sábado, 23 de febrero de 2008

Los humedales y lo absurdo

Entrevista con Karla Marrufo

(publicada el 14 de septiembre de 2007 en Por Esto!)
Por Agustín Abreu Cornelio


Entrar en las letras de Karla Marrufo Huchim requiere valentía y disposición para advertir que la realidad no es tierra firme, sino una masa líquida que nos seduce a la vez que nos ahoga. Karla es una joven escritora, licenciada en Letras Hispánicas (Universidad Modelo), con una trayectoria literaria que se augura larga, pues en su brevedad ya cuenta con publicaciones y premios importantes. Actualmente radica en Xalapa, Veracruz, donde cursa la maestría en Literatura Mexicana. Es coautora del poemario El éter de las esferas, publicado por el ayuntamiento de Mérida, y en días próximos recibirá el premio de la categoría de dramaturgia que, en el marco de la Bienal de Literatura, le concedió el Instituto de Cultura de Yucatán por su obra Lluvia para siete insomnes.
Me valí de la amistad que nos han dejado las mesas de Marsias y los pasillos de la universidad para concertar esta entrevista, y también de mis ansias de lector. Pese a mi retraso la encontré dispuesta detrás de una taza de café, de sus lentes y de la sonrisa.

–En una sociedad como la mexicana donde no es común la afición por la letra escrita, ¿por qué decidir leer literatura? ¿Por qué estudiar literatura? ¿Por qué hacer literatura?
–Precisamente porque se lee tan poco. La literatura es una forma de romper con lo común, de buscar otras alternativas a lo patético, trivial, triste de la realidad en que todo se maneja desde los cotos de poder. A través de la literatura se puede llegar a tener una visión crítica de lo que sucede a nuestro alrededor. Esto en cuanto a la lectura.
Hacer literatura, por otro lado, es una forma de decir que no se está de acuerdo; una forma muy personal de decir que no me parece que las cosas sean así. No creo en la política, las leyes me parecen una manifestación de lo primitivos que somos. Pero la literatura es una posibilidad para reivindicarnos.

–Te desenvuelves con soltura en casi todos los géneros: poesía, cuento, teatro, ensayo, también has hecho periodismo cultural; en ello me parece ver un loable intento por profesionalizar la literatura, ¿crees que es una meta alcanzable a corto o mediano plazo?
–Retomando el hecho de que todo está mal, resulta complicado conseguirlo; en mis sueños planeo algún día lograrlo. Actualmente no se vive de escribir, para hacerlo hay que escribir best sellers, y esas son obras con las que no estoy de acuerdo. Me gustaría vivir de la promoción cultural: lecturas, recitales, exposiciones, incluso el teatro, al que veo como una manera de acercar a la gente a la lectura.

–Es en poesía y en dramaturgia donde has cosechado mejores resultados; ¿esto se debe a que sientes preferencia por ellos, te resulta más sencillo expresarte en estos géneros o simplemente les has dedicado mayor tiempo?
–En buena medida se debe a que les he dedicado más tiempo. Regularmente, de lo que escribes escondes unas cosas, rompes otras, y lo que va quedando es lo que busco publicar. Es en los géneros que mencionas donde los textos han sobrevivido a los filtros, y también en cuento.

–¿Ves alguna afinidad entre poesía, cuento y teatro como géneros?
–Tienen mucha afinidad. Me acuerdo que José Ramón (Enríquez) –a quien debo mucho en mi acercamiento al teatro– afirmaba que este género es el punto donde todos los demás convergen. En sus clases conocí a (Federico García) Lorca y (Ramón del) Valle Inclán, en quienes se une la poesía a la narración; en este último tienes a un estilista del lenguaje, un poeta que también creaba historias dramáticas y crueles. En el teatro puedes encontrar literatura, pintura, escultura, danza, música, etcétera. Precisamente Lluvia para siete insomnes era inicialmente un libro de cuentos, historias individuales que se entrecruzaban.

–A la par de tus estudios en Letras Hispánicas te integraste al grupo Marsias, ¿de qué manera contribuyó esta experiencia en tu formación literaria?
–Por una parte fue importante el intercambio de ideas, opiniones y perspectivas; yo necesito estar escuchando otras voces. Desde las simples recomendaciones, conocer nombres nuevos: luego, si ves un libro que José o alguien del grupo había recomendado, lo compras porque sabes que vale la pena. Y también el ejercicio de creación, pues continuamente estás llevando textos al café. El ejercicio de análisis, de crítica y la actitud para recibirla y también aprender a responder a ella. Aunque sólo trabajamos poesía en aquel entonces, me sirvió mucho.
Además la influencia de José (Díaz Cervera) es importante, como poeta de muchos años que conoce el oficio y también como lector –pude acceder a su biblioteca y a sus fotocopias, pues muchos libros no se consiguen.

Karla Marrufo posee una personalidad que se complementa muy bien con su obra escrita. Esta última cargada de símbolos y donde la metáfora se vuelve una tortuosa realidad; pero en el lugar que ocupa frente al entrevistador se esmera en clarificar sus concepciones, como si toda ella fuera sus lentes y las palabras se fundieran con su mirada.

