(Fragmentos)
de Heberto Padilla
VI
Te decían:
Los niños como tú, William,
serán negados por el ángel;
blasfemas, robas en la despensa;
tienes la cara sucia;
andas siempre con claves
y grabados
y láminas…
Tú, arqueado el cuerpo, sonreías.
¡Ay, Blake, el siglo veinte
no es un simple grabado
en que batallan el arcángel y el
diablo!
Es esta trampa
en que luchamos, es esta lluvia
que nos ciega. Han arrasado las
despensas
y no hay señales
ni claves
que no pueda entender
el Ministerio de Guerra.
Entra, aún estamos en vela.
Cualquier día
me gritan a la puerta:
“Un hombre con paraguas, mi señor.”
(No puedes conocerlo. Es de esta
época.)
Cualquier día
penetran en mi cuarto.
“Mostró insignias, señor.”
Cualquier día
me obligan a salir a la calle,
me apalean; me lanzan como a una
rata
en cualquier parte.
(Tú no puedes saberlo. Es de esta
época.)
Contra mí testifica un inspector de
herejías.
Heberto Padilla y Roque Dalton en Cuba. Foto de Wikipedia. |
VII
Esta noche
me basta tu silenciosa presencia.
En mi cabeza turbada
tu poesía alumbra mejor que una
lámpara
sobre mis círculos de miedo.
No me distraigo.
Tengo los ojos fijos en la ventana.
Pasan camiones con soldados,
gentes de las líneas de fuego.
En mi casa resuenan las consignas
violentas.
VIII
La vieja profecía
que no te pertenece, extiende
como el agua
tus dominios.
Y ese viento te borra,
ese camino que debes proseguir
guarda un instante
tu desdicha;
esas bestias enanas
soportan equipajes de usureros.
Delante
de tus ojos el mundo
exasperado resplandece.
¡Alegría!
Se han perdido
todas las llaves, todas
las puertas se han cerrado,
y las flores anoche
se cubrieron
de un rocío de vasta anunciación.
Los árboles voraces,
las flores venenosas
mueren al fondo de la verja,
entre animales temibles.
Y aquí, William, te han puesto.
Aquí la vida te edifica;
hay algo aquí, nocturno,
que quieres descifrar para
mis ojos: símbolos,
dones tuyos
brillando en lo desposeído.
Tu hogar
es este mundo de bandidos
colocado en el centro de los
árboles.
Las tablas húmedas
de que están hechas nuestras casas,
son el olor tormentoso
de tu alma.
¡Alumbra, Blake, esta sencilla
majestad!