lunes, 17 de noviembre de 2008
sábado, 18 de octubre de 2008
No dar la nieve a Alexander Solzhenitzyn
Yo no conozco la nieve. Sin embargo, imagino que en estas fechas comenzará a fermentar su inmaculada dulzura, a extenderse por los páramos de la gran Rusia con tanta firmeza, con tanto peso transparente como lo hiciera en las épocas de la “cortina de hierro”, y que horadará las tumbas hasta encontrar la barba del escritor que con mayor fiereza se atrevió a denunciar las injusticias del régimen soviético: Alexander Solzhenitsyn: ganador del premio Nobel de literatura en 1970, poseedor de una voz lírica, crítica y valiente que lo caracterizó durante toda su vida y que le ganó el respeto no sólo de los intelectuales de todo el mundo, sino también la de sus constantes perseguidores, los elementos de la inteligencia soviética, tales como el ex presidente ruso Vladimir Putin quien a su muerte no se contuvo de declarar: “es una pesada pérdida para Rusia”.
Nacido en 1918 en Kislovodsk, pequeña ciudad del Cáucaso que durante fines del siglo XIX se hizo famosa por albergar artistas e intelectuales rusos, manifestó desde muy temprana edad sus inquietudes literarias, atiborrando los cuadernos que el estado soviético repartía a los estudiantes, los cuales, irónicamente, ilustraban sus portadas con imágenes y lemas alusivos al régimen stalinista. Cuenta Ludmila Saráskina, la más reciente biógrafa del escritor, quien tuvo acceso a su archivo personal, que “a los 16 años, había planeado sus obras completas y las había editado, manuscritas en cuadernos” y que él mismo solía indicar que la tirada de tales ediciones alcanzaba varios miles e, incluso, millones de ejemplares.
Solzhenitsyn fue un inocente entusiasta del comunismo, del cual se fue desencantando paulatinamente, sin perder el compromiso que lo unía con el elemento más tangible de la Unión Soviética: el pueblo. De manera congruente, se enlistó en el ejército para combatir la invasión nazi durante la Segunda Guerra Mundial, alcanzando el rango de capitán, participando en la ofensiva final sobre Berlín y obteniendo condecoraciones por su desempeño. No obstante, durante el regreso de las tropas a la URSS, Alexander escribe una carta a un amigo en la que crítica a José Stalin. Éste hecho, como extraído de la novela La broma, del checo Milán Kundera, le gana la primera represalia. El propio escritor ruso lo narra, con parquedad, de la siguiente manera: “Ya habíamos escapado del cerco de los alemanes y nos dirigíamos hacia Könisberg. Allí me arrestaron. Pero ni el optimismo ni las convicciones que me impulsaban me habían abandonado.”
Este escrito, la carta a un amigo, que no salía del ámbito privado y que tenía un destinatario único, obsequió a Solzhenitsyn con ocho años en el sistema de prisiones para detractores políticos, conocido en la Unión Soviética como Gulag. Al cumplir su condena, “rehabilitado” para la vida social, Solzhenitsyn había templado su carácter, forjado su valentía y adquirido la información necesaria para escribir su primera gran obra, Un día en la vida de Iván Denísovich, novela que narra la cotidianeidad de los campos de trabajo forzoso, la cual pudo publicar hasta 1962. Mientras tanto, se ganaba el pan diario impartiendo clases de física y matemáticas en Ryazán, una pequeña ciudad del centro de Rusia, materias en las cuales se había licenciado varios años antes en la Universidad de Rostov.
A partir de la publicación de Un día en la vida de Iván Denísovich, la persecución y la censura fueron abrumadores y alcanzarían su punto cumbre en 1970, cuando se le concede el premio Nobel, a cuya ceremonia de recepción Solzhenitsyn se negó a asistir por temor a que se le impidiera el retorno a la Unión Soviética. Cabe decir que para entonces las obras del novelista circulaban sólo de manera clandestina en los países que conformaban el Pacto de Varsovia. Eran los días en que la ortodoxia del Partido Comunista Soviético aplastaba sin miramientos cualquier brizna reformista, aún dentro de los términos marxistas; pero estas se propagaban fácilmente entre los círculos estudiantiles, tal como ocurrió en Checoslovaquia en 1968, país que fue invadido y depuestos los dirigentes del partido comunista de aquel país por haber reformado su reglamento interno, contraviniendo las recomendaciones soviéticas.
