sábado, 22 de septiembre de 2018

“Queer”, de Frank Bidart

Trad. de Agustín Abreu Cornelio

Miéntete
Engáñate en esto y estarás
siempre mintiendo en todo.

Todo mundo sabe todo ya

así que puedes
mentirles. Es lo que ellos quieren.

Porque al mentirte, lo que pierdes

es tu yo. Así te
conviertes en ellos.

*
Para cada gay cuya adolescencia

ocurrió en los cuarenta o cincuenta
en América

el escenario
crucial, primordial

siempre es destaparse
o no. O no. O no. O no. O no.

*
Veleidades intrincadas del propio borramiento.

*
Justo tras la muerte de mis padres,
me destapé. Narrativa fundacional

dispuesta para darme existencia.

Si hubiera logrado destaparme ante
mi madre, no me habría reprochado nada

a mí, sino a ella misma.

La puerta por donde te arrastraste
hacia la luz

fue el autodesprecio y el terror.

*
¡Gracias, terror!

Pronto aprendiste que las refinadas
fantasías sobre la vida adulta

no eran, para ti, la vida. Piensas que el sexo

es una daga — es un puñal
entrando en ti para enseñártelo.


Éste y otros poemas de Frank Bidart en su idioma original, pueden leerse en la Academy of American Poets.

miércoles, 4 de julio de 2018

El [presidente] de Estados Unidos

De Ignácio de Loyola Brandão (Araraquara, São Paulo, 1936)
Trad. y Pres. de Agustín Abreu Cornelio

Se vivían los últimos años de la dictadura brasileña (1964-1985) cuando Loyola Brandão publicó el siguiente relato como parte de un díptico titulado “Los dos presidentes”, en el que oponía la política estadounidense con la china. Desde los márgenes de la Guerra Fría, desde un Brasil donde la Operación Cóndor mantenía alerta a los gorilatos latinoamericanos contra las operaciones subversivas y contra la influencia del comunismo, el narrador brasileño se acercó a los presidentes de la única manera que pareciera estarle permitido: el trágico humor del loco, involuntario al mismo tiempo que perspicaz. Ambos relatos exhiben el dispendio de razón en el que se basa el ejercicio del poder, sus rituales y sus símbolos, desarticulando la lógica que lo sostiene. 
Ahora que Donald Trump revive el ambiente de confrontación de los 70, contra China, contra los estados de mayoría musulmana, contra México, propongo este texto premonitorio, incluido en el volumen de cuentos Las cabezas del lunes (1983).

Ignácio de Loyola Brandão (Izq.) y Dorian Jorge Freire

2. El de Estados Unidos
El noticiero de televisión acababa de mostrar la llegada de los rehenes norteamericanos a Estados Unidos. La mujer trajo el café. Él siempre tomaba uno, diluido, después de las últimas noticias. Esa noche se demoró, no iba a la cama y la mujer fue a encontrarlo consultando la guía telefónica, nerviosamente. En el cenicero, tres puntas de cigarro, lo cual la irritó, el médico había autorizado sólo uno, antes de acostarse.
—¿Qué buscas? ¿El médico, la farmacia?
—Quiero el número del Pentágono. No lo tengo en mi agenda.
—¿Pentágono? ¿Qué es eso?
—Es nuestro departamento de defensa, querida.
—¿Qué es un departamento de defensa?
—¿Con quién me casé, mi madre? ¿Cómo conseguí hacer carrera, arrastrando un estorbo como éste detrás de mí?
—Ven a dormir, Carlitos. Necesitas descansar, hoy te excediste.
—Me tengo que exceder. Pienso en todo el mundo en este país.
—Entonces, deja hoy el pensamiento para los otros. Ven, mañana terminas tu licencia, el banco te espera, tus colegas van a hacer fiesta.
—¡Esta no es hora de fiestas!
—No seas neurasténico.

