lunes, 1 de septiembre de 2008

La voz queda y la que va de paso

por Agustín Abreu Cornelio
(publicado en Vanguardia)




Las calles de Tenosique son amenazantes como el silencio y turbias ante la posibilidad del grito. La actualidad es difícil con todos los términos económicos y políticos que rondan en los medios de información, pero lo es más para los pobladores de este municipio periférico del estado de Tabasco, el más retirado de su capital, el que se arrincona en el margen del estado. Este sitio, con su avenida en la que los baches conviven con las zonas peatonales recién pintadas, se ha convertido rápidamente en punto medular para el tránsito de mercancía ilegal, desde ropa y fayuca, hasta armas, personas y drogas. La realidad es que duele hacer esta última enumeración, en la cual el sustantivo “personas” se codea con otros que no se encuentran en el mismo nivel ontológico: en principio, porque armas y drogas son objetos, pero además son incitadores de la violencia y de la perversión de cuerpos y conciencias, caso contrario al de la mayoría de los migrantes centroamericanos que ponen los pies en nuestro país con la esperanza de conseguir una remuneración más digna por su trabajo.
Las calles son amenazantes por todas las injusticias que se callan o se hacen callar: un gran porcentajes de los indocumentados que ingresan al país puede dar cuenta de las vejaciones que sufren por parte de pandillas y grupos paramilitares (maras y zetas), pero también de autoridades como policías municipales, estatales, federales, agentes de migración, etc. ningún nivel de la jerarquía está limpio. De ahí que sea más relevante la presencia de una voz sonante, grave y decidida como la de Blas Alvarado, fraile de profesión, quien dirige los esfuerzos para apoyar y salvaguardar los derechos de los migrantes.
El día anterior a la entrevista, Blas Alvarado cumplió doce años de dirigirse desde el altar a la concurrencia y en días posteriores estuvo al frente de una convención pastoral que incluyó manifestaciones públicas a favor del respeto a los cientos de centroamericanos que hacen escala en Tenosique a la espera del tren que los llevará más al norte, los cientos que llevan valor en las mochilas para poder enfrentarse al riesgo. El veintiséis de mayo pasado, junto con otros coordinadores de casas y asilos que conforman la Pastoral de Migrantes, Blas Alvarado recibió un reconocimiento de parte de los Ombudsman centroamericanos, ante lo cual se siente honrado pero no duda en aceptar la felicitación con lo siguiente: “La verdad es que nosotros no tenemos un recurso destinado a gastos de representación, viáticos, talleres, cursos, y tampoco creemos en el burocratismo ni en la publicidad de los grandes talleres y convenciones, ya que de lo que se consigue en ellos aterriza, se concreta, una mínima parte para solventar la situación real del migrante. Hay grandes acuerdos internacionales firmados, etcétera, y quién le ha ayudado al migrante: la misma situación de hace años, prevalece ahora. Los únicos que han entrado al quite con esa situación son las ONG’s y las iglesias diversas –porque la pastoral de migrantes que se ha establecido aquí no es exclusiva de la iglesia católica, está también el Ejército de Salvación.”
Para enmarcar mejor la situación, antes de iniciar la entrevista, un apagón enturbió aún más el ambiente que se vive en la parroquia de San Román. Justo cuando Fr. Blas dio la bendición a un nuevo enlace matrimonial, la luz se nos calló como en la espera de un grito desgarrador, pero lo que vino fue la voz sosegada y argumentada del religioso contestando mis preguntas, la voz queda como la campana que en algunos pueblos ordena el resguardo.