–Como parte de Marsias, fuiste incluida en El éter de las esferas: “La piel anegada” es la serie de tu autoría. En ella leo de un ímpetu que busca desbordar los límites que lo contienen, anteponer el fuego contra el agua, aunque al final todo se condensa en una memoria del intento. ¿Esta visión un tanto pesimista es la que conservas en tu cotidianeidad?
–Más que pesimista es una visión realista. Sí la conservo en el sentido de que te levantas como Mafalda, con tus patitas colgando de la cama, y te preparas a enfrentarte a un mundo que no entiendes. El mundo es como ese recuerdo de lo que nunca pasó; pero esa memoria del intento, esa nostalgia, es algo que merece regocijo puesto que es una experiencia de la que se aprende mucho. José Ramón Enríquez decía que al hacer un “zopiloteo” por la historia te das cuenta de que en los momentos de crisis de los países es cuando se hace mejor literatura; y en los periodos apacibles y tranquilos la literatura decae. ¿Será que necesitamos guerras mundiales, SIDA, pobreza, hambre, etc. para crear? Creo que uno tiene que aprovechar lo que está a la mano para crear, aunque esto sea muy triste; un poco a la (Samuel) Beckett –aunque ni Beckett era tan beckettiano– como estar siempre esperando que algo pase.

–En “La piel anegada” me llama la atención el empleo del simbolismo erótico para representar la opresión espacial (la piel, el interior de la casa de agua) y comunicativa (sobre todo en la segunda parte titulada “Vapor”) de quien enuncia. Virginia Woolf señalaba los mismos agravantes en Una habitación propia. ¿Asumes tu circunstancia de género a la hora de sentarte a escribir?
–No es que la asuma sino que ahí está y es ineludible. Esa incomunicabilidad radica en el hecho de que yo nunca voy a saber lo que es ser tú, y tú nunca vas a saber lo que siento yo. No me asumo feminista ni ninguna de esas cosas; pero escribo desde mí y me tocó ser mujer. Sí creo que hay una diferencia entre lo que crea una mujer y lo que crea un hombre. Tú saca tus deducciones.

–En Lluvia para siete insomnes puedo percibir un fuerte arraigo con la tradición dramática española, ¿con quiénes desearías que tu trabajo fuera vinculado?
–Sonando un poco vanidosa, con nadie. Pero sí hay referencias importantes a (Ramón del) Valle Inclán, partí del esperpento para crearla. De hecho el título original de la obra era “Este relajo de vida”, que tomé de una obra de Valle llamada Ligazón. También son obvios en lo que escribo Lorca, Aurora Reyes (porque la he leído mucho), Virginia Woolf. Casi todo lo que voy leyendo me influye, se me pega alguna frase o algo.

–En dicha obra teatral se mantiene el elemento agua como un obstáculo a la realización del proyecto de vida de los personajes, lo mismo que en “La piel anegada”. Sin pretender hacer parangón con Gastón Bachelard, ¿cómo concibes este líquido?
El agua para mí representa ambivalencia; esta condición irónica, paradójica del ser humano: es líquido vital pero también es obstáculo, peligro, muerte. Con el agua represento esta condición humana en la que eres pero no sabes qué, y estás pero no sabes cómo. Esta dualidad es la que me interesa.

–Lluvia para siete insomnes es una obra que presenta las múltiples discriminaciones de nuestra sociedad: de género, de edad, de clases sociales, homofobia, etc. ¿Cuál esperas que sea la reacción en el espectador o en el lector?
–Espero que se mantenga como hasta ahorita. Respeto mucho la opinión de los demás, así como espero que respeten la mía. La discriminación es de las cosas más evidentes de mi realidad cotidiana: eres mujer, joven, pobre, estudiante, siempre habrá algo por lo que puedan discriminarte. En la obra lo presento de manera ridícula porque así me parece que se ve en la realidad; sólo espero que quien la vea se de cuenta de ello.

–En la obra juega un papel preponderante la música, pues muchas canciones populares son integradas; pero también veo una estructura con base musical, en el canto coral. ¿Fue un intento consciente?
–Retomando que en el teatro confluyen todos los géneros y además todas las artes, en la obra hay todo un sentido musical. En las canciones populares se puede percibir con cierta facilidad la discriminación social, puesto que se nutren de ello. En la obra pretendo satirizarlo al poner las canciones populares en situaciones que no les corresponden; pretendo ser transgresora y romper con lo que estamos acostumbrados.
Por otro lado, la lluvia, el agua, es para mí una música, un ritmo, un fluir que va conduciendo la historia de cada personaje a una caída torrencial hacia el final de la obra que toma la forma de una plegaria común.