Un hombre en mi situación es un hombre solo. El poder aísla, marginaliza. Siento la falta de apoyo, ni mi mujer me estimula. No es el hecho de que haya sido comerciante. Es que no creció conmigo, no me acompañó. Se quedó encerrada en su mundo, zurciendo medias, comprando tonterías en el estanco de la esquina. Muero de vergüenza cuando sé que ella luchó con el carnicero, a causa del peso de la carne. Además de eso, el carnicero debería estar satisfecho de servirme, puede hacer propaganda de eso, hacerse famoso, lucrar.
Volvió a consultar la guía, había varios Pentágonos, telefoneó, pero los cinco primeros no respondían. Decidió realizar una investigación la mañana siguiente por la ausencia de plantones. Era la certeza de que había una conspiración contra él, o mejor, contra el pueblo. Dormir. ¿De qué manera? Con tantos problemas en la cabeza y nadie para aconsejar, auxiliar, dividir, conversar. Fumó otro cigarro, para desesperación de la mujer que lo tomaba por el brazo, intentando llevarlo al cuarto.
—Déjame, Teresita, voy a mi gabinete.
—Está bien, pero me quedo en la puerta esperando. Andas extraño hoy, no quiero que fumes escondido ahí dentro.
Él atravesó el corredor, pero ella no lo vio entrar al baño. Al contrario, giró a la derecha y entró en el cuarto de los hijos. Fue hacia atrás y vio al marido inclinado sobre la cuna del hijo benjamín de la familia deshecho en lágrimas.
—Doy gracias por eso, hijo mío. Nadie quiere una guerra, sin embargo, por la gloria de nuestro país tengo que declararla. Irán nos humilló. Invadir nuestra embajada significa un acto de guerra y merece una represalia. Esta es la decisión que debo tomar solito, enfrentando las consecuencias. Declaro la guerra todavía esta noche y mañana estaré al frente de las tropas. Puede ser que nunca más te vea, hijo querido. Si muriera, recuerda que tu padre buscó el bien del país.
Besó a los otros dos hijos y al salir se topó con la mujer, parada en la puerta.
—¿Entiendes la gravedad de este momento?
—¿Va a haber guerra?
—Fatalmente, no veo otra manera.
—¿Dónde?
—En Irán.
—Tan lejos. ¿Por qué estás tan preocupado?
De verdad existe un abismo entre nosotros. ¿Hace cuánto tiempo comenzó esto que no me di cuenta? De repente, un matrimonio puede ir corriente abajo, sin que la gente lo perciba. No quiero que esto ocurra, me gusta mucho mi mujer, aunque conozca las diferencias profundas que se acentúan día con día. ¿Será que ella no las nota? Necesito compartir mi dolor, la agonía que ya inició.
—Esta es una noche histórica, mi amor. Tú eres testigo que los grandes hombres viven sus momentos más difíciles en completa soledad y angustia, a veces acompañados por su mujer, apenas.
—Ven a dormir, mañana estarás mejor.
—Nunca estuve tan bien. Preparado para la decisión. Estamos viviendo las horas que me colocarán en la historia de la humanidad. No puedo dormir ahora. Ni tengo sueño. Lúcido y despierto. Puede ser que mañana esté durmiendo para siempre. Tengo que considerar esto. Al final, nunca dirigí una batalla y mañana estaré al frente del glorioso ejército americano.
—Voy a hacer café. Aunque eso te perjudique el sueño.
—No quiero dormir. Voy a efectuar una serie de despachos y redactar mi discurso al pueblo, al fin de justificar mi decisión. Cuando esta nación se despierte, estará en guerra.
—Déjame ponerte el termómetro. No te ves bien, has de tener fiebre.
—La tengo. Me siento febril, excitado, en duda. Si pudiera localizar al estado mayor.
—¿El mapa del estado? Está enrollado y guardado en el armario de nuestro cuarto.
—Ahora comienzas a actuar como la mujer de un estadista. Justo necesito el mapa para elaborar la estrategia. Ve a buscarlo.
—¿No sería mejor llamar al doctor Paulo Eiró? Tú no estás bien.
—Lo estoy, querida. Tranquilízate. Siéntate y escribe un diario de todo lo que estás observando. Son instantes históricos y eres la única testigo. Si muriera en batalla, el diario valdrá millones, estarás amparada. Tu diario es mi seguro de vida.
—Tenemos tu jubilación, Carlitos. Cuando mueras, nuestros hijos ya estarán formados, casados. Me quedaré sola y el seguro del banco, pero la pensión me dará sustento, nuestro nivel de vida siempre fue modesto, mi bien. ¿Para qué más?
—No es sólo por el dinero, Teresita. Este es un documento que tienes obligación de legar al pueblo.
—¿Documento? ¿Quién necesita un documento a esta hora de la noche, Carlitos? Ven a dormir, estoy preocupada.
—Descansa, querida. Probablemente necesite de ti mañana, liderando a las mujeres, como voluntarias en los hospitales. Esta es una guerra que no sabemos cuánto va a durar, ni si va a ser violenta. No pretendo utilizar armas nucleares, para no poner al mundo en peligro. Combatiremos con fusil y bayoneta. Como las buenas, viejas y valientes guerras de los buenos tiempos, cuando un soldado mostraba su bravura.
—Creo que es mejor un té de camomila. Cálmate. Estás muy excitado, te va a acabar haciendo mal.
—Llama a la cocina, pide el té. Despierta a los criados, vamos a entrar en vigilia. Cuántas providencias por tomar. Redactar la declaración de estado de beligerancia. Comunicar al embajador de Irán y esperar la respuesta. ¿Será que Irán tiene a su embajador aquí? Saber si ellos aceptan la guerra; no podemos declarar la guerra a quien no está de acuerdo con ella. Retirar a los iranís del país, a fin de proteger sus vidas de los ataques de la población resentida. Congelar los depósitos de ellos en nuestros bancos, para favorecer la economía nacional. Convocar al ejército. Pedir al congreso presupuesto para emergencias de guerra. Convocar a los sastres para los uniformes de oficiales y las confecciones para los uniformes de los soldados. Racionar la gasolina. Debo, antes, filtrar la información a algunos amigos, para que se preparen comprando reservas de gasolina, neumáticos, alimentos. Revendiéndolo después, a precios sobrevalorados, podrán arreglarse la vida. Debo mucho a esos amigos, a fin de cuentas, cuando me dio neumonía, me internaron y pagaron todo de su propia bolsa, si fuera por Instituto de Asistencia Médica, me habría muerto. Merecen ser avisados, para que especulen y se enriquezcan debidamente.
—¿Qué estás diciendo, Carlitos? Voy a llamarle ya a Paulo Eiró.
—No toques ese teléfono. Quiero todas las líneas de la Casa Blanca libres. Dentro de poco convocaré a mis asesores, ministros, cuerpo diplomático, a fin de comunicarles mi decisión. A ver si, esta vez, el Pentágono responde.
Ella marcó el número que él le señalaba. Tardaron para atender.