Las obras de Alexander Solzhenitsyn cruzaban las fronteras de la Unión Soviética dos veces, primero como manuscritos teniendo como destino Francia o Alemania Occidental, donde eran editadas y distribuidas internacionalmente, y luego regresaban a territorio soviético en formato de libro, aunque disfrazadas y ocultas, de tal manera que pudieran evadir las estrictas medidas de seguridad fronteriza. Una vez dentro, los círculos de disidentes los pasaban de mano en mano, entre amigos, de maestro a alumno, o viceversa.
Una nueva bomba explotó en 1973, cuando Alexander Solzhenitsyn publicó la primera parte de su novela monumental Archipiélago Gulag, la cual valió a su autor una acusación de alta traición por denigrar el pasado de su país. Mediante este libro, dice Raúl del Pozo, “los comunistas de todo el mundo (…) descubrieron que por debajo del anticomunismo doliente y lírico de Alexandr Solzhenitsyn, estaba el infierno de la verdad. Pocas veces un libro ha causado tanto dolor. Los perseguidos, torturados, encarcelados de este lado se veían a sí mismos en la reconstrucción de almas, se encontraban entre los desaparecidos y se identificaban con los 227 testigos.”
Para el año siguiente, ya bajo el régimen soviético de Leonid Breznev, Solzhenitsyn publicó su Carta abierta a los dirigentes soviéticos. En ese momento la KGB ya discutía una resolución ante la “amenaza” que el escritor representaba para la estabilidad del régimen soviético. El debate se dividió en dos vertientes: la más férrea y tradicionalista, del grupo halcones, heredero del stalinismo, pugnaba por el destierro del escritor a la localidad siberiana de Verjoiansk, nombrada comúnmente “polo del frío”, donde, en palabras de Ludmila Saráskina, “hubiera estado fuera del alcance de la prensa occidental y donde hubiera muerto en poco tiempo”. La otra vertiente, más moderada e interesada por la posible reacción de Occidente, en plena Guerra Fría, tuvo más peso en la decisión, por lo que el escritor fue arrestado, sentado en un avión y enviado a la República Federal Alemana. Esta decisión contó con la participación de dos políticos que la vieron como una oportunidad ventajosa para sus trayectorias personales: por un lado, Yuri Andrópov, jefe de la KGB, tenía aspiraciones al máximo escalafón del estado soviético, por lo que no deseaba ser visto por la prensa internacional como un asesino y represor de corte stalinista; y por el otro, Willy Brandt, canciller alemán que había ganado el premio Nobel de la paz en 1971, tenía como misión política fortalecer las relaciones con el bloque soviético con miras a una futura reunificación de Alemania. Brandt, al recibir a Solzhenitsyn quedaba bien con la Unión Soviética y con el mundo occidental al resguardar y proteger la integridad del Nobel ruso.
Exiliado de la Unión Soviética y sin nacionalidad (la soviética le había sido retirada por considerarlo traidor a la patria), Solzhenitsyn vivió algunos años en Suiza para después trasladarse a Vermont, en Estados Unidos, donde continuó escribiendo contra el totalitarismo soviético hasta la caída de este régimen, momento en que pudo volver a su añorada Rusia. La labor crítica mantuvo la vitalidad que en su cuerpo le abandonaba en una silla de ruedas. En 2007, el ganador del Nobel aceptó el Premio Nacional, máximo galardón que ofrece el gobierno ruso, luego de haberse negado en dos ocasiones previas. En 1990, aún bajo el mandato de Mihail Gorbachov, lo rechazó porque “no podía aceptar una manifestación de reconocimiento personal por un libro que fue escrito con la sangre de millones de hombres” (se refiere a Archipiélago Gulag), en palabras del propio autor. Y cuando la oferta fue personalmente de Boris Yeltsin, dice: “yo contesté que no podía aceptar ninguna condecoración de un poder estatal que había llevado a Rusia al borde de la ruina.”
Algunos de sus textos
El régimen soviético, como cualquier totalitarismo, estaba plagado de férreos mecanismos de control social. Sobre ello dice Raúl del Pozo: “el miedo, el instinto de conservación, instinto animal compartido por todos los seres humanos, fue utilizado por unos rufianes de la checa para destruir a la gente obligándola a aceptar compromisos morales menores. Unas veces era colocar un cartel en el escaparate, otras dice Havel firmar una petición acusando a un colega por hacer algo que al Estado no le gustaba, otras permanecer silencioso cuando un colega era perseguido injustamente. El estalinismo trató de convertir a todos en cómplices morales.”