–Uno de los personajes de la obra, la lavandera tuerta, se encuentra a medio camino entre Tiresias y Chabela Vargas. Me parece que cumple una función similar a la del coro griego, en cuanto orienta –a la vez que parodia– la reacción del público ante lo que se muestra en escena. ¿Por qué utilizar un personaje que cumpla dichas funciones en una pieza teatral contemporánea?
–Para mí la lavandera tuerta es una especie de demiurgo contemporáneo corrompido, consecuencia lógica de que esté aquí ahora. Es el eje rector de la obra, donde no te das cuenta si ella sabe lo que pasará con los personajes porque lo profetiza o porque lo está creando. Juego con la idea de que es un dios, el que todo lo ve, por eso está en un nivel superior. Un dios que se burla de sus creaciones.

–¿Cuál es el camino que seguirás a partir de ahora?
–Estoy intentando armar otra obra de teatro que trata del empleo de las fuerza militares contra el crimen organizado. Aunque intento evadirme de las cosas que me rodean, las circunstancias sociales, y me desagrada lo panfletario, no puedo dejar de interesarme por ello. Me interesa por lo absurdo que parece. Además sigo escribiendo cuento y poesía.

martes, 12 de febrero de 2008

Vicente Leñero, periodista emergente

por Agustín Abreu Cornelio

La simbiosis que la literatura hispanoamericana ha sostenido con el periodismo no requiere mayor preámbulo que citar un par de nombres: José Joaquín Fernández de Lizardi, el “pensador mexicano”, y Mariano José de Larra, el romántico español que utilizaba el seudónimo “Fígaro”. Para ellos el periodismo no sólo fue un nutriente estilístico con que aderezar la literatura, sino que implicó una postura ética y política ante la realidad. De la misma vena se nutren varios narradores contemporáneos, entre ellos Gabriel García Márquez y el novelista mexicano Vicente Leñero.

Con Los periodistas o Asesinato, Leñero demostró las posibilidades de la novela-reportaje, pero el libro más reciente del escritor mexicano, Periodismo de emergencia, muestra la otra cara de esta moneda: la literaturización de la noticia periodística, la profundidad que va más allá del detalle en la crónica y el reportaje, el perfil humano que el artista puede brindar del entrevistado. El novelista ya había entregado un esbozo de su trabajo en la prensa hace un par de décadas: Talacha periodística (1988), y el libro del que escribo es una versión ampliada de aquella primera antología y es un recorrido en la historia de un hombre que ha participado en algunos de los proyectos periodísticos más renombrados en México durante la segunda mitad del siglo XX: el diario Excélsior y el semanario Proceso.

Leñero narra con gran viveza lo sucedido el ocho de julio de 1976: el enfrentamiento de un grupo de periodistas aglutinados bajo el liderazgo de Julio Scherer con los sindicalistas de Excelsior, lo cual culminó con la salida entrelazada de quienes poco tiempo después fundarían Proceso. Pero, siendo ésta una jornada tan escrita, fotografiada y dibujada por algunos de los mejores periodistas del país, Vicente Leñero se vale de un recurso casi exclusivo de la literatura, la ficción, logrando con ello dar un nuevo enfoque del hecho: imaginar qué habría ocurrido de haberse resistido al desalojo revaloriza la decisión tomada y permite caricaturizar la posición de los medios de comunicación masiva sin abstenerse de nombrar vacas sagradas del ayer y del hoy: Jacobo Zabludowsky o Ricardo Rocha.

Como resultado de la lectura de Periodismo de emergencia se puede trazar un esbozo de la lucha revolucionaria mexicana, de la guerrilla urbana y la rural, en los reportajes que muestran al Marcos humano, empeñado en negar la cara detrás del pasamontañas, y en el dedicado a Paquita Calvo, activista del Frente Urbano Zapatista, quien hace una reflexión del movimiento armado con el espejo que brindan los años en la cárcel para mujeres. Tres textos que recorren el espectro del retrato a la parodia, de la crítica a la simpatía, sin alcanzar nunca la polarización y, lo que es más importante, sin dejar espacio a la insinceridad.

Periodismo de emergencia tiene como característica primordial la variedad, tanto temática como de registros, lo cual establece un parangón con los medios impresos en los cuales ha colaborado su autor: desde la seriedad de Proceso y Excélsior hasta la agilidad de publicaciones de variedades como Claudia y Revista de Revistas. Lo mismo encontramos una severa invectiva de los procedimientos electorales priístas de los setentas y ochentas, que una sutil crítica a las condiciones socioeconómicas mediante una crónica de una visita sabatina a la Arena Coliseo; igual una caricatura de la gazmoñería del melodrama mexicano utilizando los propios recursos de la radionovela (“el que esté libre de pensamientos cursis que tire la primera piedra”), que un retrato del consumismo de productos culturales plásticos por una adolescencia impedida –ya en los años sesenta– para vislumbrar la realidad, en “Raphael, amor mío”.

Virtud o pecado del libro sería la ausencia de periodismo de temática netamente cultural, pues únicamente se incluye la entrevista con Juan José Arreola a lo largo de una partida de ajedrez. Lo anterior abriría la puerta a una publicación dedicada por completo a dicha faceta de un periodista que tiene bien ganada su reputación de narrador y dramaturgo. Aunque las aproximaciones a María Félix o a la escultura de la “Diana Cazadora”, podrían integrarse a una sección cultural, no se pierde la sensación de una recopilación sesgada.

