como lo hicieron los cubistas –corriente favorable, pues Soledad al cubo (Colibrí, 2001) es el poemario que incita estas líneas.
Un aforismo tatuado en Francisco Hernández: “Poesía: lo cura”, sintetiza la anomalía social y psicológica (lo-cura), con el rol de un lenguaje capaz de transformar el mundo, a veces por simple contigüidad (“Enciendo una vela y ella la apaga. Lo líquido del humo llega hasta el piso.”) o mediante la reiteración de imágenes. Así el tiempo, en Soledad al cubo, delata la fugacidad del yo impelido hacia el otro/a: “El tiempo daría su vida por convertirse en espejo” o “(…) donde la única eternidad / es la hembra ausente”. De Ellasólo permanecen huellas amenazadas por el olvido (la marca del bilé en una taza, una carta suicida) que acentúan el fracaso de la relación, lo cual se expresa en los títulos de las partes primera (Al garete) y última, que da nombre al libro.
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