Poeta de la tierra de Rubén Darío, Francisco Ruiz Udiel me expresaba hace unos meses su preocupación por la situación que se vive en Nicaragua, uno de los países más pobres del planeta. Antes que él, Ernesto Cardenal, el legendario poeta que fundó la comunidad de Solentiname en el archipiélago de Nicaragua, había llamado la atención del mundo sobre la tentativa del actual presidente, Daniel Ortega, para perpetuarse en el poder. En Nicaragua parece imponerse el olvido por mandato presidencial, pero está en los puños de los poetas e intelectuales aferrarse en la memoria colectiva de los ciudadanos y sostener las posibilidades de vencer a la injusticia. En honor de los poetas que se oponen al establecimiento de una nueva dictadura, me he impuesto este ejercicio conmemorativo.
Es veintidós de agosto de 1978. En el Palacio Nacional de Managua, capital de Nicaragua, alrededor de tres millares de personas van y vienen entre las dependencias burocráticas que se ubican en el edificio. Pero los salones más importantes son los que congregan a los diputados y senadores de la nación gobernada por el dictador Anastasio Somoza Debayle. Treinta minutos después del medio día, inicia un suceso que habría de conmover a Nicaragua, Centroamérica entera y los pasillos de la CIA: veinticuatro jóvenes que rondan los veinte años, comandados por Edén Pastora, toman por asalto el mando del edificio público más importante del país: el Frente Sandinista de Liberación Nacional había dado un golpe certero y estaba en posición de negociar la liberación de los presos políticos. Lo que se consiguió fue algo todavía mejor, pues el movimiento guerrillero nicaragüense se legitimó en sus causas y sus métodos con un “disparate magistral”, según lo calificó Gabriel García Márquez.
El plan había sido archivado durante ocho años por el alto grado de locura que implicaba llevarlo a cabo, debido a la escasez humana y armamentística del movimiento revolucionario, pero existió un detonante que volvió absolutamente necesaria la actitud intrépida. Éste fue una declaración del presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, felicitando al régimen de Somoza por avanzar en el respeto a los derechos humanos en el país. Tales palabras fueron entendidas como un espaldarazo que impulsaría el estado dictatorial por algunos años más desoyendo el clamor popular e ignorando crímenes ignominiosos como el asesinato del periodista Pedro Joaquín Chamorro.
Ahora que vemos en retrospectiva aquel suceso, la aritmética se empeña en obnubilar nuestra razón: cómo 25 individuos pudieron mantener a raya a más de dos mil quinientas personas; ¿a razón de cien individuos por vigilante, no se les pudo haber desarmado? La respuesta es bastante simple: existía un apoyo subrepticio a la sublevación. Lo anterior se puede corroborar en muchos testimonios de las cuarenta y cinco horas que duró la operación. Se dice que algunos oficinistas prepararon café para los guerrilleros, que algunos se ofrecieron voluntariamente como rehenes intercambiables y todavía más espectacular fue el desfile espontáneo que se armó tras el convoy que condujo a los sandinistas del Palacio Nacional hasta el aeropuerto.
Aquella fue una jornada heroica para el pueblo nicaragüense, comparable a lo que simboliza la toma de la Bastilla para los franceses, y un ejemplo para todos los pueblos oprimidos del mundo. Poco tiempo después se puso en marcha una huelga general, se desencadenaron las insurrecciones populares en varias ciudades del interior que fueron bombardeadas, lo cual deslegitimó todavía más al régimen. Al caer la dictadura, se instaló un gobierno revolucionario que habría de empeñar su palabra en pos de una vida democrática basada en el estado de derecho y el respeto a las libertades ciudadanas. Hoy, a punto de que se cumplan treinta años de la toma del Palacio Nacional, parece que la lección empieza difuminarse entre los políticos nicaragüenses.