Criticable también es la labor editorial, rara en Debate, por olvidar que diferencias intrínsecas entre un texto periodístico y aquellos publicados en formato de libro son la oportunidad y la caducidad de la información, o al menos de algunos referentes. Dichas dificultades podrían solventarse con notas al pie, de lo cual adolece la edición; lo mismo que con datos hemerográficos precisos. Del autor sería recomendable una explicación más extensa que la escueta “Justificación” sobre los criterios de selección y agrupación; que aclare, por ejemplo, la decisión de incluir la crónica “Asegún Marcos” en un apartado titulado “Política: el PRI de ayer”.

Pero los descuidos antes mencionados no impiden que el lector pueda disfrutar el libro de uno de los escritores más destacados de la segunda mitad del siglo XX en México. Periodismo de emergencia es un libro que nos confronta con nuestra historia reciente y pretende ser crítico de las individualidades aisladas de la realidad en un país más urgido de acciones que de actos, sean estos últimos políticos o melodramáticos (aunque casi son lo mismo).

domingo, 10 de febrero de 2008

de Tierra nativa

Presento aquí un fragmento de "La estación de los muertos", la primera parte de Tierra nativa, de José Luis Rivas. Este es un poemario que me desconcertó en su primera lectura, me deslumbró en la segunda debido al desentrañamiento del regodeo formal como una importante vertiente de sentido (y por la multiplicación de referentes y por la excesiva autorreflexividad que lo hacen un texto sumamente coherente de principio a fin, etc. más adelante publicaré una reseña de él), y en las subsiguientes me sigue encantando.
A riesgo de mutilar el texto, presento un fragmento de una parte, un mínimo detalle, de una obra que considero a la misma altura que Cuaderno de noviembre de David Huerta, y a su autor como uno de los poetas mexicanos más propósitivos de la actualidad junto a Vicente Quirarte, Francisco Hernández y el ya mencionado Huerta.

***

Alguna vez me había dicho:
--Acoge blandamente mi imagen y recuéstala desnuda sobre la cara interna de tus párpados. Mi indómito perfume te doblegará; luego, de hinojos ante el ara que apuntalan mis muslos, vas a beber del cielo podrido. Y cuando veas en mi rostro la expresión arrobada de la Santa, expón mis pechos de niña al alanceo de coléricas avispas porque voy a atraerte contra las doloridas, vertiginosas espirales de mi gozo finando... ¡como quien ase entre sus garras un mínimo cuerpo celeste!

¡Oh, virgen desvariante,
enlaza a mis tobillos
tu exquisita lamedura de ola
al atardecer!
¡Oh, que tu lengua escale por mis ingles,
y al replegarse lleve en su resaca
mi espuma purísima!
¡Oh, muchacha,
asomándome al fondo de tus ojos
he visto peces sedeños...
y años después,
cuando me asía
a la dulce sazón de tus pechos,
he sentido en la frente
el embate de un piélago frenético...!

¡Oh, de hinojos ante el cieno,
recordaré por siempre
aquel instante en que resoplabas
como yegua en la cruza!
Y ahora, Capitán,
vayamos a tu tierra y su paisaje...
¿Recuerdas el fogonazo de los quemadores de petróleo
contra un costado de la noche
en las anochecidas costas?
¡Oh, acuérdate de la noche, Capitán!
¡De esa esponja henchida por el clamor de los sapos
y la espesa hiel del calamar azorado!
¡Oh aves marinas que se fugan de la arena parda
cuando el oleaje balancea
las calaveras sin sueño del espanto!

¡Y, oh, palmeras!
¡Que entre vuestras cortezas sobrepuestas, entrañadas vivan las figuras cordiales que mi amor
atreviera ya antaño!
¡Dibujos torpes a navaja contra la piel fluente del anochecer cuando en el cielo emergen
dos o tres luceros desvaídos!

Aquí se dan cita todos los confines. Esta es la pirámide donde se anidan todos los caminos. Aquí se desgañita el barullo anónimo.
Me encojo como una ostra; me ensimismo en los otros que soy para sustraerme de la noche y de sus ásperos zumos, para hurtarme a sus presencias incorpóreas o tangibles.
Rapto pacientemente cada una de sus estrellas, borro sus cifras encendidas, abrazo sus arrollos de agua sorda, sus flujos de coral que edifican al alba un río de esponjas exangües...
He derruido ya este día y la noche venidera, he despejado aquella que sólo mientan sus escombros de sombra. He vuelto trizas la esperanza... y su espera inútil al pie de la alborada. He desvanecido sus rastros para que su extravío torne la vida rediviva...
¡Ah, estoy tan muerta!
¡Llevo en los ojos el abandono sin más de las hojas levantiscas,
el turbio vuelo del polvo
--temblante vestidura de flores luctuosas--!
Ah, me acuerdo de aquel tiempo en que era la niña más alta de la clase y no formaba en las filas del Tiempo!
¡Y en las manecillas del girasol
sólo sabía leer el centro del jardín
y la dirección del fuego que avanza inexorable!
¡Me acuerdo de las tardes fragantes a caimitos,
a especiosos racimos
pudriéndose en el suelo!
¡Y quel mundo, sin prisa, sin demora, fluía puntual!
¡Y el pensamiento, entonces,
se hacía de palabras con las palabras mismas!