Peter Berger, uno de los sociólogos de mayor influencia en la actualidad, en su libro Invitation to Sociology (traducido mañosamente como Introducción a la sociología) afirma que los mecanismos de control existentes en toda sociedad requieren de la confirmación constante de las personas destinadas a aplicarlos, y rehusarse a tal confirmación implica una amenaza a la definición imperante en la sociedad. Si Berger da tal caracterización para toda sociedad, imaginemos la Rusia soviética como un caso radical. El sociólogo norteamericano refiere tres posibilidades para rehusar la confirmación: la transformación, la separación y la manipulación, las cuales son aplicadas por los personajes de Alexander Solzhenitsyn.
En Por el bien de la causa, Alexander Solzhenitsyn nos sitúa en una pequeña ciudad provinciana, donde los estudiantes de una escuela técnica han solventado los problemas burocráticos que habían retrasado la construcción de su nuevo edificio, tomando ellos mismos las herramientas, haciendo la albañilería, la carpintería y ofreciéndose para la mudanza. A pesar de ello, el comité, al ver concluido el edificio, decide destinarlo para un instituto superior de ciencias.
En este texto, que podríamos colocar ajustadamente en el género de la novela corta, priva el uso de diálogos directos, lo cual nos permite conocer a los personajes mediante sus propias palabras y acciones, además de la intromisión del estilo indirecto libre que introduce al lector en el pensamiento de los personajes, pero sin que el narrador emita juicios sobre los actos. Así podemos presenciar la angustia del director de la escuela técnica y de la asesora de los alumnos, y la frustración de un grupo de jóvenes realmente comprometidos con los ideales comunistas (a lo largo de la obra se muestra a los jóvenes cantando canciones alusivas al poder de la técnica y a la supremacía del proletariado) que se sienten engañados y utilizados por una maquinaria amorfa y estúpida: la burocracia. En esta obra, los adolescentes impetuosos están dispuestos a tomar por la fuerza las instalaciones construidas con sus propias manos, pasando por alto las decisiones tomadas por los dirigentes del partido, pero es el director quien, a su pesar, cumple con su papel controlador al convencerlos de aceptar la parte del edificio que se les ha cedido.
La actitud de los estudiantes, previamente descrita, corresponde a lo que Berger llama transformación: “cuando observamos las revoluciones, descubrimos que los actos externos contra el antiguo orden son precedidos invariablemente por la destrucción de la obediencia y la lealtad interna”. Así, los adolescentes de la escuela técnica han sido sorprendidos en la toma de conciencia de su papel en la sociedad soviética, donde el esfuerzo se invalida en aras de la verticalidad burocrática. Estos muchachos, y hasta los maestros que se encontraban junto a ellos, han visto derrumbarse el sustento ideológico que los impulsó a tomar las herramientas de construcción o a cantar: “¡No queremos, no queremos languidecer / a la luz del hogar o de las velas! / Vamos a encender, sí, sí, sí, ¡vamos a encender / los diodos! / ¡Y los triodos! / ¡Y los tetraodos! / ¡Y los pentodos! / ¡Y muchas más lámparas de todas clases!”
En La casa de Matriona se nos muestra una situación poco común, la de un maestro que desea distanciarse de la civilización y, teniendo que alojarse en un poblado pequeño, decide hacerlo en la choza de una anciana olvidada por las instituciones sociales, quien le ofrecía muy pocas comodidades, desdeñando invitaciones de mujeres jóvenes. Este maestro, quien también es el narrador, entabla una relación platónica con su anfitriona y percibe en ella la pureza del carácter ruso: “la vida me había enseñado a no buscar en la comida el sentido de la existencia cotidiana. Para mí era mucho más importante la sonrisa de su rostro redondo, una sonrisa que, cuando por fin pude comprarme una máquina fotográfica, traté en vano de captar.”
El personaje Ignatich de este relato, el maestro, coincide con la descripción que hace Peter Berger de la separación individual (de que se sirven los místicos al igual que los integrantes de subculturas tales como las “tribus urbanas”), la segunda posibilidad para evadir la confirmación de los mecanismos de control, el cual se refiere a una búsqueda individual, generalmente por los caminos de lo espiritual o lo intelectual, despojándose de la mayor carga social posible para construir un lenguaje y una identidad alternas, que no corresponden a las expectativas cotidianas.
La última de las posibilidades mencionadas por el sociólogo estadounidense, la manipulación, es aquella en la que “el individuo no trata de transformar las estructuras sociales ni se aparta de ellas. Más bien hace un uso deliberado de ellas en formas no previstas por sus legítimos guardianes”. La manipulación es ampliamente utilizada por el protagonista de Un día en la vida de Iván Denísovich, el cual se encuentra recluido en un campo de trabajo forzoso y se sirve de cuantas estratagemas están a su alcance para obtener prerrogativas en su quehacer cotidiano, desde apartarle la comida a alguien o hacer fila por un compañero, hasta el robo de la herramienta de trabajo con el fin de cumplir con las tareas que se le encargan de una manera más eficiente y expedita.
