miércoles, 1 de julio de 2020

El emparedado


de Cruz e Sousa (João da Cruz e Sousa)
Trad. Agustín Abreu Cornelio

¡Ah, Noche! ¡Hechicera noche! ¡Oh, Noche misericordiosa, coronada en el trono  de las Constelaciones por la tiara de plata y diamantes de la Luna! Tú, que resucitas de los sepulcros solemnes del Pasado a tantas Esperanzas, tantas Ilusiones, tantas y enormes Saudades, ¡oh, Noche! ¡Melancólica! ¡Taciturna! Voz triste, recordativamente triste, de todo lo que está muerto, acabado, perdido en las corrientes eternas de los abismos bramantes de la Nada, ¡oh, Noche meditativa! ¡Fecúndame, penétrame con los fluidos magnéticos del gran Sueño de tus soledades panteístas y marcadas, dame tus brumas paradisíacas, dame tus cavilaciones de Monja, dame tus alas reveladoras, dame tus aureolas tenebrosas, la elocuencia del oro de las Estrellas, la profundidad misteriosa de tus sugerentes fantasmas, todos los sordos sollozos que rugen y rasgan el majestuoso Mediterráneo de tus evocadores y pacificadores Silencios!

Una tristeza fina e incoercible erraba entre los vivos tonos violáceos de aquel fin suntuoso de la tarde en llamas, incluso en los rojos sanguíneos, cuyo color cantaba para mis ojos, caliente, inflamado, en la lejana línea de los horizontes en largas franjas rutilantes.
El blondo y voluptuoso Rajá celeste derramaría aún los fugitivos esplendores de su magnificencia astral y trazaría desde lo alto y sutilmente las nubes con la delicadeza arquitectural, decorativa, de los estilos manuelinos.
Pero las ardientes formas de la luz poco a poco se quebraban, se velaban y los vivos tonos violáceos, destacados, ahora más flagrantemente crepusculaban la tarde, que expiraba anhelante, con ansia indefinida, vaga, dolorida, de inquieta inspiración y de inquieto sueño…
Y, abatidas, al final, las neblinas, las sombras claustrales de la noche, tímidas y vagarosas Estrellas comenzaban a brotar florecientemente, con una peregrina y nebulosa tonalidad de blancas y errantes hadas de Leyendas…
Era aquella, así religiosa y nublada, la hora eterna, la hora infinita de la Esperanza…
Me quedaría a contemplar, como sonambulizado, con el espíritu indeciso y enfebrecido de los que esperan, la avalancha de impresiones y de sentimientos que se acumulaban en mí en la proporción en que la noche llegaba con el séquito radiante y real de las fabulosas Estrellas.
Recuerdos, deseos, sensaciones, alegrías, saudades, triunfos, pasaban por mi Imaginación como relámpagos sagrados y centelleantes del esplendor litúrgico de palios y viáticos, de casullas y dalmáticas fulgurantes, de cirios encendidos y humeantes, de incensarios cincelados, en una procesión lenta, pomposa, en aparatos ceremoniales, de Corpus Christi, al fondo lejanísimo de una provincia sugerente y serena, pintorescamente aureolada por mares cantantes. Me llegó hasta la melindrosa flor de los sentidos la melopea, el ritmo huidizo de momentos, horas, instantes, tiempos dejados atrás en la arrebatada confusión del mundo.
Ciertos lados curiosos, expresivos y tocantes del Sentimiento, que el recuerdo venera y santifica; lados vírgenes, de majestad significativa, me parecían surgir del fondo estrellado de aquella noche vasta, de la amplitud saudadosa de aquellos cielos…
Se desdoblaba el vasto silforama opulento de una vida entera, rodeada de accidentes, de largos lances tempestuosos, de desolaciones, de palpitaciones ignoradas, como del rumor, de las aclamaciones y de los fuegos de cien ciudades tenebrosas de tumulto y de pasmo…
Era como si todo el blanco idilio místico de la adolescencia, que de un claro mechón de nubes, en Imágenes y Visiones del Desconocido, caminara para mí, leve, etéreo, a través de las formas inmutables.

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La traducción en español completa de este poema puede leerse en la revista electrónica Círculo de Poesía, en el siguiente enlace.

sábado, 16 de mayo de 2020

"Por qué odio el poema en prosa", de Tom Whalen


Trad. de Agustín Abreu Cornelio

Un hombre enfadado vino a la cocina donde su mujer se ocupaba en la cena y explotó.
Mi madre me decía este cuento cada día de su vida, hasta que un día ella explotó.
Pero esto no es un cuento, siempre aclaraba. Es un poema en prosa.
Un día vi a un hombre alimentar a su perro con un perro caliente. El perro caliente parecía una barra de dinamita.
Con frecuencia, el simple avistamiento de un poema en prosa me pone enfermo.
Estoy separado y vivo solo en una casa pequeña.
En mi tiempo libre, estoy cultivando un jardín nocturno.





* Conozco casi nada de la obra de Tom Whalen, solo lo que fue incluido por David Lehman en Great American Prose Poems, donde encontré este texto que decidí traducir. Sé que tiene una página web.

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