Teníamos en ese tiempo un herbario propio, y a menudo te llamaba "Flor-de-no-me-olvides", "Siempre-viva mía"... y un enlace insospechado acercaba el olor sucio del llantén a esa floración estólida que contrapone a los licopodios con sus parientes del reino. A la sombra de aquellos rincones vegetales, yo bebía boca a boca, luengamente, de tu jadeo.
Vivíamos entre los árboles, o al fondo de las cuevas de algún alcor, ahí donde hace su nido el ave-mosca, pájaro nunca ahíto de hermosura que liba todo el día de las rosas del cercado.
Y en ciertas tardes deliciosas, una anciana se allegaba al rechinante sillón de madera para ungir tu frente con grasa de cerdo y estamparte en cada sien una hoja ancha de margaritón. Y así que apretaba tu cabeza con un trapo rojo, los Espantos todos, a puertas abiertas, dóciles partían...

¡Ah, Capitán, mi amada
recordará por siempre
esas lecciones de guitarra!
¡Y esos navíos presos
dentro de un frasco de agua de Colonia!
¡Oh, Niña de los Extravíos,
regresa a mi abrazo
como un ramo de jacintos
que se entrega a la marea
para que nos lo vuelva agradecida!

¡Oh, háblame de ese niño, sofocado aun en estío, con el pecho todo embadurnado de menjunjes y cataplasmas que rezumaban un intenso olor a ajo y aguardiente! ¡Y de aquellas pócimas que impregnaban los labios de un sabor a pulpa de güiro, jerez barato y chanacate!
¿Qué es de auqellos altos corredores, siempre a oscuras, congestionados de bultos y cajones de madera, para que no fuera a colarse, ni una vez siquiera, el temible Chiflón, padre de las fulmonías de un instante, y de esas largas constipaciones que tapizan con sus escaras las paredes porosas del resuello?
¡Ah las ropas, franela, felpa o lana, con que el invierno lo enfundaba de cuerpo entero por una larga temporada de hastío!
--¡Oh, sí, cuando las muchachas llevávamos enlazado al cuello un remoto olor a légamo, a mordisco viajando por la piel de las eras!
--¡Y la luna se embarullaba en la telaraña de una nube!
¡Sí, yo bebía, boca a boca, luengamente, de tu jadeo!... ¡Y en aquella hora, la más temprana! ¡Cuando sorprendíamos a los nacateros del alba entregados a su faena salvaje!
Por la mañana, al mediodía, en la tarde, a todas horas se oía el trasiego de la molienda. De camino al trapiche, lanzábamos piedras a la ciénaga, de donde salían en vuelo las pollas de agua... Llegábamos con mucha sed, a bebernos una garrafa entera de aguamiel, y ya de regreso, el chicle de la caña, que destempla las muelas, nos fijaba largas horas en el beso...
¡Durante la lección de guitarra le di el llanto de un gato en celo a tu placer, niña que te desvanecías todas noches en mis brazos tal cítara amorosa!

Desnuda sobre la colcha color vino tiritas como un ave de barrunto. (Y un niño entrecierra la cortina. Es el viento que parte.)
Arbusto de coral en la marisma, tu cuerpo se revuelve entre las sábanas. Sabes a la brisa del amanecer, a esa fragancia que dejan las algas en la arena...

¡No es mi amor de esos que se dicen,
Capitán!
¡Acaso sólo un aire dulce de flautas podría llevarte a su vera!

miércoles, 6 de febrero de 2008

El gran teatro, la vida

Entrevista a José Ramón Enríquez



Por Agustín Abreu Cornelio
(Publicado el 27 de abril de 2007 en Por Esto!)


Poner un pie dentro de la casa de José Ramón Enríquez es contagiarse de su sincera teatralidad. La noche ya había cuajado y su casa se cubrió de esa tonalidad onírica que puede justificar una decoración más bien parca por fuera y churrigueresca por dentro. Luego de una ojeada a su biblioteca, nos instalamos en el patio interior que se abre como un escenario a un par de espectadores: una enorme ceiba y un coyote que dice un no sé qué de barro a las estrellas.
José Ramón Enríquez nació en la Ciudad de México en 1945. Ha publicado gran cantidad de obras de teatro y ensayos sobre el hecho escénico, principalmente bajo sellos universitarios. Recientemente, CONACULTA, en su colección “La centena”, editó su obra La cueva de Montesinos. Luego de haber sido director del CUT (Centro Universitario de Teatro, en la UNAM) decidió que el frío no le agradaba y se trasladó a Mérida donde continúa enseñando teatro (ESSAY) y escribiendo su columna “Pánico escénico” que desde hace años se publica en La Jornada de manera ininterrumpida.
Parece mentira que una de las personalidades con mayor influencia en el teatro mexicano actual mantenga su jovialidad infantil, su sonrisa afable, y se despreocupe de las formalidades. La comodidad de sus sandalias lo delata, y él mismo, cuando dice: “Me terminé las palomitas, ¿quieres que prepare más?” Después de mi negativa y agradecimiento, iniciamos la entrevista.