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–¿Hay una red bien establecida de casas del migrante? ¿Ustedes pueden decirle a la gente que viene de paso a qué lugar acudir?
–Nosotros tenemos un folleto con las direcciones de todas las casas del migrante a lo largo del país, de tal manera que el migrante sabe que si llega a Veracruz, a Puebla, al DF, Sonora, Chihuahua, en fin, a dónde acudir. Lo que nosotros creemos, dadas las circunstancias que prevalecen, es que la frontera de Tenosique va a desplazar en poco tiempo a Tapachula en número de migrantes. De hecho la ha desplazado, porque cuando se “descompuso” la vía del tren, los migrantes empezaron a salir por acá. Nosotros trabajamos en siete puntos naturales de cruce, aparte del oficial que es El Ceibo, que el migrante no utiliza nunca. Hemos pugnado en las instancias oficiales para que México inicie el proceso de una reforma migratoria para los centroamericanos: no un libre tránsito, sino controlado, que conceda documentos al migrante, lo cual permitiría que haya un ingreso económico –por si al gobierno le interesa–, se expondría menos al migrante a ser presa de la fuerte delincuencia fronteriza, habría una disminución de la corrupción que ejercen las diferentes dependencias en torno a los migrantes e, inclusive, se tendría un mejor control sanitario –porque a veces al migrante se le tacha de que porta enfermedades, y yo digo que si esto existiera es a causa de la negativa de México para dar entrada legal a estas persona que van de paso, son transmigrantes. Pero ciertamente, le estamos haciendo el trabajo sucio a Estados Unidos. Yo digo que la frontera de Estados Unidos se corrió y ahora está en Tapachula y en Tabasco, eso molesta un poco al gobierno, pero es lo que parece porque el país del norte manda a México que sea su primer filtro migratorio de las personas que se dirigen hacia allá.

–Hay un par de cuestiones que acaba de mencionar: el reconocimiento institucional de los derechos del migrante y, por el otro lado, la corrupción de las mismas instituciones. ¿Cómo deshacer esta ecuación para que sólo perviva el primer término?
–De hecho sabemos que si el migrante, para reglamentar su entrada a México, fuera sujeto de una documentación habrían situaciones corruptas, pero serían las menos en comparación con lo que existe ahora, pues al migrante no se le brinda ninguna oportunidad para que pueda entrar de una manera regulada al país. En realidad, cuando no ponemos a analizar esta situación, creo que el gobierno jamás realizaría una reforma migratoria porque es un negocio redondo, es un círculo vicioso que ya se ha formado y que va a ser muy difícil erradicar. Cuando un círculo vicioso se ha cerrado y se ha mantenido durante mucho tiempo, la erradicación del mismo será difícil, pero no imposible. Así como se llevó años la conformación de ese círculo vicioso que hasta ahora está tan fuerte, se llevará muchos años para ir corrigiendo poco a poco los atropellos, las violaciones de los derechos humanos de los migrantes.

–Creo que las organizaciones religiosas tienen un arma importantísima y fundamental, que es poder sensibilizar respecto del sufrimiento ajeno. Ahora, esa arma ayuda a crear conciencia del problema, pero ¿cómo modificar la situación concreta?
–Es un proceso gradual, bastante largo, en el que vemos que la imagen degradada del migrante ha ido superándose. Esa imagen del migrante como delincuente, maleante, como un ser negativo, se ha ido transformando y ahora lo consideran como una persona que necesita, que está viviendo una situación crítica en su país, como muchos de nuestros connacionales la viven y se tienen que ir. No hay el arriesgue por parte de la mayoría de la gente para hablar por el migrante, defenderlo, pero el hecho de que no se le tache de criminal es un gran avance. Y la iglesia ha ido trabajando en ello. Sabemos que hay muchas labores humanitarias a favor del migrante: darles de comer, hospedarlos, curarlos si van enfermos, pero no estaría completa nuestra labor, que debe ser integral, si no creáramos consciencia en toda la gente, si no fuésemos presionando al gobierno para que sea menos agresivo contra los derechos del migrante y les conceda algunas facilidades.

