sábado, 5 de julio de 2008

Departir en el vuelo de Edgar Oceransky

por Agustín Abreu Cornelio
(publicado en Vanguardia)

El concierto hasta las carnes

Entre las mesas rondaban las ansias diluidas en las letras de las canciones que se comentaban abiertamente y alcanzaban algún que otro suspiro. Yo tenía en la mente tres o cuatro títulos que se me antojaban imprescindibles, mientras los meseros tomaban nota de peticiones no menos necesarias, dada la ocasión. Con la tercera llamada, Edgar Oceransky caminó entre el público, subió a la pequeña tarima que le sirvió de escenario y, acompañado por su guitarra, vaso y cenicero, arrancó los acordes y sembró las delicias.
El lugar no es propiamente una peña ni un bar ni un teatro, aunque comparte lo mejor de cada uno de ellos, sino la planta alta de una librería de la ciudad de Mérida. El concierto demoró su inicio con un marketing disfrazado, ya que debido a la falta de un músico que preparara el público y el ambiente para el “estrella” de la noche, un par de proyectores exhibían los dvds que se vendían a la entrada. Me atreví a escribir “estrella” entre comillas, no para poner en tela de juicio la calidad artística de Oceransky, sino por no atentar contra la sencillez que lo caracteriza.
No es fácil, en la actualidad, encontrar en el mismo sitio y reunidos con la misma expectativa a individuos pertenecientes a generaciones tan dispares, ya que, si bien la mayor parte del público eran adultos jóvenes entre los veinticinco y los treinta y cinco años, también había adolescentes y personas de la tercera edad. ¿Qué clase de artista es capaz de romper la brecha generacional? La respuesta puede encontrarse en las influencias de Edgar Oceransky, quien ha logrado fusionar el bolero, la trova, el rock y el pop, con una visión particular del amor que lo hacen asequible tanto a una chava de 16 años, como a un hombre de 60 que se quedó con las ganas de escuchar “Canción para quedarse en casa”.
Con apenas cuatro discos como solista, este cantautor ha sabido hacerse de un lugar en la escena nacional, erigiéndose como una realidad creciente de la nueva generación de trovadores mexicanos y ha iniciado su internacionalización compartiendo escenario con figuras tan importantes como Vicente Feliú y Mikie Rivera. “Te seguiré” es el título de su último disco, el más ambicioso de su carrera, en el cual uno puede encontrar canciones para intimar con el autor, en particular “Tuve”, una de las más conmovedoras que se han escrito en México en este siglo.
Oceransky también posee un carisma que sabe aprovechar, a sus 33 años, como un artista consagrado. Entre las ironías sobre los libros disponibles en la planta baja, se dio tiempo para coquetear con las muchachas de la primera fila y obtener a cambio sonrisas y cigarros, además de hacer gala de un humor que, sin transgredir los estándares falocéntricos de nuestra sociedad, hizo que muchos olvidáramos que más allá de las palabras hay una realidad injusta.
Pero la faceta más sincera, más bienquerida por todos los congregados, se decanta en la suave voz del cantautor. Su interpretación es potente y emotiva, y no tardan en aparecer entre el público los coristas autorizados por una carne trémula, por un corazón bien entonado. Cada momento es ideal para extender el abrazo hacia la novia o la amiga que está a punto de dejar de serlo. Una intervención afortunada fue la del trovador boliviano Rodrigo Rojas, quien interpretó cuatro canciones justo a la mitad del concierto. Canciones de claros tintes sexuales, juguetonas, emparentadas legítimamente con Woody Allen a quien el cantautor citó: “El sexo con amor es lo mejor, pero el sexo sin amor es lo segundo mejor”. Habrá que escuchar más canciones de este boliviano, que traía bajo el brazo “La danza del deseo”, su más reciente disco.
Oceransky recibió al público tan prendido como lo había dejado y se propuso llevarlo al punto más alto del concierto. Mis preferencias fueron satisfechas: “La recuerdo así”, “Qué tristeza”, “El faro”, “Camila”, entre otras que se van agregando a mi lista. Hubo tarareos, aplausos de pie, canto anitifonal para acompañar al trovador que ese día cumplía como oficiante del rito que elevó la carne a un nivel espiritual.