Usted es hijo de padre español y madre tapatía, ¿cómo fue la comunión cultural en su hogar?
En mi casa hubo un feliz mestizaje, no uno violento como lo fue el mestizaje mexicano, producto del choque de lo español con lo indígena. Fue feliz porque mis padres se eligieron el uno al otro, ninguno se impuso.
En cuanto a la cultura, pues había de todo, porque creo que así era común en México. La televisión entró a la casa cuando tenía 15 años, soy de la generación de la radio. La XEW ponía de todo: José Alfredo Jiménez, la Tariácuri, Sarita Montiel, tanto españoles como mexicanos. Incluso, cuando viajé posteriormente, me di cuenta que un grupo de música española que escuchaba en mi infancia, “Los churumbeles de España”, sólo se conocían en México.

¿De qué manera llegó la literatura a su vida?
Mis padres eran maestros de bachillerato, de literatura. Y la literatura es la misma para España y para México: el Cid, el romancero, los Siglos de Oro… Sin embargo, no me eduqué tanto por los gustos de mis padres; siempre fui una “rata de biblioteca”; inclusive la imagen que de éstos se tiene: cuatro ojos, cachetón… yo uso lentes desde los siete años.
De mi padre sí me marcó su politización: saber lo que fue el franquismo, lo que es la ideología de izquierda, lo que significó Lázaro Cárdenas para México. Él era producto de la pedagogía española, que estaba muy avanzada en muchos temas y que había logrado cosas importantísimas como la Institución Libre de Enseñanza, la Residencia de Estudiantes, etc.
De él me viene la tolerancia, y también el gusto por los toros. Mi madre, que era muy católica, le pedía a mi padre los domingos que nos llevara a misa, y él se vestía, nos acompañaba de la mano hasta la puerta de la iglesia y se quedaba afuera fumándose un cigarro. Nosotros veíamos normal, que él se arreglara y nos “llevara”, literalmente, a misa sólo para condescender con mi madre.

¿Esa religiosidad también perdura en usted?
Sí. La parte religiosa es otra parte importante en mi vida. Inclusive fui jesuita, estuve en el seminario. Y mi papá no solamente lo aceptó sino que era feliz; el director del seminario era un hombre leído, así que platicaban de literatura: él leía a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa de Jesús, y luego veía a su hijo.
Cuando salí del seminario, él también me recibió muy bien. Recuerdo que me dijo: “a la que no le va a caer muy bien es a tu madre”. Ella se encontraba en Canadá acompañando a mi hermana.

No duda en soltar la risa bajo el bigote y la barba ya canos, que peina de vez en cuando con su mano, ni duda en seguirlas con sus gestos y ademanes. Hace algunos días lo había visto representar un personaje de Carballido, de Fotografía en la playa, con el cabello de un negro imperturbable y una guayabera blanca; ahora lo encuentro en su cotidianeidad viviéndose a sí mismo con la tranquilidad de quien sabe que ha vivido bien sus años, con su camisa de manga corta descercada y sin los lentes que lo persiguen por donde quiera que va.
¿Cómo se dio el teatro en usted?
Fue jugar al teatro con mi hermana. Ella jugaba a las muñecas y yo al teatrito, inclusive la ponía a actuar y dábamos funciones en la casa. A veces invitábamos a mi hermano y él vendía las entradas.
Siempre recité muy bien. Mi papá me daba el Romancero Viejo y de pronto me subía a una silla y recitaba un romance. Mis hermanos fueron muy buenos músicos, así que en las fiestas ellos tocaban el piano; mi gracia era recitar, y como era el menor me veía muy bonito.
Mi modelo siempre fue (Federico) García Lorca, él fue mártir republicano y era muy recordado. Él pasaba del teatro a la poesía con naturalidad. Nunca pensé en ser actor, pero sí escribir poesía y teatro. Yo me considero poeta: poeta lírico y poeta dramático. Bueno, lo digo enfáticamente, “quiero” ser poeta.
Después entré a la Facultad (de Filosofía y Letras de la UNAM) y tomé seminarios de teatro, y luego empecé a ir a Bellas Artes por la tarde a estudiar actuación. Ahora ésto ya no es necesario porque en la UNAM hay la Licenciatura en Teatro, pero en mi época no era así. Ya había hecho mucho teatro en el colegio, y era buen actor; de hecho, lo único que soy es un actor, ahora actúo como uno que está dando una entrevista.

