por Daniel Bencomo
El tigre ya no está, sordo canal de negra miel lo abate. Se abre el no existir dentro de sí, fragmento del monzón sin equilibrio. La nube su reflejo sostiene: máquina de aceite sin volver el camino, filón de precipicio. Lo carcome algo mayor allá de sus pupilas, hecho mar en brama su canino, adentro a lo Jonás le escurre vida. Otro espectro, huella múltiple, despliegue del desastre. Caminan sobre él, bajo él, entre la luz arañada de su cuerpo, por el ácido coloquio de su celo. Alteran su muerte, lo desnudan de materia, el tigre ya no está y la hostia que lo borra es un dragón de hormigas. La gente en Bombay acelera los laúdes, lame el hueco del estío y en la televisión naufraga. El tigre ya no está: su muerte eriza la espalda de los ríos, mientras lo llevan silencioso a la panza de la nada.
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