El diálogo desde el alma

La entrevista había sido concertada para después del concierto, pero un músico debe a su público mucho más que respeto y gratitud, por lo que Oceransky firmó discos, fotografías, sonrió, cotorreó, brindó con todos los que se le acercaron con la sonrisa de haber pasado una velada gratificante. El lugar iba poco a poco apagando sus luces, dejando cada vez menos rincones propicios para quien desea suplantar al periodista; pero al fin, al amparo de un cigarro, pudimos iniciar la conversación.

–En tus canciones tienes al amor como tema principal, pero siempre te vas a cosas muy sencillas, cotidianas, muy elementales en el sentido nerudiano. ¿Qué encuentras de erótico, por ejemplo, en ver la lluvia en el balcón?
–Veo lo erótico que tiene cualquier elemento de la naturaleza, que es donde nosotros podemos apreciar la belleza del mundo. Y la belleza, de una u otra manera, siempre termina despertando nuestro erotismo.

–Para ti es una visión cósmica.
–Absolutamente cósmica, para mí todos los elementos están integrados, desde mi punto de vista, no se les puede separar y hablar de las particularidades de cada uno, porque resulta artificial. Lo importante es cuando se conjugan, es cuando la situación es distinta; la luna siempre es la misma, igual que las estrellas, pero cuando se juntan y se coordinan de determinada manera con algunos otros elementos, ahí es cuando la escena se vuelve erótica.

–¿Ahí surge la metáfora?
–Sí, ahí es donde se hace la metáfora que explica mejor la realidad. Las metáforas sirven para eso.
–Tus canciones surgen de una experiencia vivida, al menos a quienes las escuchamos nos resultan muy sinceras, ¿pero qué tanto hay de fantasía, de imaginación en ellas?
–Pues mira, la realidad es plasmada en un noventa por ciento en mis canciones. El otro diez por ciento es la oportunidad que tenemos de mejorar la realidad que nos fue brindada, de ser creativos y recrearla como a nosotros nos hubiera gustado que fuera; si bien la realidad no es perfecta, uno la puede hacer perfecta.

–Sigmund Freud maneja el concepto de los “romances familiares”, con el que explica que los niños no recuerdan el pasado como fue, sino como ellos lo vivieron. En tu caso, ¿cuánto tiempo transcurre de la experiencia original hasta su transformación en canción, o ello se da inmediatamente?
–Por lo general me toma un tiempo, porque necesito haber entendido qué fue lo que me sucedió con esa realidad y, luego, saber qué necesidad tengo de plasmarla. Saber si es una necesidad de desahogo, una necesidad creativa o, simplemente, la necesidad de entender mi propio pasado. Componer es para mí la manera de curarme y, a la vez, de escribir mi historia. La historia se escribe hacia el futuro y como uno la quiere escribir, sólo cuenta lo que le conviene.

–Tomando en cuenta que dices que uno sólo cuenta lo que quiere contar, ¿tu sensibilidad hacia qué lado se carga, que cosas te duelen más de la realidad?
–Tengo los ojos demasiado abiertos hacia todo lo que me rodea, mi sensibilidad gira hacia muchos lados. Y me fijo tanto en la vivencia particular amorosa, como en la vivencia social universal, la vivencia política, como animales políticos que somos, pero mi creatividad se enfoca más por el lado del amor. Si bien me interesan todas las aristas de la realidad, prefiero dejar los asuntos de filosofía, de sociología, que también me interesan, para el ámbito de la conversación.