Esta novela es sumamente cruda en su relato de los hechos, sin embargo, no presenta a personajes fracasados o deprimidos (salvo uno o dos), sino que la mayoría se resigna a su rol dentro del campo de concentración y lo desempeña de la mejor manera posible, manipulándolo en su favor: así, por ejemplo, trabajan con ahínco ya que es la mejor manera de ganar calor corporal. Ya al final de la obra, cuando hemos visto todos lo sacrificios y obstáculos a que ha debido sobreponerse Iván Denísovich, el narrador comenta: “No tenemos nada, por eso siempre tratamos de ganar algo (…) Había pasado un día. Un día casi feliz, no enturbiado por nada. / Así fueron y serán los tres mil seiscientos cincuenta y tres días de su condena, desde la diana de la mañana, hasta el control de la noche.”
Las obras de Alexander Solzhenitsyn nos presentan los horrores con trazo exacto, pero sus personajes siempre están sobreponiéndose a la desgracia con cierto grado de estoicismo, doliéndose de su presente y congratulándose por alcanzar el futuro. Dice Raúl del Pozo que Solzhenitsyn es el disidente por excelencia, ya que en él también se aprecian el carácter que el novelista supo inculcar en sus personajes, siendo tanto él como su obra una afrenta constante para el sistema de crueldades soviético. Quizá por ello el mismo del Pozo asegura que la literatura del Nobel ruso ha ganado más anticomunistas que todos los agentes y los programas de la CIA juntos.
En las palabras liminares de Archipiélago Gulag, Alexander Solzhenitsyn escribió: “Pasan las décadas, y las llagas y las cicatrices del pasado van borrándose irreparablemente. En este tiempo, el resto de islas se quebró y se dispersó, quedaron cubiertas por las olas del gélido mar del olvido. Y llegará el día, en el próximo siglo, en que este Archipiélago, su aire, y los huesos de sus habitantes, congelados en un témpano de hielo, aparecerán como un inverosímil tritón.” El pasado tres de agosto, el escritor ruso falleció en su casa de las afueras de Moscú, e imagino que la escarcha empieza a crecer sobre su tumba como ese olvido que él mismo presagiaba.
Pero es nuestro deber no concederle la nieve, no concederle nuestra cobardía. Pues si bien las injusticias narradas en sus libros se ubican geográficamente fuera de nuestro país y de nuestra lengua, también en nuestros barrios, detrás de nuestras paredes, se cometen y se han cometido atrocidades. Hay un régimen de violencia que crece bajo nuestras narices (no hablo de lo instituido, sino de lo socializado) sin que cobremos conciencia del silencio que se impone a nuestra inteligencia. Debemos negarle la nieve a Solzhenitsyn, y apropiarnos de su valor y su literatura.
viernes, 12 de septiembre de 2008
En memoria de los que olvidan
Poeta de la tierra de Rubén Darío, Francisco Ruiz Udiel me expresaba hace unos meses su preocupación por la situación que se vive en Nicaragua, uno de los países más pobres del planeta. Antes que él, Ernesto Cardenal, el legendario poeta que fundó la comunidad de Solentiname en el archipiélago de Nicaragua, había llamado la atención del mundo sobre la tentativa del actual presidente, Daniel Ortega, para perpetuarse en el poder. En Nicaragua parece imponerse el olvido por mandato presidencial, pero está en los puños de los poetas e intelectuales aferrarse en la memoria colectiva de los ciudadanos y sostener las posibilidades de vencer a la injusticia. En honor de los poetas que se oponen al establecimiento de una nueva dictadura, me he impuesto este ejercicio conmemorativo.
Es veintidós de agosto de 1978. En el Palacio Nacional de Managua, capital de Nicaragua, alrededor de tres millares de personas van y vienen entre las dependencias burocráticas que se ubican en el edificio. Pero los salones más importantes son los que congregan a los diputados y senadores de la nación gobernada por el dictador Anastasio Somoza Debayle. Treinta minutos después del medio día, inicia un suceso que habría de conmover a Nicaragua, Centroamérica entera y los pasillos de la CIA: veinticuatro jóvenes que rondan los veinte años, comandados por Edén Pastora, toman por asalto el mando del edificio público más importante del país: el Frente Sandinista de Liberación Nacional había dado un golpe certero y estaba en posición de negociar la liberación de los presos políticos. Lo que se consiguió fue algo todavía mejor, pues el movimiento guerrillero nicaragüense se legitimó en sus causas y sus métodos con un “disparate magistral”, según lo calificó Gabriel García Márquez.