Daniel Ortega fue el principal dirigente del Frente Sandinista de Liberación Nacional y quien fungió como presidente luego del triunfo de la revolución (de facto de 1979 a 1985 y, legalmente, de 1985 a 1990). Muchos sociólogos han descrito los procesos estabilizadores subsiguientes a cualquier revolución social; entre ellos, Max Weber, describió cómo la pasión desbordada en la revuelta se torna paulatinamente rutinaria, integrándose a la estructura social en modos mucho menos radicales de los que se planteaban en las ideologías. Otro sociólogo, Peter Berger, dice que “los intereses económicos y las ambiciones políticas entran en acción en el momento en que empieza a enfriarse el fervor revolucionario. Los antiguos hábitos se reafirman y el orden creado por la revolución carismática comienza a adquirir inquietantes similitudes con el ancien régime derrocado con tanta violencia”. Este proceso se vivió en México mediante el control hegemónico de un partido que adquirió el nombre con el que cualquier sociólogo moderno lo definiría (con toda la paradoja que entraña): Revolucionario Institucional.
Tal ocurrió con los altos líderes del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Tras perder asombrosamente las elecciones del año mil novecientos noventa, en las cuales el capital norteamericano tuvo gran injerencia, muchos bienes que el régimen revolucionario había adquirido a nombre del estado, fueron transferidos al partido, y de él llegaron misteriosamente al bolsillo de individuos como Bayardo Arce Castaño, reconocido ex-sandinista y “nuevo rico”.
Daniel Ortega fue elegido nuevamente presidente en el año dos mil seis, tras severas acusaciones políticas y civiles (entre ellas el abuso sexual de su hijastra, Zoilamérica Narváez Murillo), han proliferado las denuncias de extorsión y violación de los derechos humanos. Es vox pópuli el pacto que Ortega firmó con el expresidente Arnoldo Alemán, acusado de un desfalco de cien millones de dólares, con quien se repartió los altos mandos del gabinete del 2000 al 2006. Dice Ernesto Cardenal, parafraseando a Eduardo Galeano, que “aquellos que no tuvieron miedo de dar su vida durante los años de lucha revolucionaria, tuvieron miedo de perder sus casas, sus vehículos y sus bienes, y se apropiaron de todo lo que pudieron.”
Los antecedentes marxistas del actual presidente de Nicaragua hacen difícil creer que el parlamento de aquel país, presidido por un miembro del FSLN, firmara un tratado de libre comercio con Estados Unidos claramente desventajoso para el país centroamericano. Él mismo, siendo candidato a la presidencia, cambió el registro de su discurso moderándolo e incluyendo alusiones religiosas, sustituyendo el himno sandinista (que en una parte dice “luchamos contra el yankee enemigo de la humanidad”) con una canción de John Lennon. Aún peor, este pretendido político de izquierda apoyó la revocación de una ley de casi un siglo de vida que permitía el aborto terapéutico entre las nicaragüenses.
El más reciente escándalo político acaeció luego de que el Consejo Superior Electoral de aquel país decidió retirar el registro legal del Partido Conservador y del Movimiento de Renovación Sandinista, además de la presión que el estado ha ejercido sobre organismos no gubernamentales; este suceso que mantuvo en jaque a la opinión pública en aquel país fue la huelga de hambre encabezada por la héroe de guerra, la número “dos” del comando que tomó por sorpresa al Palacio Nacional hace treinta años: Dora María Téllez.
Una mujer con agallas
Fue identificada como “dos” en el comando que capturó el Palacio Nacional, justamente el número de décadas que había vivido. A su corta edad y contra el estereotipo, Dora María Téllez no dudó en desprenderse de caracteres propios de la feminidad, como el cabello largo, para cumplir con su convicción revolucionaria, ni dudó en abrir fuego cuando fue requerido. La comandante “dos” fue la encargada de llevar a cabo la negociación con el régimen somocista, gracias al cual fueron liberados cuarenta presos políticos, se difundió un manifiesto sandinista a nivel nacional y, por si fuera poco, lograron salir con cero bajas del intrépido movimiento.