—Está en la línea.
—Llame al general Eisenhower.
—No hay ningún general Eisenhower allá.
—Al general MacArthur.
—Tampoco hay.
—¿Y Patton?
—Me mandó a la puta que me parió que esto no es hora de echar bromas.
—Que llame al director.
—El hombre está loco de atar, quiere saber qué burla es ésta, dice que él mismo es el director de la escuela de manejo, y que va a llamar a la policía. Y me colgó.
—Marca de nuevo, mujer.
Ella marcó, luego aporreó el aparato con el auricular.
—Me mandó otra vez al mismo lugar.
—¡Una conspiración! La autoridad está minada en este país. Anota este número, mañana pongo una fiscalía, vamos a hacer una purga general. Día de limpieza en este país. Un nuevo día para la historia americana. La prensa va a tener muchos temas. Comunícame con la oficina de Prensa.
—¿Con qué?
—Con la oficina de Prensa.
—¿Qué es eso?
—¡No, no! Voy a sugerir que, de ahora en adelante, las primeras damas hagan cursos especiales, para que estén preparadas al lado de los maridos. El secretario de Prensa es el hombre que lleva mi comunicación con los diarios. Es mi hombre de los periódicos.
—¿Por qué no habías dicho eso? ¿El periodiquero? Sólo mañana temprano, cuando abra el estanco.
—Vete a dormir, Teresita. El día te dejó agotada. Son esos tecitos filantrópicos que ustedes, primeras damas, viven organizando en los jardines de Palacio.
—Palacio. La última vez que fui al Palacio, fue en el aniversario de Joaquín Pedro. Fuimos juntos al Palacio de la Fiestas, compramos dulces, pastel y globos.
—Ni una fiesta más, querida. Ni un pastel ni un té más. Entramos en régimen de racionamiento. Economía de guerra, nada de desperdiciar cosas.
—¿Quién es el que habla de economía? ¿Quién es el despilfarrador en esta casa? Cuando vas al supermercado es una tragedia, vuelves lleno de tonterías. Un cuaderno, pegamento, chocolate, vino, queso extranjero, embutidos, frutas, y nada de lo que necesitamos. Mandarte a hacer las compras es un desperdicio, tengo que regresar después. Son dos despensas.
—¿Tú no entiendes que un presidente debe mantener la representación social? Son almuerzos, cenas, recepciones.
—Hablando de eso, le debemos un asado a Gadella. Fuimos padrinos de boda y el único regalo que él pidió fue uno de aquellos churrascos que tú sabes hacer. Carnero salteado. Hm, qué hambre. ¿No quieres comer alguna cosa? Voy a la cocina y lo preparo. Algo ligero, claro, dentro de poco te vas a dormir.
—Llama a la cocina y que te lo traigan.
—¿Quién va a traerlo? ¿Y llamar para qué? Doy dos pasos y estoy en la cocina.
Sí, es verdad, el poder aísla, abruma. Sólo quien lo tiene sabe lo que es soportar los destinos de la nación, ser responsable de doscientos millones de personas. Ellas duermen y yo velo por ese sueño. Lo defiendo. Arriesgo mi salud, pero es mi misión, me eligieron para eso. Duerme bien, buen pueblo mío. Voy a comer y redactar el plan de ataque. Tal vez tire a mi asistente en el sofá y me acueste sobre ella. Voy a hacerlo, de sorpresa, al fin que tiene buenos pechos y piernas gruesas, así como me gustan. Soy como un Kennedy, siempre dispuesto a tirarme mujeres en los rincones del palacio. Una vez aliviado, podré hacer una declaración de guerra más razonable, justificada. Aunque, en este caso, no haga falta justificación.