El plan había sido archivado durante ocho años por el alto grado de locura que implicaba llevarlo a cabo, debido a la escasez humana y armamentística del movimiento revolucionario, pero existió un detonante que volvió absolutamente necesaria la actitud intrépida. Éste fue una declaración del presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, felicitando al régimen de Somoza por avanzar en el respeto a los derechos humanos en el país. Tales palabras fueron entendidas como un espaldarazo que impulsaría el estado dictatorial por algunos años más desoyendo el clamor popular e ignorando crímenes ignominiosos como el asesinato del periodista Pedro Joaquín Chamorro.
Ahora que vemos en retrospectiva aquel suceso, la aritmética se empeña en obnubilar nuestra razón: cómo 25 individuos pudieron mantener a raya a más de dos mil quinientas personas; ¿a razón de cien individuos por vigilante, no se les pudo haber desarmado? La respuesta es bastante simple: existía un apoyo subrepticio a la sublevación. Lo anterior se puede corroborar en muchos testimonios de las cuarenta y cinco horas que duró la operación. Se dice que algunos oficinistas prepararon café para los guerrilleros, que algunos se ofrecieron voluntariamente como rehenes intercambiables y todavía más espectacular fue el desfile espontáneo que se armó tras el convoy que condujo a los sandinistas del Palacio Nacional hasta el aeropuerto.
Aquella fue una jornada heroica para el pueblo nicaragüense, comparable a lo que simboliza la toma de la Bastilla para los franceses, y un ejemplo para todos los pueblos oprimidos del mundo. Poco tiempo después se puso en marcha una huelga general, se desencadenaron las insurrecciones populares en varias ciudades del interior que fueron bombardeadas, lo cual deslegitimó todavía más al régimen. Al caer la dictadura, se instaló un gobierno revolucionario que habría de empeñar su palabra en pos de una vida democrática basada en el estado de derecho y el respeto a las libertades ciudadanas. Hoy, a punto de que se cumplan treinta años de la toma del Palacio Nacional, parece que la lección empieza difuminarse entre los políticos nicaragüenses.
Daniel Ortega fue el principal dirigente del Frente Sandinista de Liberación Nacional y quien fungió como presidente luego del triunfo de la revolución (de facto de 1979 a 1985 y, legalmente, de 1985 a 1990). Muchos sociólogos han descrito los procesos estabilizadores subsiguientes a cualquier revolución social; entre ellos, Max Weber, describió cómo la pasión desbordada en la revuelta se torna paulatinamente rutinaria, integrándose a la estructura social en modos mucho menos radicales de los que se planteaban en las ideologías. Otro sociólogo, Peter Berger, dice que “los intereses económicos y las ambiciones políticas entran en acción en el momento en que empieza a enfriarse el fervor revolucionario. Los antiguos hábitos se reafirman y el orden creado por la revolución carismática comienza a adquirir inquietantes similitudes con el ancien régime derrocado con tanta violencia”. Este proceso se vivió en México mediante el control hegemónico de un partido que adquirió el nombre con el que cualquier sociólogo moderno lo definiría (con toda la paradoja que entraña): Revolucionario Institucional.
Tal ocurrió con los altos líderes del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Tras perder asombrosamente las elecciones del año mil novecientos noventa, en las cuales el capital norteamericano tuvo gran injerencia, muchos bienes que el régimen revolucionario había adquirido a nombre del estado, fueron transferidos al partido, y de él llegaron misteriosamente al bolsillo de individuos como Bayardo Arce Castaño, reconocido ex-sandinista y “nuevo rico”.
Daniel Ortega fue elegido nuevamente presidente en el año dos mil seis, tras severas acusaciones políticas y civiles (entre ellas el abuso sexual de su hijastra, Zoilamérica Narváez Murillo), han proliferado las denuncias de extorsión y violación de los derechos humanos. Es vox pópuli el pacto que Ortega firmó con el expresidente Arnoldo Alemán, acusado de un desfalco de cien millones de dólares, con quien se repartió los altos mandos del gabinete del 2000 al 2006. Dice Ernesto Cardenal, parafraseando a Eduardo Galeano, que “aquellos que no tuvieron miedo de dar su vida durante los años de lucha revolucionaria, tuvieron miedo de perder sus casas, sus vehículos y sus bienes, y se apropiaron de todo lo que pudieron.”