Esta mujer que fue capaz de liderar el Frente Rigoberto López Pérez, una división del FSLN, durante la embestida final contra Managua en 1979, sigue siendo capaz de arengar a los ciudadanos a la movilización social. Basta ver la contundencia de su discurso, la solidez de sus argumentos y, sobre todo, la convicción y la fe en el pueblo nicaragüense para entender que no es un político acomodaticio más. Es una mujer con metas claras y decisión para lograrla. Una mujer que debajo de una palapa improvisada, rechazando día tras día la súplica de médicos que evaluaban su estado de salud, ha calado nuevamente los temores de la tiranía. No sin malicia el gobierno de Estados Unidos la ha clasificado como terrorista.
La izquierda mundial ha debido reformular su condición luego del fracaso del bloque socialista; ha perdido referentes, procedimientos, inclusive mucho de su lenguaje ha caído en desuso. La comandante “dos” se hizo política desde las armas, pero no tiene empacho en proponer una salida programática a la crisis que se vive actualmente, ya no digamos en Nicaragua, sino en el mundo. En 2006 aseveró en una entrevista que “hacer un programa de izquierda en esta época tan incierta requiere de valor” y proponía como ejes fundamentales de la solución al problema de Nicaragua a la Educación y al apoyo a la industria agropecuaria nacional.
El compromiso ético de esta mujer le ha permitido liderar la escisión más dura del FSLN, debida al caudillismo y autoritarismo de Daniel Ortega, así como a la corrupción de los ideales del partido. El Movimiento de Renovación Sandinista, además de la comandante “dos” se nutrió con todas las mujeres que alcanzaron altos mandos en el gobierno revolucionario: Mónica Baltodano, Gladis Báez y Doris Tijerino, así como de intelectuales que cumplieron un papel decisivo en el triunfo del movimiento tales como Ernesto Cardenal (Ministro de educación de 1980-85), el escritor Sergio Ramírez (Vicepresidente 1986-90) y la poeta Gioconda Belli, quienes han visto en Téllez la encarnación del nuevo vigor libertario, según se puede observar en los versos de G. Belli: “Cuanto me alegra que, a pelo de la muerte, / esta mujer escogiera no morirse”.
Luego de doce días de huelga de hambre, la líder de la resistencia ciudadana a la dictadura, tuvo que abdicar debido a una amenaza seria de diabetes. Sin embargo el cisma popular ha ocurrido y es mucha la gente que ha externado su apoyo a pie o mediante las bocinas del automóvil (el alojamiento de los huelguistas estaba localizado en una glorieta muy transitada de Managua). Incluso un grupo de panaderos y obreros de la ciudad de Masaya, ubicada a 27 kilómetros de la capital, inició una marcha de apoyo.
Cuando en 1985 Dora María Téllez asistió a la reunión “Contadora de la salud” que se llevó a cabo en España, las esperanzas estaban intactas pues la aventura democrática apenas iniciaba. Ahí, al ser entrevistada, la comandante dejó salir el espíritu de pitonisa que tantas mujeres llevan en sí: “Hoy me toca ser ministra de salud… bueno, puede que mañana me toque ser combatiente otra vez”, fueron sus palabras exactas.
La juventud despierta
En una entrevista del año 2001 en Chile, el poeta Cardenal expresaba que “los jóvenes están apáticos, apolíticos, desengañados y frustrados. No quieren saber nada de ningún partido.” Tal declaración pudo ser válida en aquel momento, pero en la actualidad, aún con la distancia y mediado por la información asequible vía Internet, mi percepción es totalmente opuesta. Acompañando a Dora María Téllez en su huelga de hambre, se hallaba el candidato a concejal Róger Arias, joven de veintidós años próximo a terminar la licenciatura en comunicaciones. Así me lo hace ver la gran cantidad de jóvenes portando cacerolas y pancartas en las manifestaciones que han dejado su huella en el canal de videos por internet you tube.