—¿Qué es eso, Carlitos? ¿Te has vuelto loco?
—¿Te gusta?
—Ciérrate ese pantalón, ¡qué sinvergüenza!
—¿Quieres acostarte conmigo en este sofá? ¿Quieres hacerlo con el presidente?
—No hagas locuras, Carlitos. No puedes excederte todavía. Para con eso.
Una empleada decente. Ni siquiera con el presidente. Ha de tener su marido, su novio. Pero está bien rica. ¿Y si lo hiciera como Kennedy? ¿No poner atención a sus protestas, simplemente empujarla y cogerla? ¿Me va a reclamar, hacer una denuncia? No pasa nada. Nadie va a creerle.
—Te hice un café, aguadito. Café con leche, como te gusta.
—¿Y si llamara a los rehenes esta noche? Ellos conocen Irán, podrían darme indicaciones estimables. No. Deje que duerman; están cansados de las manifestaciones, aun quitándose todo el confeti que cayó sobre ellos.
—Traje una taza grande. Puedes tomarlo con calma, es casi un tecito.
—Otra cosa, anota ahí. El país necesita disminuir el uso de café. Reducir las importaciones, ahorrar divisas. Este será el último café del presidente en días de paz. Mira, Teresita. Observa, para contarlo después. Los detalles son la delicia de los lectores. Cómo fue el último café del presidente, poco antes de declarar la guerra. Si te levantaras la falda y bajaras tus calzones sería un relato aún más excitante, vendería mucho más. Al público le encanta saber cómo joden los presidentes. Es como todo el mundo, pero es diferente.
—¿De qué hablas, Carlitos?
—Pon atención, Teresita. Estoy haciendo los mismos gestos todos los días. Agarro el asa y subo el café, soplo un poco, sorbo el café lentamente, para no quemarme la boca. Anota que le puse poca azúcar como contribución a la economía de guerra. Ahí quedó, documentado, mi último café. Va a figurar, en el futuro, en los libros de historia. Si tuvieras una kodak, hasta habrías poder sacado una instantánea, las agencias de noticias te pagarían una fortuna. No está mal, mañana o luego, fingimos que tomo otro café, tú sacas la foto, y ella se queda como la última, la de esta noche. ¿Percibes cómo, de repente, los gestos cotidianos de los grandes hombres se cristalizan, eternizados en gestos decisivos? Es así, basta con tener conciencia del momento histórico.
—Nunca vi un café más complicado que este, ¡mi madre! ¿Qué tienes? Estoy aquí hecha una cucaracha atontada, atrás de ti, que hablas sin parar. Paulo Eiró necesita pasar a comprar unas pastillas que te tomas por la noche. Te dejan fumigado. Saca la mano de mi falda, después vas a querer y sabes que no puedes. ¡Me voy a dormir! Y quiero ver si mañana te levantas para trabajar.
—Haré vigilia cívica, querida. Pero tú ve, ¡vete a dormir! Las mujeres son muy débiles. Despierta con el ánimo dispuesto; mañana estaremos en guerra. Coño, se me estaba olvidando, necesito comunicarme con los países aliados. ¿Habrá tiempo? ¿Y el armamento? ¿Cómo están las reservas? ¿Tendremos suficiente? Qué bueno que me acordé. Voy a avisar a mis amigos industriales, para que entren de inmediato a la industria bélica, fabricando aviones, jeeps, paracaídas, bombas, municiones, tractores, lanzallamas, bayonetas, escudos, espadas, yelmos. Gases. ¿Qué más se necesita para una guerra? ¡Tan solito, tan solo! ¡No puedo! Mañana voy a estar exhausto, sin fuerzas para salir al frente de las tropas. Oh, ¿y los pasajes para los soldados? Mejor contactar a una agencia de viajes para que los suministre. Pongo a mis amigos en acción, para que reciban comisiones de las agencias. ¿Y la documentación? ¿Los pasaportes estarán en orden? ¿Irán exige visa de entrada? Tenemos que caer de sorpresa. Será nuestra arma más grande. Desembarcamos primero a los fusileros, ellos pasan por la inspección, aduana, liberan el equipaje y, una vez fuera del aeropuerto, se juntan y atacan. Necesito al ministro de salud. No tengo la vacuna y tal vez con la influencia del ministro consiga una cita hoy en la noche, para vacunarme. Y para que la vacuna no me pegue, cuando me la apliquen, distraigo la atención de ellos y me recojo la manga, sobándome el brazo. ¿Creen que puedo combatir con una vacuna dándome comezón? Las horas pasan, el tiempo vuela, mientras la eternidad está dentro de mí, cada minuto parece un día, una semana, mi cabeza marcha rápidamente. ¿Los soldados tendrán tiempo de hacer un curso de lengua iraní? Para que no despierten sospechas al desembarcar.
—Carlitos, ven a dormir, son las dos de la mañana. Por favor.
Ahora quiere que duerma con ella. No puedo. La noche es larga. Necesito encontrar aquel libro sobre Napoleón, aprender sus tácticas de batalla. ¿Con cuántos hombres puedo contar? Un presidente nunca está informado de lo que ocurre, en un momento cómo este queda completamente desolado. ¿Dónde está el grupo de Palacio?
Fue hasta la ventana. Contempló la ciudad, una que otra luz en algún edificio. ¿Serán los espías con sus binoculares posados sobre mí? Están viendo luces encendidas; deben estar pensando que planeo algo. Finjo que me voy a dormir y apago todo. Espero, en mi sala oscura. La angustia es mayor en la oscuridad. Las luces en los otros edificios no se apagan, están transmitiendo informaciones al extranjero. Tengo que anotar la ubicación de los edificios, mañana mando arrasarlos, la Casa Blanca no puede quedar expuesta. Mañana, un sujeto se pone en aquella ventana, con un rifle telescópico en la mano y me dispara en la cabeza. ¿Teresita tendrá la entereza y dignidad de Jacqueline para resguardar mi cabeza en su vestido rosa manchado de sangre? ¿Ella soportará la ceremonia de posesión del vicepresidente, a bordo de un avión presidencial?
—Carlitos, ven a la cama. ¿Qué estás pensando? ¿Te quieres morir? Mañana tienes que volver al médico, le voy a contar todo, el exceso de hoy, los cigarros. Él no te va a dejar salir del hospital hasta que estés curado. Tú escoges.
Teresita es uno de ellos. Debe estarse comunicando con los hombres detrás de las ventanas. Informando lo que pasa conmigo. Queriendo desanimarme. Rechazó ayudarme. Me engañó cuando llamó al Pentágono. Recibió órdenes en aquella llamada. Es de verdad una conspiración, los iranís involucraron hasta a mi mujer. Siempre lo dije, ella nunca consiguió acompañarme en mi evolución, era demasiado simple. Debí haberme divorciado y casado con otra. Ahora ya es tarde, me atraparon. Las luces se apagan, los hombres descienden, vendrán silenciosamente a atacarme. Los banqueros iranís, los vendedores de petróleo, los ayatolas, el sha y farah diba, los republicanos, conservadores, gente que no estuvo de acuerdo con el gobierno liberal que establecí. Eliminé el dinero y restablecí el comercio de trueque, cancelé los impuestos, el gobierno es el que paga impuesto sobre la renta a los contribuyentes, mandé retirar a todos los perros de las calles, prohibí los premios en los palitos de paleta. Por más que observo las calles no logro ver los sacos colocados en lugares estratégicos para el ataque final. Y ni siquiera estoy de uniforme. Teresita, la conspiradora, a propósito, no mandó a plancharlo. Voy a defenderme como un civil. No tengo medios para alertar a la nación. Quieren que renuncie, pero eso será lo último que haga. Ya vienen por el jardín, camuflados de verde. Se arrastran sobre el césped, con los fusiles en las manos. Moriré como hombre.
—Teresita.
—¿Qué pasa, mi amor?
—Ven, trae tu diario. Vas a observar el momento más dramático de la historia americana.
—¿Qué diario es ese del que hablas tanto?
—Contempla los últimos momentos de un estadista liberal que procuró hacer lo mejor por su patria.
—Ven a dormir, Carlitos. Ya, ya. Ven ahora.
Ella me agarra por la camisa, me doy cuenta de que estoy en pijama. Y, peor, un pijama de rayas. Dios mío, ¿morir en pijama como un viejo jubilado en una silla de fierro? Agarrarme debe ser la señal, como el beso de Judas. Van a descargar el ataque final. Piensan que estoy dormido. Todos me traicionaron dentro del palacio.
—¿Tú también, Teresita, hija mía?
—También, quiero que te vengas a dormir.
Mañana por la mañana seremos dos muertos dentro de la Casa Blanca vacía. Sé que moriré, por lo tanto, antes, mato a Teresita. Para que la vergüenza no caiga sobre nosotros. Quiero mucho a esta mujer y no voy a permitir que el mundo y la historia sepan la gran traidora que fue. No grites, Teresita, hago esto por ti, por nuestro amor, aunque nunca hayas sabido acompañarme.