Los antecedentes marxistas del actual presidente de Nicaragua hacen difícil creer que el parlamento de aquel país, presidido por un miembro del FSLN, firmara un tratado de libre comercio con Estados Unidos claramente desventajoso para el país centroamericano. Él mismo, siendo candidato a la presidencia, cambió el registro de su discurso moderándolo e incluyendo alusiones religiosas, sustituyendo el himno sandinista (que en una parte dice “luchamos contra el yankee enemigo de la humanidad”) con una canción de John Lennon. Aún peor, este pretendido político de izquierda apoyó la revocación de una ley de casi un siglo de vida que permitía el aborto terapéutico entre las nicaragüenses.
El más reciente escándalo político acaeció luego de que el Consejo Superior Electoral de aquel país decidió retirar el registro legal del Partido Conservador y del Movimiento de Renovación Sandinista, además de la presión que el estado ha ejercido sobre organismos no gubernamentales; este suceso que mantuvo en jaque a la opinión pública en aquel país fue la huelga de hambre encabezada por la héroe de guerra, la número “dos” del comando que tomó por sorpresa al Palacio Nacional hace treinta años: Dora María Téllez.
Una mujer con agallas
Fue identificada como “dos” en el comando que capturó el Palacio Nacional, justamente el número de décadas que había vivido. A su corta edad y contra el estereotipo, Dora María Téllez no dudó en desprenderse de caracteres propios de la feminidad, como el cabello largo, para cumplir con su convicción revolucionaria, ni dudó en abrir fuego cuando fue requerido. La comandante “dos” fue la encargada de llevar a cabo la negociación con el régimen somocista, gracias al cual fueron liberados cuarenta presos políticos, se difundió un manifiesto sandinista a nivel nacional y, por si fuera poco, lograron salir con cero bajas del intrépido movimiento.
Esta mujer que fue capaz de liderar el Frente Rigoberto López Pérez, una división del FSLN, durante la embestida final contra Managua en 1979, sigue siendo capaz de arengar a los ciudadanos a la movilización social. Basta ver la contundencia de su discurso, la solidez de sus argumentos y, sobre todo, la convicción y la fe en el pueblo nicaragüense para entender que no es un político acomodaticio más. Es una mujer con metas claras y decisión para lograrla. Una mujer que debajo de una palapa improvisada, rechazando día tras día la súplica de médicos que evaluaban su estado de salud, ha calado nuevamente los temores de la tiranía. No sin malicia el gobierno de Estados Unidos la ha clasificado como terrorista.
La izquierda mundial ha debido reformular su condición luego del fracaso del bloque socialista; ha perdido referentes, procedimientos, inclusive mucho de su lenguaje ha caído en desuso. La comandante “dos” se hizo política desde las armas, pero no tiene empacho en proponer una salida programática a la crisis que se vive actualmente, ya no digamos en Nicaragua, sino en el mundo. En 2006 aseveró en una entrevista que “hacer un programa de izquierda en esta época tan incierta requiere de valor” y proponía como ejes fundamentales de la solución al problema de Nicaragua a la Educación y al apoyo a la industria agropecuaria nacional.
El compromiso ético de esta mujer le ha permitido liderar la escisión más dura del FSLN, debida al caudillismo y autoritarismo de Daniel Ortega, así como a la corrupción de los ideales del partido. El Movimiento de Renovación Sandinista, además de la comandante “dos” se nutrió con todas las mujeres que alcanzaron altos mandos en el gobierno revolucionario: Mónica Baltodano, Gladis Báez y Doris Tijerino, así como de intelectuales que cumplieron un papel decisivo en el triunfo del movimiento tales como Ernesto Cardenal (Ministro de educación de 1980-85), el escritor Sergio Ramírez (Vicepresidente 1986-90) y la poeta Gioconda Belli, quienes han visto en Téllez la encarnación del nuevo vigor libertario, según se puede observar en los versos de G. Belli: “Cuanto me alegra que, a pelo de la muerte, / esta mujer escogiera no morirse”.
Luego de doce días de huelga de hambre, la líder de la resistencia ciudadana a la dictadura, tuvo que abdicar debido a una amenaza seria de diabetes. Sin embargo el cisma popular ha ocurrido y es mucha la gente que ha externado su apoyo a pie o mediante las bocinas del automóvil (el alojamiento de los huelguistas estaba localizado en una glorieta muy transitada de Managua). Incluso un grupo de panaderos y obreros de la ciudad de Masaya, ubicada a 27 kilómetros de la capital, inició una marcha de apoyo.