Hay que recordar que el FSLN fue un movimiento de vitalidad juvenil. Ya he mencionado que el promedio de los participantes del ataque al Palacio Nacional, excluyendo a Edén Pastora, era de veinte años. Pero fue tal la atracción que en los años setenta ejerció el sueño libertario sobre las juventudes que la Guardia Nacional nicaragüense tipificó como delito la “portación de edad”, con lo cual era práctica común que grupos de adolescentes fueran capturados e interrogados por ser sandinistas en potencia.
En los años subsiguientes al triunfo revolucionario se dio un movimiento alfabetizador en el que tomaron parte decenas de miles de jóvenes que dejaban los conglomerados urbanos para llevar las letras hasta las más alejadas zonas rurales. Sin embargo, la apatía de la que habla Cardenal puede tener una causa muy lógica para todos aquellos que vivieron su infancia durante la década de los ochenta, ya que por esos años se libraba una guerra sin cuartel frente el movimiento contrarrevolucionario apoyado por la CIA; época en la que se reclutaba a jóvenes cada vez menores, se les ponía un fusil en las manos y se les desvirgaba el candor. La propia Dora María Téllez, en su viaje a España de 1985, mencionaba que el principal problema de salud en Nicaragua era la guerra: “No hay ni un niño muerto por poliomelitis, pero hay centenares de niños muertos por la guerra.”
En los jóvenes se mantiene latente un espíritu ávido de ideales, están a la búsqueda del compromiso, pero suelen encontrarse con trabas sociales, desde el núcleo familiar, que le impiden, en primer lugar, tomar conciencia de una realidad nacional injusta y, en segundo, que obstaculizan los empeños para capitalizar su ánimo progresista en hechos que realmente incidan en la transformación social. De ahí que sea relevante que el llamado que Róger Arias, acompañante de Dora María Téllez, a la movilización social se dirigiera por igual a los jóvenes y a sus padres, a quienes les pedía concedieran a los hijos la libertad de acción.
No es ocioso recordar que el sociólogo alemán Herbet Marcuse, uno de los pensadores más influyentes en los movimientos estudiantiles de fines de los sesenta, pensaba que los jóvenes se encontraban en una posición privilegiada para la toma de conciencia por no haber culminado su periodo normalizador. La generación que hoy abre los ojos en Nicaragua no ha vivido los horrores de la guerra y no le teme a las consecuencias de la alternancia verdadera (no la que ha ocurrido en los últimos años entre el partido de Daniel Ortega y el de Arnoldo Alemán) o de la confrontación política y, por otro lado, aún no ha entrado en la angustia individualizada por un salario estable (aunque muchas veces insuficiente) y la resignación al status quo. Tienen la distancia suficiente para mirar críticamente e identificar los errores de la revolución sandinista, tal como escribe el joven poeta Daniel Ulloa (Managua, 1973): “En 1979 / en Nicaragua los jóvenes / soltaron un puñado de pájaros / pero olvidaron / soltar con ellos / también sus sombras”.
Los poetas que son
En Nicaragua resuenan los versos de Rubén Darío, aquel que le dijera a un presidente de Estados Unidos: “Se necesitaría, Roosevelt, ser por Dios mismo, / el Riflero terrible y el fuerte Cazador, / para poder tenernos en vuestras férreas garras. // Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!”
Este pueblo que ha sufrido tanto, ha dado al mundo poetas de primer nivel después del padre del modernismo latinoamericano: tenemos a José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Ernesto Cardenal, Claribel Alegría, Daisy Zamora, Carlos Martínez Rivas y Gioconda Belli, por mencionar los nombres más conocidos. Es que la poesía no es una trivialidad social, los poemas representan alternativas a la visión del mundo que se ha instaurado. El lenguaje poético escapa de la realidad, es una caja de doble fondo que presenta en primera instancia sensaciones y emociones, pero que en segunda puede llegar a conmover los paradigmas del pensamiento.