lunes, 28 de mayo de 2018

Ciudadano: Un poema estadounidense (fragmentos)

por Claudia Rankine
Trad. de Agustín Abreu Cornelio

Cuando estás sola y tan cansada incluso para encender alguno de tus aparatos, consientes demorarte en unos ayeres amontonados entre tus almohadas. Usualmente estás anidada bajo cobijas y la casa está vacía. A veces la luna se ausenta y, más allá de la ventana, el cielo raso y gris parece accesible. Su luz oscura se degrada siguiendo la densidad de las nubes y caes en aquello que fue reconstruido como una metáfora.

El itinerario es a menudo asociativo. Hueles bien. Tienes doce y asistes a la escuela Sts. Philip and James, en White Plains Road, y la chica que se sienta detrás te pide hacerte a la derecha durante los exámenes para que pueda copiar lo que escribas. La hermana Evelyn tiene la costumbre de pegar los 10 y los reprobados en la puerta del clóset para los abrigos. La niña es católica, con cabello castaño a la cintura. No puedes recordar su nombre: ¿Mary? ¿Catherine?

En realidad, ustedes nunca hablaban, salvo por la ocasión que te pidió lo del examen y cuando luego te dijo que olías bien y que tenías rasgos más de gente blanca. Asumes que intentaba agradecerte por dejarte copiar y que se sentía mejor si copiaba a una persona casi blanca.

La hermana Evelyn nunca notó su acuerdo, tal vez porque nunca te volteaste a copiar las respuestas de Mary Catherine. La hermana Evelyn debía pensar estas dos niñas piensan tan parecido o a ella no le importaba tanto la trampa como la humillación o, en realidad, nunca te vio allí sentada.

