por Héctor Carreto
I
Cierto día la secretaria fue sin medias al trabajo.
Esto les produjo ceguera a los guardianes
y júbilo a los pájaros,
que cantaron con fuerza.
El jefe enloqueció, no creyó tener enfrente
un imperio de piel sobre dos zapatillas:
qué decir del brillo que despierta ese paisaje,
qué decir del pie,
piel metida en otra piel.
El intendente, espuma en los labios,
no volvió a salir del baño
y las otras secretarias, boquiabiertas,
se volvieron fruta amarga
y perdieron dientes, labios masculinos.
II
Ardió Roma:
a la oficina la transformaron
en un manojo de ratones alelados.
¿Magia negra?, ¿magia verde?
La blusa de siempre, la falda de siempre,
los tacones de siempre.
Entonces, ¿por qué vino
sin medias?, ¿las olvidó?, ¿lo hizo adrede?
(Ella sonríe;
como no sabiendo del asunto;
sus piernas, sin embargo, siguen frotando el aire
hasta encender el edificio.)
III
En fin, sólo faltó en esta historia
el príncipe azul que le pidiera la mano,
perdón,
el pie.
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