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En la casa parroquial, resguardados del hambre de las autoridades, pude escuchar las voces que están de paso: Noel Carrión, Lucas Carrión, Marvin Henríquez, Enrique Valdez, hondureños todos, externaron su miedo y su fe, aunque en la balanza es la palabra más breve la de mayor peso. En ellos me sorprendió el desinterés de su búsqueda, ya que están informados de las condiciones de segregación racial y de los operativos antiinmigrantes de la unión americana, pero es una meta común en todos ellos (padres de familia) poder brindar un mejor futuro a su descendencia. Persiste en ellos, además de la fe en Dios, la certeza de que el factor de cambio más poderoso es la educación. Afirma Marvin Henríquez (quien se dedicaba a la agricultura) que el viaja a Estados Unidos para que sus hijos estudien en una escuela privada, ya que “la educación que da el gobierno es tan corrupta como los políticos”. “Mis hijos van a ser ingenieros, de menos” asegura Marvin.
Ellos están decididos a romper el “círculo vicioso” que impide una mayor equidad social. Noel Carrión cuenta que él fue un buen estudiante, pero no pudo continuar más allá de la primaria porque sus padres no poseían los recursos económicos necesarios; aunque sí aprendió un oficio, la carpintería, él sabe que con la remuneración que percibe por su trabajo no podrá brindar a su hija un futuro mejor de lo que la vida le ha concedido a él, pesares. Una hondureña, cuyo nombre no quiso ceder, asegura que en su caso no el problema no era el desempleo: “Yo soy costurera de alto nivel, en cualquier maquiladora consigo empleo, pero no alcanza para mantener a mis tres hijas”. Es madre soltera y, aunque afirma que el padre de dos de ellas le manda dinero desde Estados Unidos, se las ha visto negras y ahora viaja a paso lento, pero seguro.
Estos son los personajes que Fray Blas protege y orienta en su tránsito, es la voz efímera que deja su huella sobre el eco.



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–La migración es un fenómeno que se produce por circunstancias sociales críticas, de Centroamérica en este caso…
–En realidad, siendo muy críticos, viéndolo a profundidad y haciendo un análisis severo de toda la situación consideramos que Estados Unidos está manteniendo lo que existe en la frontera, el círculo vicioso de que hablaba antes. A Estados Unidos le conviene mantener el estado de pobreza y marginación en Centroamérica porque todo el movimiento migratorio de Centroamérica hacia el norte, reditúa al mismo Estados Unidos. Es un negocio. No solamente por la mafia que se dedican al tráfico de personas, sino por otras situaciones. Si Centroamérica llegara a tener la capacidad de dar trabajo a sus habitantes, nosotros consideramos que habría un desfasamiento en la economía gringa. Eso es muy cierto, les conviene mantener el círculo de pobreza, para que haya movimiento; no se les da oportunidad de generar fuentes de empleo y un modo digno de vivir para que el migrante se vea en la necesidad de salir de su país. El migrante genera una economía desde el momento en que sale de su tierra, y aún dentro cuando lo contactan quienes van a transportarlo; una economía de la cual se tienen número –así nomás al aventón– muy altos, por lo menos en México sólo el narcotráfico superaría al tráfico de personas. Entonces, vemos a la mayoría de los gobiernos de Centroamérica –la mayoría, otros sí se avientan contra las circunstancias– viviendo bien, pero el resto del país… Como decía un mandatario centroamericano: hay quienes dentro de esta región están supeditados y vendidos como gobierno a Estados Unidos, y quienes quieren levantar la voz para sacar avante a su pueblo son aplastados y son callados. Algunos los tacharían de comunistas, pero es una realidad que se debe analizar y superar.

–¿Para usted el viaje de los migrantes es en busca de una mejoría económica o implica una reivindicación de su esencia humana?
–En realidad el migrante, cuando sale de su país sabe que va expuesto a un sin fin de vejaciones, y cuando llega a su destino, Estados Unidos, va a seguir siendo vejado por mucho tiempo mientras permanezca allá de manera ilegal, y aún cuando llegara a obtener su documentación, por el hecho de ser originario de otro país, siempre se le va a denigrar. Entonces, la mayoría de los migrantes que vienen de Centroamérica (en su mayoría hondureños, pocos guatemaltecos, salvadoreños o nicaragüenses) pues van con la intención de tener un modo de vida más desahogado. Si platicas con los hondureños ellos te dicen cuánto ganan en un día, cuántas lempiras y cuanto equivale en pesos, y si lo comparamos con la mayoría de nosotros, ellos se encuentran en una situación demasiado crítica. Qué programas de apoyo hay en su país: casi no hay nada. A nosotros a veces nos da no sé qué recibir reconocimientos de esos países cuando quisiéramos gritarles que mejor vean por el pueblo donde viven, que armen políticas que solucionen lo que están viviendo, porque aunque pasen por acá y sepan que nosotros les vamos a echar la mano, esa no es la solución. Yo creo que mucha gente, sobre todo los gobiernos, están esperanzados a las remesas, a lo que pudieran obtener por mantener en una situación de pobreza que dé lugar a la migración.