***


Gracias a tu estatus privilegiado ganado por un año de viajes, te has instalado en tu asiento de ventanilla en United Airlines, cuando una niña y su madre llegan a tu fila. La niña, al mirarte, le dice a su madre: estos son nuestros asientos, pero no esperaba esto. La respuesta de la madre es casi inaudible: ya veo, le dice, yo me sentaré en medio.



***


Una mujer desconocida quiere convivir contigo en la comida. Estás de visita en su campus. En la cafetería ambas piden ensalada césar. Esta coincidencia no significa el comienzo de nada, pues apunta inmediatamente que ella, su padre, su abuelo y tú, todos, asistieron a la misma universidad. Ella quería que su hijo fuera allí también, pero a causa de la “acción afirmativa”* o algo de las minorías —no está segura de cómo lo llaman en estos días y, ¿no se suponía que lo eliminarían?— su hijo no fue aceptado. No estás segura de si debes disculparte por esta falla en el programa familiar de tu alma máter; en cambio, le preguntas dónde acabó su hijo. La prestigiosa escuela que menciona no parece mitigar su irritación. Este intercambio, en efecto, acaba con tu comida. Las ensaladas llegan.

***


Una amiga argumenta que los americanos batallan entre el “yo histórico” y el “yo mismo”. Con esto quiere decir que ustedes mayormente interactúan como amigas con intereses mutuos y, casi siempre, personalidades compatibles; sin embargo, a veces sus yoes históricos, su yo blanco y tu yo negro, o tu yo blanco y su yo negro, llegan con toda la fuerza de su condición americana. Así puestas frente a frente unos segundos, las afables sonrisas se borran de sus bocas. ¿Qué has dicho? Instantáneamente sus apegos lucen frágiles, tenues, sujetos a cualquier transgresión de su yo histórico. Y, a pesar de que sus historias personales conjuntas habrían de salvarlas de malentendidos, ellas son usualmente la causa de que entiendas demasiado bien lo que se está diciendo.




***


Tu pareja y tú van a ver la película La casa en que vivimos. Le pides a un amigo que recoja a tu hijo de la escuela. En el camino de regreso a casa, el teléfono suena. Tu vecino te cuenta que, desde su ventana, observa a un amenazante hombre negro checando ambas casas. El tipo camina de un lado a otro hablando consigo mismo y parece trastornado.

Le dices a tu vecino que tu amigo, a quien ya conoce, está hoy de niñero. Él dice que no, que no es él. Que él conoce a tu amigo y éste no es aquel amable joven. De cualquier modo, quiere decirte que llamó a la policía.

Tu pareja llama a tu amigo y le pregunta si hay algún hombre yendo y viniendo frente a tu casa. Él dice que, si hubiera alguien, lo habría visto pues él está parado afuera. Escuchas la sirena a través del teléfono.

Tu amigo habla con tu vecino cuando llegas a casa. Las cuatro patrullas se han ido. Tu vecino está disculpándose con tu amigo y ahora se disculpa contigo. De algún modo te sientes responsable por las acciones de tu vecino; torpemente le dices a tu amigo que la próxima vez que quiera hablar por teléfono vaya al patio trasero. Te observa por un largo minuto antes de decir que puede hablar por teléfono donde él quiera. Sí, por supuesto, le dices. Sí, por supuesto.




* N. del T. Determinación legal de EEUU que obliga a los centros educativos a incluir cierto porcentaje de personas de minorías étnicas.


Claudia Rankine (Kingston, Jamaica, 1963) Poeta, dramaturga y ensayista estadounidense que ha sido galardonada en numerosas ocasiones por su trabajo literario. El amplio reconocimiento de su libro Ciudadano: Un poema estadounidense (Citizen: An American Lyric, Graywolf, 2014) le valió ser finalista del National Books Critics Award en dos categorías, hecho que no había ocurrido en la historia del certamen, y resultó acreedora del premio en poesía. Actualmente ocupa la Cátedra Fredrick Iseman de Poesía en la Universidad de Yale.

Más traducciones de Ciudadano, aquí.

Para comprar el libro en su idioma original, aquí.

viernes, 18 de mayo de 2018

A Girl Was Singing

By Alexander Blok (1880-1921)
Trans. by Jon Stallworthy and Peter France


A girl was singing in the choir with fervour
of all who have known exile and distress,
of all the vessels that have left the harbor,
of all who have forgotten happiness.

Her voice soared up the dome. Glistening,
a sunbeam brushed her shoulder in its flight,
and from the darkness all were listening
to the white dress singing in the beam of light.

It seemed to everyone that happiness
would come back, that the vessels all were safe,
that those who had known exile and distress
had rediscover a radiant life.