Al ver que las páginas de notas se multiplican, suelta la advertencia: “Te dije que no era bueno para semblanza, tendrás que hacer una biografía.” Yo sonrío y refresco el puño mientras la conversación diverge hacia las preocupaciones sociales de mi interlocutor. Éste es el único momento de la conversación en que la ironía cede paso a la sobriedad, y es cuando puedo apreciar que el color ladrillo de las paredes tienen incrustaciones de estrella y solitarias figurillas de barro adornan las esquinas.
¿Qué significaron el exilio español y las personalidades del exilio español en su formación artística?
Mi padre fundó con otros amigos el Ateneo Español en la Ciudad de México, donde había conferencias regularmente y era un centro de reunión muy importante. También, por su posición como maestro, conocía y educó a muchos jóvenes que luego serían intelectuales importantes: Tomás Segovia –quien en una conferencia en España, hace poco, lo mencionó–, Alberto Gironella, Luis Rius, Vicente Rojo, José de la Colina, Adolfo Sánchez Vázquez, Juan Duch –el yucateco–; todos ellos estudiaban en escuelas de españoles, aunque algunos no lo fueran. Ellos eran mayores que yo, muchos habían llegado niños a México. Mis hermanos y yo, al nacer en México, somos la colita, veíamos a todos ellos como hermanos mayores.
Personalmente, me marcó muchísimo la figura de León Felipe. Yo vivía en Santa María la Ribera y León Felipe en la colonia San Rafael, por lo que era muy fácil llegar a su casa en mi adolescencia; le llevaba poemas y él se emocionaba mucho. También conocí a Juan Rejano, un poeta español comunista que coordinaba el suplemento cultural de El Nacional, y a Pedro Garfias, pero él se fue a vivir a Monterrey y lo veía poco.

Usted era muy joven cuando los movimientos estudiantes, ¿su creación artística formó parte de él? (Duda y saca algunas cuentas.)
Yo actué antes del 68; estoy cumpliendo cuarenta años como profesional, eso fue en el 67.
Curiosamente, cuando el 68 estaba muy metido en la poesía lírica comprometida, de discurso político. Seguí mucho los movimientos negros en Estados Unidos y los movimientos estudiantiles de Francia. Luego, por influencia del El arco y la lira (de Octavio Paz), empezó a darme miedo la literatura panfletaria. Parte del movimiento estudiantil fue contra la Unión Soviética, fue anti realismo socialista; antes del 68 fue Checoslovaquia. Los gritos eran “la imaginación al poder”, “la búsqueda de utopía”, “debemos cambiar la vida”, que es (Arthur) Rimbaud, que es (el conde de) Lautremont –estoy hablando del 68 francés.
Cuando la muerte de León Felipe escribí un poema totalmente contrario a la estética de León; estaba en Barcelona, frente al mar, se llama “Marina para 16 voces y 64 violonchelos”, es completamente surrealista. A partir de ahí busqué una poesía muy libre, muy onírica.
Cuando entré a la Facultad (de Filosofía y Letras) leí a (Federico) Nietszche. Mi primera obra se llamó “Orgía”, por El origen de la tragedia; buscaba reivindicar lo catártico, lo ritual del teatro. Me fui por una revolución más ácrata; ni mi poesía ni mi teatro fueron realistas, y yo era totalmente revolucionario: consideraba anti revolucionario al realismo socialista. Cuando entré al partido comunista, a mediados de los setenta, ya se había desligado del stalinismo. Si no hubiese sido así, yo no habría entrado, por mi filiación religiosa.

Usted ha ejercido casi todos los ámbitos del teatro: poeta y dramaturgo, director, actor, maestro y periodista, ¿cómo ha logrado amalgamarlos?
Lo que aprendí en Bellas Artes es que el teatro no se puede dividir. Por ejemplo, (Emilio) Carballido actuó, ha dirigido, y como dramaturgo sabe darle mucho ritmo a sus piezas, sabe pensar escénicamente. Eso es algo que le agradezco al maestro Solé.
Lo único que no he hecho profesionalmente es escenografía. Y para lo que soy pésimo es para la música. Cuando montamos Los títeres de cachiporra (de Federico García Lorca), yo tenía que cantar y José Antonio Ibarra, que había hecho la música y tocaba el piano, tenía que seguirme cuando desafinaba para taparme. Cuando era niño, odiaba la hora en que llegaba la maestra de piano.
Ser maestro es parte de la herencia familiar, pero también es parte de la puesta en escena. Cuando se enfermaban mis padres, yo los suplía, por lo que tuve que entrarle muy joven. A lo que más me he dedicado es a ser maestro de teatro; el rigor de la academia me aburre mucho y el beneficio del teatro es que cada puesta en escena es distinta y, luego, llegas a hacerte hermano de un grupo de personas durante seis meses, para después no verlos más. Montar una obra es vivir, dormir, emborracharte, desayunar con gente que termina por ser amistad íntima. A veces coincides con ella en otra obra, pero la intensidad siempre es diferente. Por eso es tan difícil conseguir estabilidad con la pareja, porque llegas a tu casa y estás en otro rollo, otra tonalidad… La docencia rigurosa no la aguantaría; me gusta dar clase de literatura, pero dar clase de teatro es una maravilla, es un hecho escénico por sí mismo.
Respecto al periodismo, lo que más he hecho es crítica de teatro. Ahora que vivo en Mérida, no veo tanto teatro, así que tengo que hacer reflexiones y compendios sobre el hecho escénico. Tanto la docencia como la crítica son parte integral del Teatro. Incluso he llegado a pensar que el acto religioso es un hecho escénico, la liturgia; por eso me molesta encontrar curas que no se la creen, porque son malos actores.

