por Agustín Abreu Cornelio
(Texto leído en la presentación de la segunda edición
del poemario Muerte de Catulo, de Marco Murillo;
Pareciera que algunos poetas han estado siempre
allí, que la historia se hubiese echado a andar por el peso de sus palabras.
¿Qué hubo antes de Homero en ese mar que hoy llamamos Mediterráneo?
Indudablemente mujeres y hombres que vivieron, odiaron y amaron, pero que hoy
ceden su lugar al de los pies veloces, al domador de caballos, al fecundo en
ardides. Todo el universo arde y renace constantemente, y los poemas no pueden
sino dar testimonio de que algo debió recordarse. Ponen una marca en la
trayectoria del olvido: lo hacen interponiendo signos, palabras, metáforas,
ante lo que no puede recuperarse. “Se canta lo que se pierde”, escribió Antonio
Machado con razón plena.
La obra de Gayo Valerio Catulo, lo mismo que la de
autores más recientes o más antiguos, persiste como un monumento a lo que el
tiempo nos ha arrancado de las manos. Sin embargo, las palabras del poeta
latino, tan llenas de nada, sólo indicios de lo que fue su atormentada vida,
lucen ante nosotros como una invitación a la pasión propia. Es decir, el poder
de la poesía reside en invertir la pérdida, en hacer del olvido una acción
creativa. Marco Antonio Murillo, en Muerte
de Catulo, describe de gran manera la naturaleza del fenómeno poético:
Pero algo oculto, cierta cosa olvidada,
acaso pueda recordar
que alguien habitó lo que ahora es
inhabitable. (31)
El mencionado libro de Murillo no es únicamente un
homenaje al gran poeta latino, también es una exploración de la poesía desde
los dos extremos que le conceden existencia: el del poeta y el del lector,
siendo que la más fecunda relación de ambos elementos es aquella en la cual el
lector se ve urgido de volverse creador. Síntoma de esto es que Murillo
decidiera finalizar cada poema con dos puntos, en vez del punto final; ello
podría interpretarse de dos maneras: como una indicación del estrecho vínculo
que une un poema con otro, pero también como una oportunidad para que el lector
imagine aquella consecuencia de lo que el poema plantea. Dos puntos que abren
el texto.
Pero no me refiero solamente a la lectura creativa
en la que el lector va poniendo de sí, de su experiencia vital para actualizar
las imágenes y metáforas que el texto le concede; sino primordialmente a
aquella la ocasión en la cual el acto de leer obliga al lector a enfrentarse a
una hoja en blanco para dar constancia de las propias pérdidas. Desde el
segundo poema de la primera sección del libro, el cual se abre con una famosa
línea de Virgilio: “Oscuros en la solitaria noche” (12), hasta aquel “soneto en
prosa hecho mediante la combinación de 13 versos de distintos autores” (28), Muerte de Catulo se convierte en una
defensa de la apropiación lectora:
¿Qué diría el César si supiera que tus poemas son
plagio de otro poeta más antiguo que las antologías?
¿Qué diría si supiera que mientras
Lesbia transcribía cada uno de sus versos, tú sentenciabas al fuego cualquier
rastro de tu anónimo colega? (29)
De esta manera, el poema que Marco Murillo nos
concede se presenta ante nosotros, lectores del siglo XXI, como un espacio de
la “ahoridad” que Haroldo de Campos exigía para la poesía contemporánea. Si
bien el libro se encuentra lejos de los poemas concretos, sí atiende a aquel
postulado de Campos que exige romper la orientación lineal de la tradición para
que el poema sea un eterno presente en el cual conviven poemas de distintas
épocas, pretendiendo romper de esta manera con el determinismo histórico (De Campos
47).
Ya el primer poema de la serie “Pobre Valerio Catulo” describía el brindis en
el cual se han de mezclar los licores con la sangre al romper las copas que los
contenían. En el caso de Murillo hablamos no sólo de la poesía de Catulo y
Virgilio, sino también de Quevedo, Sor Juana y, sobre todo, Rilke.
Podría sorprender el hermanamiento en Muerte de Catulo del poeta germano con
el latino, del poeta purista con el exaltado autor de epigramas. Mérito de
Murillo es hacernos recordar que ambos coinciden en el trabajo de la palabra,
en la búsqueda de la belleza, en el conocimiento de que la belleza, como la
felicidad, es inalcanzable y, por ello, terrible. Pero sobre todo, en la plena
conciencia de saber que es la pérdida lo que persiste en el canto. “Aprende a
olvidar que tú cantaste”, recomienda Rainer María Rilke a un muchacho
enamorado, en el tercero de sus sonetos a Orfeo, “esto no es tu amor” (Rilke 25).
En cuanto al poeta latino, famoso es aquel poema en
el cual cantó la muerte del gorrión que tanto hizo sufrir a su amada Lesbia.
Pero más interesante, en la ocasión de este escrito, es la particular visión
que de la poesía de Catulo se presenta en el libro de Murillo, quien pone
énfasis en la lucha agónica que sostiene el poeta con la escritura, cuyo
instrumento llama con gran coherencia “lanza de doble filo”. Lucha que sostiene
contra el morir y olvidar constante, como contra el ángel de Rilke:
lanza
de doble filo, escribí
para
luchar por la vida, hoy renuncio a este combate,
la victoria fue mi derrota frente al
tiempo (Murillo 20)
Sea quizá esa expresión del tiempo, del ser en el
tiempo, aproximación a la poética de Rilke, lo que mejor realizado está en Muerte de Catulo. No buscar la
conservación, el honor propio, si hasta los imperios caen –como se señala en el
poema “Roma, 476 d.C.”–; sino entregarse a la pérdida de la voz propia: “Más
que esta ciudad arrasada, me conmueve que escribas en el aire” (18). El fluir,
representado en el poemario por el aire lo mismo que por el río Tíber, es
símbolo del tiempo cuyas aguas “intactas casi” (13) corren sin encontrar
desembocadura; fluir en el cual somos nada, aunque nuestras palabras sí puedan
persistir cargadas con olvido con su irrevocable pérdida.
Borges escribió en un breve poema “La meta es el
olvido”. En esa entrega desinteresada es en la que Marco Murillo parece haber
sido empujado por la poesía: en reconocer la valía de sus ruinas, en soplar la
ceniza hasta que arda todo lo que de carbón hay en ella. La poesía, y él lo ha
escrito en el poema “Las palabras y el fuego”, no es una decisión de vida, es
simplemente vida; espacio que habitamos aunque no nos brinde refugio, como lo
ha escrito él también en el último poema del volumen.
“Se canta lo que se pierde”, escribió Machado. Habría
que leer los versos de Muerte de Catulo
al amparo de dicho pensamiento para comprender cuánto promete la poesía de
Marco Antonio Murillo. Estos, por ejemplo:
Tuvo un castigo más terrible y más
perenne que Prometeo:
El olvido. (34)
Obras citadas
De Campos, Haroldo. De la razón antropofágica y
otros ensayos. Trans. Rodolfo Mata. México: Siglo XXI, 2000.
Murillo, Marco Antonio. Muerte de Catulo.
Puebla: Rojo Siena, 2013.
Rilke, Rainer María. Sonetos a Orfeo. Trans.
Otto Dörr Zegers. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 2002.