Cuando en 1985 Dora María Téllez asistió a la reunión “Contadora de la salud” que se llevó a cabo en España, las esperanzas estaban intactas pues la aventura democrática apenas iniciaba. Ahí, al ser entrevistada, la comandante dejó salir el espíritu de pitonisa que tantas mujeres llevan en sí: “Hoy me toca ser ministra de salud… bueno, puede que mañana me toque ser combatiente otra vez”, fueron sus palabras exactas.
La juventud despierta
En una entrevista del año 2001 en Chile, el poeta Cardenal expresaba que “los jóvenes están apáticos, apolíticos, desengañados y frustrados. No quieren saber nada de ningún partido.” Tal declaración pudo ser válida en aquel momento, pero en la actualidad, aún con la distancia y mediado por la información asequible vía Internet, mi percepción es totalmente opuesta. Acompañando a Dora María Téllez en su huelga de hambre, se hallaba el candidato a concejal Róger Arias, joven de veintidós años próximo a terminar la licenciatura en comunicaciones. Así me lo hace ver la gran cantidad de jóvenes portando cacerolas y pancartas en las manifestaciones que han dejado su huella en el canal de videos por internet you tube.
Hay que recordar que el FSLN fue un movimiento de vitalidad juvenil. Ya he mencionado que el promedio de los participantes del ataque al Palacio Nacional, excluyendo a Edén Pastora, era de veinte años. Pero fue tal la atracción que en los años setenta ejerció el sueño libertario sobre las juventudes que la Guardia Nacional nicaragüense tipificó como delito la “portación de edad”, con lo cual era práctica común que grupos de adolescentes fueran capturados e interrogados por ser sandinistas en potencia.
En los años subsiguientes al triunfo revolucionario se dio un movimiento alfabetizador en el que tomaron parte decenas de miles de jóvenes que dejaban los conglomerados urbanos para llevar las letras hasta las más alejadas zonas rurales. Sin embargo, la apatía de la que habla Cardenal puede tener una causa muy lógica para todos aquellos que vivieron su infancia durante la década de los ochenta, ya que por esos años se libraba una guerra sin cuartel frente el movimiento contrarrevolucionario apoyado por la CIA; época en la que se reclutaba a jóvenes cada vez menores, se les ponía un fusil en las manos y se les desvirgaba el candor. La propia Dora María Téllez, en su viaje a España de 1985, mencionaba que el principal problema de salud en Nicaragua era la guerra: “No hay ni un niño muerto por poliomelitis, pero hay centenares de niños muertos por la guerra.”
En los jóvenes se mantiene latente un espíritu ávido de ideales, están a la búsqueda del compromiso, pero suelen encontrarse con trabas sociales, desde el núcleo familiar, que le impiden, en primer lugar, tomar conciencia de una realidad nacional injusta y, en segundo, que obstaculizan los empeños para capitalizar su ánimo progresista en hechos que realmente incidan en la transformación social. De ahí que sea relevante que el llamado que Róger Arias, acompañante de Dora María Téllez, a la movilización social se dirigiera por igual a los jóvenes y a sus padres, a quienes les pedía concedieran a los hijos la libertad de acción.
No es ocioso recordar que el sociólogo alemán Herbet Marcuse, uno de los pensadores más influyentes en los movimientos estudiantiles de fines de los sesenta, pensaba que los jóvenes se encontraban en una posición privilegiada para la toma de conciencia por no haber culminado su periodo normalizador. La generación que hoy abre los ojos en Nicaragua no ha vivido los horrores de la guerra y no le teme a las consecuencias de la alternancia verdadera (no la que ha ocurrido en los últimos años entre el partido de Daniel Ortega y el de Arnoldo Alemán) o de la confrontación política y, por otro lado, aún no ha entrado en la angustia individualizada por un salario estable (aunque muchas veces insuficiente) y la resignación al status quo. Tienen la distancia suficiente para mirar críticamente e identificar los errores de la revolución sandinista, tal como escribe el joven poeta Daniel Ulloa (Managua, 1973): “En 1979 / en Nicaragua los jóvenes / soltaron un puñado de pájaros / pero olvidaron / soltar con ellos / también sus sombras”.
Los poetas que son
En Nicaragua resuenan los versos de Rubén Darío, aquel que le dijera a un presidente de Estados Unidos: “Se necesitaría, Roosevelt, ser por Dios mismo, / el Riflero terrible y el fuerte Cazador, / para poder tenernos en vuestras férreas garras. // Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!”
