de Cruz e Sousa
(João da Cruz e Sousa)
Trad. Agustín Abreu Cornelio
¡Ah, Noche! ¡Hechicera noche! ¡Oh, Noche
misericordiosa, coronada en el trono de
las Constelaciones por la tiara de plata y diamantes de la Luna! Tú, que
resucitas de los sepulcros solemnes del Pasado a tantas Esperanzas, tantas
Ilusiones, tantas y enormes Saudades, ¡oh, Noche! ¡Melancólica! ¡Taciturna! Voz
triste, recordativamente triste, de todo lo que está muerto, acabado, perdido
en las corrientes eternas de los abismos bramantes de la Nada, ¡oh, Noche
meditativa! ¡Fecúndame, penétrame con los fluidos magnéticos del gran Sueño de
tus soledades panteístas y marcadas, dame tus brumas paradisíacas, dame tus
cavilaciones de Monja, dame tus alas reveladoras, dame tus aureolas tenebrosas,
la elocuencia del oro de las Estrellas, la profundidad misteriosa de tus
sugerentes fantasmas, todos los sordos sollozos que rugen y rasgan el
majestuoso Mediterráneo de tus evocadores y pacificadores Silencios!
Una tristeza fina e incoercible erraba entre los
vivos tonos violáceos de aquel fin suntuoso de la tarde en llamas, incluso en
los rojos sanguíneos, cuyo color cantaba para mis ojos, caliente, inflamado, en
la lejana línea de los horizontes en largas franjas rutilantes.
El blondo y voluptuoso Rajá celeste derramaría
aún los fugitivos esplendores de su magnificencia astral y trazaría desde lo
alto y sutilmente las nubes con la delicadeza arquitectural, decorativa, de los
estilos manuelinos.
Pero las ardientes formas de la luz poco
a poco se quebraban, se velaban y los vivos tonos violáceos, destacados, ahora
más flagrantemente crepusculaban la tarde, que expiraba anhelante, con ansia
indefinida, vaga, dolorida, de inquieta inspiración y de inquieto sueño…
Y, abatidas, al final, las neblinas, las
sombras claustrales de la noche, tímidas y vagarosas Estrellas comenzaban a
brotar florecientemente, con una peregrina y nebulosa tonalidad de blancas y
errantes hadas de Leyendas…
Era aquella, así religiosa y nublada, la
hora eterna, la hora infinita de la Esperanza…
Me quedaría a contemplar, como
sonambulizado, con el espíritu indeciso y enfebrecido de los que esperan, la
avalancha de impresiones y de sentimientos que se acumulaban en mí en la
proporción en que la noche llegaba con el séquito radiante y real de las
fabulosas Estrellas.
Recuerdos, deseos, sensaciones,
alegrías, saudades, triunfos, pasaban por mi Imaginación como relámpagos
sagrados y centelleantes del esplendor litúrgico de palios y viáticos, de
casullas y dalmáticas fulgurantes, de cirios encendidos y humeantes, de
incensarios cincelados, en una procesión lenta, pomposa, en aparatos
ceremoniales, de Corpus Christi, al
fondo lejanísimo de una provincia sugerente y serena, pintorescamente aureolada
por mares cantantes. Me llegó hasta la melindrosa flor de los sentidos la
melopea, el ritmo huidizo de momentos, horas, instantes, tiempos dejados atrás
en la arrebatada confusión del mundo.
Ciertos lados curiosos, expresivos y
tocantes del Sentimiento, que el recuerdo venera y santifica; lados vírgenes,
de majestad significativa, me parecían surgir del fondo estrellado de aquella
noche vasta, de la amplitud saudadosa de aquellos cielos…
Se desdoblaba el vasto silforama
opulento de una vida entera, rodeada de accidentes, de largos lances
tempestuosos, de desolaciones, de palpitaciones ignoradas, como del rumor, de
las aclamaciones y de los fuegos de cien ciudades tenebrosas de tumulto y de
pasmo…
Era como si todo el blanco idilio místico de la
adolescencia, que de un claro mechón de nubes, en Imágenes y Visiones del
Desconocido, caminara para mí, leve, etéreo, a través de las formas inmutables.
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La traducción en español completa de este poema puede leerse en la revista electrónica Círculo de Poesía, en el siguiente enlace.