–¿Qué opinión le merece la frase de que “la pobreza es un pecado social”?
–Es así. Es un pecado social porque la pobreza no es el fruto de un crecimiento desmedido de la población, no es que la población sea floja, la pobreza no es consecuencia de que nos estamos acabando el planeta, sino que es el fruto de la desigualdad, del acaparamiento, de la falta de solidaridad, de la explotación que los poderosos ejercen sobre los que menos tienen. Cuando haya una justicia real de los que tienen más para los que tienen menos, nadie pasará hambre, no habrá esa pobreza. Pero desgraciadamente la riqueza está en manos de unos cuantos, y esos cuantos cuando invierten su capital quieren ganar a costa del hambre y de la explotación de los otros. Por eso se dice que la pobreza es un pecado social.

–¿Esta idea de algunos teólogos, como Leonardo Boff, que dice que para poder evangelizar al pueblo primero hay que ofrecerle condiciones dignas de vida?
–Es cierto. Cuando nosotros estudiamos teología, estudiamos algunos documentos de Leonardo y de Clodovis Boff, de los padres de la teología en América, analizábamos y veíamos con claridad que sí, ciertamente no le puedes ensañar a un niño el padre nuestro si tiene la panza vacía. La evangelización debe ser integral y la base fundamental es bíblica, aun para los teólogos de la liberación –que no son tan fundamentalistas–: Jesús no se preocupó sólo de que aprendieran la doctrina, sino que se preguntaba quién les va a dar de comer a la gente hambrienta. Nuestra evangelización, como iglesia, debe ser integral. No solamente debemos exigirle al pueblo que venga a misa, que comulgue, se confiese y rece, sino que también debemos caminar a su lado en la búsqueda del pan de cada día.

–¿Cuál es el ideal de ser humano?
–El ideal es vivir con dignidad, considerando de quien venimos, hacia dónde vamos y en quién nos movemos, que es Dios, nuestro ideal debe ser vivir con él, asemejarse realmente a Dios.

–¿Y el ideal como sociedad?
–Una sociedad justa donde no deberían existir las jerarquías piramidales: yo soy más, tu eres menos. Una sociedad que fuera circular en donde todos fuéramos iguales, con diferentes dones, carismas, ministerios, pero siempre enfocados hacia la dignificación del hombre.

–Tenía ganas de leerle un par de versos de Ernesto Cardenal, pero las condiciones nos lo impiden. Yo considero que el proyecto de la comunidad de Solentiname, que echó a andar Cardenal, fue algo maravilloso y paradigmático. ¿Usted cree que habría condiciones para intentar algo bajo ese modelo en nuestro estado o nuestro país?
–Yo pienso que sí. Lo único que falta, y decimos con tema, es que la iglesia en México da muchos pasos atrás en relación a otros países en donde maravillosamente el impulso de una nueva evangelización de mayor compromiso, de mayor incidencia en esa búsqueda de la dignidad del hombre, viene de la jerarquía. Cosa que no sucede en México. Aquí la búsqueda de esa dignificación viene de la base, de los pobres que no tienen títulos. Pero consideramos nosotros que sí es posible porque hasta los de la alta jerarquía debemos ser evangelizados, y somos evangelizados por los pobres porque nos cuestionan en la misión y en el ministerio que estamos desarrollando.

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El apagón duró algunos minutos más, pero esa voz clara como el color de la investidura religiosa de Blas Alvarado, se empeñaba en cintilar muy queda, como un murmullo, como una canción de cuna entre la amenaza del silencio y la del grito.

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