La actividad actual de José Ramón Enríquez no puede apartarse del teatro, y los habitantes de Mérida debemos sentirnos muy agradecidos. En los últimos sábados se le puede ver actuando en la ya mencionada obra de Carballido y, todos los domingos, a las siete de la noche, se puede disfrutar sin costo alguno de su adaptación de la novela ejemplar de Cervantes “Rinconete y Cortadillo”.
En su teatro se funden la larga tradición teatral española, principalmente de los Siglos de Oro, con un afán experimental, ¿cómo lo explica?
Yo creo que eso es así. En qué poeta estructurado, narrativo, pueden caber las imágenes de San Juan. Yo pienso que los poetas que más han bebido en la tradición son los más experimentales. La literatura española no ha sido aristotélica nunca, ha estado inmersa en la epifanía, y así soy yo, oigo voces como Santa Teresa.
En mi tradición cotidiana, un libro que me enloquece y que es mi alma gemela es Paradiso (de José Lezama Lima); me siento mucho más cerno a él que a Carlos Fuentes. Eugenio D’ors decía que el barroco no se termina. Yo pienso que el realismo fantástico acuñó ese nombre porque el prestigio lo tenía el realismo, y había que justificar lo no realista desde dentro. Yo siento que se fuerza mucho el teatro realista, siento que no es el de verdad; nosotros somos barrocos.

Antes de despedirme acepto un breve recorrido guiado por algunos de los tesoros, los cuales incluyen dibujos de Remedios Varo, cuadros de Juan Soriano, Vicente Rojo, Manuel Felguérez, Alberto Gironella, entre otros, así como una foto autografiada de Ramón Gómez de la Serna y un gran espacio para arte sacro, y entre todo este conglomerado la conversación del maestro José Ramón Enríquez como principio organizador y luminoso. Al cerrar la puerta, por fin entiendo que el coyote aúlla un adiós de sombra.

domingo, 3 de febrero de 2008

Domingo de superbowl


Hace unos minutos, por esa caja boba que acompaña mis soledades, transmitieron desde Phoenix fragmentos de algo que llaman el "sexy bowl". Esto no es más que un enfrentamiento, en un campo de dimensiones reducidas, entre dos equipos conformados por modelos y porristas. Mujeres muy bellas, hay que decirlo.


Ante todo quiero mencionar que no tengo nada contra el cuerpo humano, al contrario, me parece una experiencia gratísima la contemplación de un cuerpo femenino en lencería, ya que ese era el uniforme de ambos equipos, acompañado de hombreras y cascos, para que no fueran a magullarse en demasía.


El asunto es que las mujeres son mucho más que el objetivo de nuestra hiperestesia erótica... Y tales jugadoras merecen el nombre de atletas, pues las vi lanzar, correr, taclear y romper tacleadas con una habilidad que envidiarían los jugadores de la ONEFA. Incluso ejecutar jugadas de engaño que requieren un vasto conocimiento del juego y un entrenamiento continuo.


Tomo mi tiempo para hablar de esto porque me parece sintomático. Si esas "chicas" pueden tomar en serio un juego "masculino", bien podrían los organizadores del "sexy bowl" (y todo el bando de los machos) sensibilizar las neuronas de su bolsillo y escroto, y tomar en serio el esfuerzo que en cualquier ámbito realiza la mujer contemporánea, en vez de denigrarlas presentándolas como meros cuerpos bien formados.

viernes, 1 de febrero de 2008

O poema pouco original do medo

Aleixandre O'Neill (1924-1986)

El miedo va a tenerlo todo
piernas
ambulancias
y el lujo blindado
de algunos automóviles

Va a tener ojos donde nadie los vea
pequeñas manos cautelosas
enredos casi inocentes
oídos no sólo en las paredes
sino también en el suelo
en el techo
en el murmullo de las cloacas
y tal vez hasta (¡Cuidado!)
oídos en tus oídos

El miedo va a tenerlo todo
fantasmas en la ópera
sesiones contínuas de espiritismo
milagros
cortejos
frases valientes
muchachas ejemplares
seguras casas de empeño
maliciosas casa de citas
conferencias varias
congresos muchos
excelentes empleos
poemas originales
y poemas como éste
proyectos altamente puercos
héroes
(¡el miedo va a tener héroes!)
costureras reales e irreales
obreros
(así así)
escribientes
(muchos)
intelectuales
(lo que se sabe)
tu voz tal vez
tal vez la mía
con seguridad la de ellos

Tendrán capitales
países
sospechas como toda la gente
muchísimos amigos
besos
enamorados verduscos
amantes silenciosos
ardientes
y angustiados

Ah el miedo va a tenerlo todo
todo

(Pienso en lo que el miedo tendrá
y tengo miedo
que es justamente
lo que el miedo quiere)

El miedo va a tenerlo todo
casi todo
y cada uno por su camino
habremos todos de llegar
casi todos
a ratones


a ratones

(Traducción de Ángeles Godínez)

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