–Hiciste un cóver de la canción de Silvio Rodríguez “De la ausencia y de ti”. Él es un cantautor profundamente político, incluso cuando aborda el tema amoroso. ¿Por qué la escogiste para interpretarla?
–Pues mira, después de haber escuchado a Silvio durante tantos años, esa canción me conmovió por hablar de una situación tan cotidiana como lo es una reunión de amigos y cómo, de pronto, al faltar un elemento, la nostalgia invade a todos. Me maravilló primero por la letra y por la melodía. Yo oí un arreglo “muy medieval” de esa canción, con un clavicordio nada más, y me pareció completamente distinto del resto de las canciones de Silvio Rodríguez. Y la empecé a cantar y cantar.
Después tuve la fortuna de conocer la historia de Velia (el título original es “De la ausencia y de ti, Velia”) y la historia de Teté, de quien habla la canción: “sigo oyendo a Teté semana por semana, / ¿te acuerdas de allá?” Teté es, dicho por Silvio, el artífice de la Nueva Trova cubana. Es una mujer que hace canciones para niños y que presentó a Silvio con Pablo Milanés, con Noel Nicola y todos los iniciadores del movimiento. Yo la conocí en Cuba y, de alguna manera, me hizo sentirme cómplice, por lo que me da mucho gusto ayudar a difundir la canción, que es poco conocida.

–Me llama la atención que no tocas el tema político en tus canciones y, sin embargo, participaste y obtuviste el tercer lugar en un concurso que se llamó “60 años de Acción Nacional”. ¿Por qué participaste en él?
–Simplemente por ser un concurso de canciones que tenía como tema principal a México. Yo no soy alguien que comparta la ideología de Acción Nacional, sin embargo creo que ser separatista es igual de dañino que ser extremista, sea hacia la derecha o la izquierda. Creo que los partidos políticos están conformados por personas, es decir, las instituciones valen la pena porque hay gente detrás que las sustenta. A la institución la hacen las personas, pero las personas no son hechas por la institución, y yo me e encontrado gente maravillosa en ese partido como en otros. Participé solamente porque estaban pidiendo una canción.
Más allá del concurso, sí creo en el compromiso político y social como una persona que puede influir en su círculo por pequeño o grande que sea, y me pareció que era una buena oportunidad para convivir con gente que se encuentra del mismo lado del escenario en que uno está.

–¿Esa canción la has grabado?
–La grabé solamente para el concurso. No la volví a cantar porque me parece que fue escrita para un momento específico. La canción se llama “El otro México” y habla, contraria a la ideología de la derecha, de todo el México oculto a los ojos del mundo. Cuando surgió el movimiento zapatista a mí me impresionó cómo se le concedió voz a quienes antes no se les escuchaba. No habla en lo particular del movimiento zapatista, sino de la gente que se mantiene detrás de una montaña, un arado, un machete.

–¿Qué intentas conseguir con tus canciones? ¿Quieres conmover a tus escuchas, hacerlos reflexionar, entretenerlos?
–Lo primero que intento es un diálogo de almas. Yo sé que a quien me escucha no le interesa propiamente mi historia, sino la historia de cada uno de ellos reflejada en mí. Creo que uno como artista cumple la función de ser un espejo para que los demás puedan ver, afuera, todo lo hermoso que tienen dentro y que, la mayor parte de las veces, es muy difícil lograr mediante la introspección. Cumplo con la función de que las personas aprecien sus propias virtudes, a veces también sus errores; mostrar a Dios y al diablo, que no son más que lo mejor y lo peor que habita en cada uno de nosotros.

–¿Eres un hombre religioso?
–Religioso, no. Sí soy muy espiritual. Creo en el espíritu, en la existencia del alma, en la trascendencia del ser humano a través del tiempo y más allá de la vida. Creo en un ser superior, pero no a imagen y semejanza del hombre, sino como una enorme arquitectura que hace que todo lo que nos rodea camine con la fuerza del amor.

–Ya que tocaste este asunto de la dualidad espíritu/cuerpo. Recuerdas que en la Edad Media la mujer era idealizada por los trovadores, contraria a la carnalidad que se les ha concedido en los últimos tiempos y que ellas agradecen; pero existe el peligro de convertirlas en mero producto. En canciones tuyas, como “No soy un ángel”, te ubicas en un punto virtuoso entre los dos polos, ¿cómo llegas a él?
–Viendo a la mujer como a la propia Tierra, como un lugar en el que habitamos, del que nacemos, al que si le damos nos regresa, pero si le quitamos también nos lo cobra. Veo a la mujer como un todo dador de vida, dador de energía, dador de placer que no puede aislarse. No puedes ver a la mujer como un objeto de placer porque le restas toda su importancia espiritual y tu vida se vuelve vacía

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