lunes, 29 de agosto de 2011

Adentro no se abre el silencio, de Nadia Escalante

por Agustín Abreu Cornelio
Publicado en Ágora (Agosto 2011)

Contracción y expansión rigen el universo poético que Nadia Escalante presenta en Adentro no se abre el silencio. A golpe de sístole y diástole el poema se va conformando no sólo rítmicamente, sino de un modo visual y conceptual. El enunciante sabe que lo inmóvil no existe, pues el tiempo sólo es posible en la continuidad del cambio en el espacio; sabe que aún en el silencio hay reverberación: “no es posible decir lo inmóvil” porque el decir lo transforma, lo conmueve.
Construido como un poema en once cantos, el cuaderno Adentro no se abre el silencio busca capturar la naturaleza ígnea de un quehacer artístico que anula la contemplación, pues el enunciante se funde con el material poético y es partícipe de la violenta confluencia de las palabras: “hablo de mí / en contra de mi lengua / en el asedio de mi garganta / en el caño inverso de la asfixia”. El cuerpo mismo es cortado por el grito poético y da cabida en sí a todo lo que se enuncia: el mar, montaña y fauna submarinas, la sal, como si ello fuera resultado de un procedimiento médico.
En un poema donde el mar tiene tanta participación sería común que el “adentro” del título nos sumergiera en esa inmensidad líquida donde el silencio predomina, según cuentan los buzos. Pero el “adentro” de Nadia está en la conciencia poética. Si Octavio Paz, en “El caracol y la sirena”, había hecho la analogía del caracol y el cráneo como cajas de resonancia donde perduran la música del mar y la del poema, en Escalante el poema crece y se contrae como los latidos de la migraña mientras “toda palabra se atornilla a su contraria”.
Adentro no se abre el silencio es un delirio arraigado a la tradición poética mexicana tan proclive al poema de largo aliento. Cercano a “Sindbad el varado”, de Gilberto Owen, por la participación del mar en lo inmóvil, pero más por la continua confluencia de creación poética y sufrimiento físico; aunque se aparta de él por la completa ausencia del tema amoroso (aquí la única alusión a un enunciatario hace referencia a quien lee, y lo increpa: “qué sabes tú del grito líquido que me corre entre las venas”). Cercano también, en cuanto a su aproximación a la conciencia creadora, a “Muerte sin fin”, de José Gorostiza. Tales reconocimientos son posibles, pero la voz de Nadia Escalante no se parapeta tras las grandes figuras, sino que busca la autonomía con un lenguaje y con recursos que son muy ajenos a los utilizados por los poetas del grupo Contemporáneos.
El delirio creativo, el fervor a 42ºC que nos propone, permite el continuo trastrocamiento de los puntos de referencia: arriba-abajo, continente-contenido, inmenso-diminuto, se mezclan en la solución salina que se nos infunde por el catéter de la poesía. La poeta ha logrado apropiarse de los pertrechos de un mundo alienado que se empeña en vaciar a las palabras de significado, y los ha dispuesto para explotar la polisemia a base de repeticiones, variaciones, acumulación, yuxtaposición de situaciones, entre otros recursos que fueron caros a los movimientos vanguardistas y que en la voz de Nadia Escalante se renuevan.
Una frase tan sugerente como “el mar avanza siempre tras su propio regreso”, basada en la antítesis y construida rítmicamente como un alejandrino, se simplifica posteriormente en “el mar siempre retrocede” sin perder un ápice de complejidad simbólica, por el contrario, armonizando el fraseo con el flujo y reflujo, con el movimiento de que he hablado al inicio. Esta congruencia entre forma y sentido –más bien, este desbordarse el sentido en una forma– da una idea de la pasión y la paciencia con las que estos poemas se han venido trabajando, sobre todo si sabemos que Adentro no se abre el silencio es el primer trabajo que Nadia Escalante cede a la imprenta. Es también un poema que compromete a poeta y a lectores. Quizá por lo último es pertinente el epígrafe de Edmond Jabés: “Inútil es el libro cuando la palabra carece de esperanza.”



* Escalante, Nadia (2010). Adentro no se abre el silencio, Fondo Editorial Tierra Adentro (Col. La Ceibita), México, DF.

martes, 16 de agosto de 2011

Teódoto

por Constantino Cavafis

Si te consideras realmente entre los elegidos,
¡ten cuidado del modo en que triunfes!
Si hasta en las ciudades de Italia y Tesalia
resuenan tus proezas,
si tus admiradores en Roma
te conceden nuevos honores,
toda tu alegría y tu orgullo se desplomarán
y no te sentirás del todo un gran hombre
(y por otra parte, ¿de qué grandeza se trata?)
cuando en Alejandría, Teódoto
te lleve sobre un trapo sangrante
la cabeza del infeliz Pompeyo.

Y no creas que tu estrecha vida,
menguada y ordinaria, deja de ofrecer
algunas terribles peripecias:
tal vez, en este momento,
en casa de uno de tus vecinos,
en una mansión no menos
bien dispuesta que la tuya,
invisible, inmaterial
Teódoto entre llevando
una cabeza cortada.

sábado, 6 de agosto de 2011

La hostia que lo borra


por Daniel Bencomo

El tigre ya no está, sordo canal de negra miel lo abate. Se abre el no existir dentro de sí, fragmento del monzón sin equilibrio. La nube su reflejo sostiene: máquina de aceite sin volver el camino, filón de precipicio. Lo carcome algo mayor allá de sus pupilas, hecho mar en brama su canino, adentro a lo Jonás le escurre vida. Otro espectro, huella múltiple, despliegue del desastre. Caminan sobre él, bajo él, entre la luz arañada de su cuerpo, por el ácido coloquio de su celo. Alteran su muerte, lo desnudan de materia, el tigre ya no está y la hostia que lo borra es un dragón de hormigas. La gente en Bombay acelera los laúdes, lame el hueco del estío y en la televisión naufraga. El tigre ya no está: su muerte eriza la espalda de los ríos, mientras lo llevan silencioso a la panza de la nada.

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