The voice was beautiful, the sunbeam slender,
but p by the holy gates, under the dome,
a boy at communion wept to remember

that none of them would ever come home.


viernes, 20 de abril de 2018

Desposesión desde el margen en …te daré de comer como a los pájaros… de Reina María Rodríguez

por Agustín Abreu Cornelio
publicado en Tema y Variaciones de Literatura


“Me arrebatasteis mi gorrión hermoso”,[1] lloraba Cayo Valerio Catulo en uno de sus epigramas a Lesbia. Siendo el ave un símbolo del poeta en la tradición occidental, podríamos imaginar que en este verso se identifica la pérdida –y, en particular, la pérdida del canto del ave– con el origen del canto poético. En la antigua Grecia, la docilidad y aparente indefensión del gorrión eran contrastados con la potencia de su trino como un símbolo de la expresión poética surgida de la precariedad: “El gorrión te indica que es el momento de cantar tu canción”.[2] Aunque el poema de Catulo indica una afectación en el sujeto lírico, la existencia del ave misma se presenta ajena a la constitución de Yo. Caso distinto es el del libro de Reina María Rodríguez (La Habana, 1952) …te daré de comer como a los pájaros… (2000), en el que la muerte de un ave es el momento fundacional del Yo lírico, en el cual culpa y muerte se hacen propias: “mi culpa se transforma en la luz que rodea al cuerpo muerto”;[3] de manera que no hay aquí y allá, no hay distanciamiento, sino una asimilación de la muerte en el nacimiento del texto. Se trata de una radicalización de la coincidencia entre pérdida del canto y origen del canto que leíamos en el poema de Catulo, pues en el libro de la cubana no se trata de fenómenos que coincidan únicamente en el tiempo (uno como consecuencia inmediata del otro), sino que coexisten en el sujeto lírico y en su cuerpo (textual): “mi culpa despoja, actúa en el crecimiento”.[4]


Es en dicho “despojamiento” que se fundamentan las ideas vertidas en el presente ensayo: lo que se pretende es mostrar cómo la “desposesión” –en el sentido que Judith Butler y Athena Athanasiou lo discuten en su libro Dispossession–, por causa de la muerte y de la expulsión del hogar, sustenta la constitución de un Yo lírico que pone en crisis la subjetividad unitaria y soberana vinculada a una noción de propiedad –característica de la Modernidad– y, a su vez, que dicha desposesión también estaría expresada en la singular forma –o corporalidad– del texto. Una desposesión que, asimismo, participa en la conformación de la figuración de una escritora que pretende insertarse en el campo literario latinoamericano contemporáneo. Esta desposesión tiene, además, un efecto retórico que pretende afectar al lector que desarrolla una voluntad de comunión, propia de la palabra poética.
 Seguir leyendo en Tema y Variaciones de Literatura 48.

[1] Catulo, Cayo Valerio. La poesías de Cayo Valerio Catulo. México: Ignacio Escalante, 1905. p. 21.
[2] Tótem Animal. https://totemanimal.org/2013/04/24/gorrion-totem/
[3] Rodríguez, Reina María …te daré de comer como a los pájaros… La Habana: Letras Cubanas, 2000, p. 7.
[4] Ibid., p. 7.

miércoles, 21 de marzo de 2018

La chamán del rock con el poeta vidente: dos poemas de Patti Smith

Selección, traducción y presentación de Agustín Abreu Cornelio

Tal vez la imagen que muchos guardemos de Patti Smith (Chicago, 1946) sea la ceremonia del Premio Nobel que se entregaba, entre otros, a Bob Dylan: una Patti Smith incapaz de cantar las palabras de “A Hard Rain’s A-Gonna Fall”, pero encarnándolas, trasladando las emociones de la letra a sus propias acciones frente al rey sueco: “estaré de pie en el océano hasta que comience a hundirme / pero sabré muy bien mi canción antes de comenzar a cantarla”. Smith, como Dylan, es un referente de la porosidad de los límites entre poesía y canción: fue exaltada al Salón de la Fama del Rock & Roll y ganadora del Premio Pullitzer, incluso algunos la llaman “la poeta laureada del punk”. Pero Smith y su obra no sólo conectan distintos espacios de expresión: la sensibilidad y capacidad de proyección de Smith hicieron que William Burroughs la describiera como una chamán, “alguien en contacto con otros niveles de realidad”. No es de extrañar en sus escritos, entonces, la cercanía con los espacios oníricos o incluso intuir el uso de los “relatos de sueños” que propusiera André Breton en su primer Manifiesto Surrealista. No es de extrañar, entonces, su afecto por el “poeta vidente”, Arthur Rimbaud, quien es la figura central de los dos poemas (escritos entre 1974 y 1976) que presentamos a continuación, en los que apreciamos también el desarreglo de los sentidos, de los órdenes y de nuestra tradición cultural. En un artículo de diciembre de 2016, reflexionando sobre su “fracaso” en la entrega del Nobel, Smith exponía sus dos grandes influencias: “aunque no viví en el tiempo de Rimbaud, existí en el tiempo de Bob Dylan”.


