Por Agustín Abreu Cornelio
(Publicado en Solar de Cultura)
Quienes han pisado tablas aseguran que no hay manera de alejarse del teatro, para bien o para mal. Quienes gustamos de ocupar una butaca e invadir ese mundo ficticio que se realiza sobre el escenario, sabemos que también hay algo de seductor de este lado del telón. Para esta pluralidad se conmemora el Día Internacional del Teatro cada 27 de marzo, unos días después del Día Internacional de la Poesía. La cercanía de estas celebraciones estrecha aún más las relaciones entre dos géneros artísticos a quienes se les ha decretado, desde hace muchos años, la muerte.La poesía y el teatro en sus dos facetas: dramaturgia y realización escénica, se aferran con todo su potencial expresivo y creativo. Es cierto que en ambos casos hay grandes éxitos económicos: Brodway, ¿no es una industria millonaria?; Veinte poemas de amor y una canción desesperada, ¿no se edita y reedita cada mes alrededor del mundo? Pero estos ejemplos no son más que un abuso utilitario de algunos recursos, buenas ideas y excelentes producciones, acompañados, claro, por una fuerte inversión. Se ha matado en ellos lo que podrían tener de confrontación social y estética, ese germen reflexivo y emotivo que incomoda a la vez que brinda placer.
Cats, la famosísima comedia musical de Andrew Lloyd Weber no debe dejar de verse como una alegoría social; sin embargo, la parafernalia y el ambiente farandulero han trivializado su contenido. La cursilería en que suelen encasillarse los poemas de Pablo Neruda, impiden que se aprecie el conflicto genérico en sus veinte poemas de amor: “me gustas cuando callas porque estás como ausente y me oyes desde lejos y mi voz no te alcanza” expresa un empoderamiento masculino ineludible.
Es una verdad sociológica que la inercia social se empeña por mantener el statu quo. Apegados a ello, aparatos gubernamentales y población misma parecieran empeñarse en asfixiar expresiones artísticas de suma importancia para el saneamiento social, en específico las dos ya mencionadas. Ejemplo de ello es nuestra ciudad capital, Villahermosa, la cual hace gala de excelentes teatros y auditorios usados para ceremonias escolares, mítines políticos, y en los que la representación dramática brilla por su ausencia. Si el teatro pervive en nuestro estado, es por acciones aisladas: la “compañía” Celestino Gorostiza y su principal promotor, Vicente Gómez Montero, Martha Crocker y familia (el Ejército de Liberación Neuronal, lo más serio de nuestro entorno), y los grupos de teatro infantil que funcionan por las buenas intenciones de padres, maestros y entusiastas actores. Tampoco podemos olvidar el teatro indígena.
Me mostraría muy avaro si achacara al gobierno todas las culpas: ¡los apoyos económicos no llegan! ¡hay muy pocas oportunidades para educación y capacitación! ¡no se trabaja en la formación de públicos que entiendan a cabalidad los nuevos recursos y el lenguaje del teatro actual! Cada uno de nosotros, cuando dejamos de asistir a las dos, tres o presentaciones únicas de obras teatrales tabasqueñas, estamos poniendo un poco más de trapo a nuestra mordaza.
“¿Puede que hubiera llegado el momento de que los dolores que estrangulaban mi yo más profundo se liberasen y proyectaran mi palabra hacia la existencia?”, dijo la dramaturga egipcia Fathia El Assal hace justo cinco años, en su discurso conmemorativo del Día Internacional del Teatro. Deberíamos apropiarnos de esta frase, en Tabasco también hay dolores que merecen hacerse oír y representar.
1 comentario:
Esos son los mismos dolores que aquejan al teatro yucateco, es decir, es un mal que se extiende a nivel nacional.
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