Las vanguardias artísticas de principios del siglo XX creían que era necesario dislocar la unión entre la realidad y el lenguaje; que si el uso cotidiano había enmohecido los goznes del mundo, presentándolo en conceptos inmutables en apariencia, se podía modificar la realidad tangible empeñándose el poeta en la modificación de la herramienta de comunicación social, la palabra. De ahí que José Coronel Urtecho se permitiera liberar a la serpiente de su carácter ponzoñoso y decir “una serpiente dulce como un canto”.
El aliento poético está profundamente arraigado en la sociedad nicaragüense y, en cierta manera, le ayudó a sobrevivir a los más de cuarenta años de dictadura somocista. En 1962, patrocinados por la Universidad Nacional Autónoma de México, Ernesto Cardenal y Ernesto Mejía Sánchez presentaron una antología de poemas revolucionarios, en la que los nombres de muchos autores fueron callados por miedo a las represalias. La poesía alcanza todos los ámbitos de la vida social: el chiste, el juego de palabras, el apodo; pero en el periodismo se dieron intercambios de gran relevancia, pues ambos géneros brindan testimonio de una circunstancia histórica. Así el periodista nicaragüense asesinado en 1972, Pedro Joaquín Chamorro, escribió en la década del cincuenta: “Anoche soñé que un tribunal compuesto por siete hombres me había llevado ante él para decirme: ‘Ciudadano Chamorro, se le condena a la búsqueda de una patria’.”
Al triunfo de la revolución sandinista, Ernesto Cardenal fundó talleres literarios en casi todos los rincones de Nicaragua y cuenta que tal experiencia brindó a los participantes, además del placer de encontrar la literatura, una toma de conciencia a partir del encuentro con la palabra y con la reflexión alrededor de la palabra. Muchos continuaron como campesinos, obreros, pescadores, pero algunos otros decidieron brindarse al pueblo como maestros o participando activamente en la política. En esos espacios también se buscaba fomentar el espíritu crítico –y el autocrítico– en aras de la conformación de una ciudadanía abierta a la democracia.
Los talleres de Cardenal cayeron en desuso y es inconcebible que en Nicaragua hasta ahora se empiece a impartir una licenciatura en filosofía, pero no en letras. Por eso es importantísimo el apoyo de los poetas consolidados al movimiento democratizador contra Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo. Entre ellos están los ya mencionados Cardenal y Belli, así como Claribel Alegría y Daisy Zamora; quienes se han encargado de difundir las condiciones nicaragüenses a otros puntos del planeta a partir del blog: http://poetascontraladictadura.blogspot.com/ Actualmente han conseguido el apoyo de destacados intelectuales que firmaron una declaratoria que exige al gobierno de Ortega atender las demandas de Dora María Téllez como representante de un amplio sector de la sociedad nicaragüense. Entre otros firmantes aparecen Juan Gelman, Mario Benedetti, Salman Rushdie y Noam Chomsky.
Este texto se anunció como un ejercicio de conmemoración, es decir, recordar de manera compartida, ya que los vínculos de Tabasco con Nicaragua están más allá del nombre de la avenida César Sandino. Por estas tierras cruzan día a día decenas de hombres y mujeres procedentes de aquel país, y muchos de ellos han dejado en estos humedales poco menos que su vida. Lo que nos resta por hacer, como pueblos hermanos que somos, es señalar la tiranía y aceptar la invitación que poetas valerosos nos hacen a descubrir su esperanza, que en ello se les va la vida. Y, por ser conmemorativo, vale traer nuevamente las palabras de Darío: “Poned ante ese mal y ese recelo / una soberbia insinuación de brisa / y una tranquilidad de mar y cielo”.