“rimbaud muerto”

tiene treinta y siete. le cortaron la pierna. la sífilis supura. una crema de virus. un misterioso misil sobre la culata de un m-5. la víctima sufre un alma-causto. su cara estúpida y su maravillosa lengua inútil, distendida.
rimbaud. no más el amoroso joven jinete del altiplano abisinio. esa pasión queda petrificada para siempre.
su ligero miembro de madera apoyado contra la pared como un paciente soldado esperando órdenes. el amo, amputado ahora, yace y sólo yace. sorbiendo té de amapola por un popote —un sifón de opio—. una vez, lleno de maravillas, se levantó en busca ferviente de alguna aparición —algún rostro—. quizá harrar[1] un mar pesado o el querido djani abandonado en la chamuscada arena-adén.[2] rimbaud se levantó y cayó con un golpe seco. Su largo cuerpo desnudo sobre la alfombra. condenado a yacer ahí al amparo de dos mujeres apestosas a piedad. rimbaud. él que sólo veneró el control ahora gimotea y caga como un bebé con cólico.
ahora listo ahora caso perdido retozando entre cascarilla de arroz. ahora lengua poderosa ahora tonto sin poder embriagarse otra vez. se ahorra la hora del té cuando sorbe el líquido. resollando engaña al flujo sanguíneo. la conciencia lo abandona. él se ilumina se hinca escala montañas compite. ahora viajero ahora voyeur. lo percibe todo. muy sincero rema surreal. su miembro artificial levanta el espacio y lo presiona. miembro en un vacío.
¿nos llama rimbaud?
¿no está contemplando?
hay un hoyo en la pared. la huella digital de duchamp fija una fracción de luz. gradualmente vemos la cosa entera. todo se abre se desdobla como un breugal.[3] es un día festivo…
es un festín de bodas…
están asando cerdos y manzanas. el olor se eleva. es domingo es manet es picnic sobre el césped. es un momento seurat un momento de luz un momento correcto para el romance para el canotaje y para el baile.
y el miembro de rimbaud, estando sincronizado, se une al be-bop, tañe la puerta hacia el bosque a través de los árboles —raga ragtime en la hierba volcando las canastas del picnic. pasar zumbando las puertas del camposanto con una genuflexión en cada paso entonces apunta y salta sobre la escena sobre el arcoíris fuera del lienzo al espacio puro espacio— tan lejano y mustio como el querido rostro de rimbaud. un rostro vuelto incorpóreo pleno de gracia. ojos hundidos —aquellos tesoros de cobalto cerrados para siempre—.
puño apretado muñeca relajada
su pipa vencida…
afuera en el jardín los niños se reúnen.
no es un capricho. son precisamente inmaculados
tan crueles como él.
ellos cantan:
no se sacuden las piernas
ni puede coger la verga
ya no se enseñan los dientes
ni gatea ya el bebé
rimbaud rimbaud frente a la pared
frío como hielo muerto más que muerto

¡lágrimas súbitas!

Portada del libro donde fueron publicados ambos poemas sobre Rimbaud.


“sueño de rimbaud”

Soy una viuda. pudo se charleville[4] o cualquier otro lado. movimiento detrás de la cuchilla. los campos. el joven Arthur se agazapa cerca de la casa (¿roche[5]?) la bomba el pozo artesiano. lanza vidrio verde alias cristal roto. me da en el ojo.
Estoy en el segundo piso. en la habitación curo mis heridas. él entra. se apoya en el poste de la cama. sus mejillas sonrosadas. aire despectivo manos enormes. me resulta endiabladamente sensual. cómo pudo suceder esto pregunta por casualidad. demasiado casualmente. me quito la venda. revelo mi ojo un desastre sangriento; un sueño de poe. él ahoga un grito.
Lo suelto rápido e irrevocable. alguien lo hizo. tú lo hiciste. él cae postrado. solloza. abraza mis rodillas. lo tomo del cabello. tan sólo quema mis dedos. grueso fuego de zorro. suave pelo rubio. aunque con un matiz rojo inconfundible. rubedo.[6] rojo deslumbrante. cabello del Uno.
Oh jesús lo deseo. asqueroso hijo de puta. lame mi mano. yo sobria. vete pronto tu madre espera. se levanta. pero no sin mirar desde sus fríos ojos azules que destrozan. quien duda es mío. estamos en la cama. llevo un cuchillo a su lisa garganta. lo dejo caer. nos abrazamos. devoro su cuero cabelludo. grasa de piojos como pulgares infantiles. piojos el caviar del cráneo.
Oh arthur arthur. estamos en abisinia adén. hacer el amor fumar cigarros. besarnos. pero es mucho más. azur. estanque azul. lago encerado. telescopio de sensaciones, animado. golfo cristalino. bolas de cristal de colores explotando. costura de tienda bereber desgarrándose. apertura, abierto como una cueva, aún más ancho. total rendición.



[1] Ciudad etíope.
[2] Adén fue una colonia británica, de 1937 a 1963, en territorio del actual Yemén.
[3] Tal vez sea una transcripción fonética de Bruegel.
[4] Pueblo en el que Arthur Rimbaud nació.
[5] Ubicación de la granja familiar en cuyo entorno Rimbaud siempre encontró reposo.
[6] Color rojizo de gran estima para los alquimistas que lo vinculaban con el éxito de la transmutación de los metales y con la piedra filosofal.

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