Este pueblo que ha sufrido tanto, ha dado al mundo poetas de primer nivel después del padre del modernismo latinoamericano: tenemos a José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Ernesto Cardenal, Claribel Alegría, Daisy Zamora, Carlos Martínez Rivas y Gioconda Belli, por mencionar los nombres más conocidos. Es que la poesía no es una trivialidad social, los poemas representan alternativas a la visión del mundo que se ha instaurado. El lenguaje poético escapa de la realidad, es una caja de doble fondo que presenta en primera instancia sensaciones y emociones, pero que en segunda puede llegar a conmover los paradigmas del pensamiento.
Las vanguardias artísticas de principios del siglo XX creían que era necesario dislocar la unión entre la realidad y el lenguaje; que si el uso cotidiano había enmohecido los goznes del mundo, presentándolo en conceptos inmutables en apariencia, se podía modificar la realidad tangible empeñándose el poeta en la modificación de la herramienta de comunicación social, la palabra. De ahí que José Coronel Urtecho se permitiera liberar a la serpiente de su carácter ponzoñoso y decir “una serpiente dulce como un canto”.
El aliento poético está profundamente arraigado en la sociedad nicaragüense y, en cierta manera, le ayudó a sobrevivir a los más de cuarenta años de dictadura somocista. En 1962, patrocinados por la Universidad Nacional Autónoma de México, Ernesto Cardenal y Ernesto Mejía Sánchez presentaron una antología de poemas revolucionarios, en la que los nombres de muchos autores fueron callados por miedo a las represalias. La poesía alcanza todos los ámbitos de la vida social: el chiste, el juego de palabras, el apodo; pero en el periodismo se dieron intercambios de gran relevancia, pues ambos géneros brindan testimonio de una circunstancia histórica. Así el periodista nicaragüense asesinado en 1972, Pedro Joaquín Chamorro, escribió en la década del cincuenta: “Anoche soñé que un tribunal compuesto por siete hombres me había llevado ante él para decirme: ‘Ciudadano Chamorro, se le condena a la búsqueda de una patria’.”
Al triunfo de la revolución sandinista, Ernesto Cardenal fundó talleres literarios en casi todos los rincones de Nicaragua y cuenta que tal experiencia brindó a los participantes, además del placer de encontrar la literatura, una toma de conciencia a partir del encuentro con la palabra y con la reflexión alrededor de la palabra. Muchos continuaron como campesinos, obreros, pescadores, pero algunos otros decidieron brindarse al pueblo como maestros o participando activamente en la política. En esos espacios también se buscaba fomentar el espíritu crítico –y el autocrítico– en aras de la conformación de una ciudadanía abierta a la democracia.
Los talleres de Cardenal cayeron en desuso y es inconcebible que en Nicaragua hasta ahora se empiece a impartir una licenciatura en filosofía, pero no en letras. Por eso es importantísimo el apoyo de los poetas consolidados al movimiento democratizador contra Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo. Entre ellos están los ya mencionados Cardenal y Belli, así como Claribel Alegría y Daisy Zamora; quienes se han encargado de difundir las condiciones nicaragüenses a otros puntos del planeta a partir del blog: http://poetascontraladictadura.blogspot.com/ Actualmente han conseguido el apoyo de destacados intelectuales que firmaron una declaratoria que exige al gobierno de Ortega atender las demandas de Dora María Téllez como representante de un amplio sector de la sociedad nicaragüense. Entre otros firmantes aparecen Juan Gelman, Mario Benedetti, Salman Rushdie y Noam Chomsky.
Este texto se anunció como un ejercicio de conmemoración, es decir, recordar de manera compartida, ya que los vínculos de Tabasco con Nicaragua están más allá del nombre de la avenida César Sandino. Por estas tierras cruzan día a día decenas de hombres y mujeres procedentes de aquel país, y muchos de ellos han dejado en estos humedales poco menos que su vida. Lo que nos resta por hacer, como pueblos hermanos que somos, es señalar la tiranía y aceptar la invitación que poetas valerosos nos hacen a descubrir su esperanza, que en ello se les va la vida. Y, por ser conmemorativo, vale traer nuevamente las palabras de Darío: “Poned ante ese mal y ese recelo / una soberbia insinuación de brisa / y una tranquilidad de mar y cielo”.
martes, 9 de septiembre de 2008
Juan Gelman repudia el acoso al poeta E. Cardenal
El poeta argentino Juan Gelman, Premio Cervantes 2007, se unió ayer a las condenas de otros escritores de todo el mundo por las injurias contra el poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal.“Por fin puedo expresar mi repudio a este acto contra Ernesto Cardenal de quienes de sandinistas ya no tienen nada y ni al taco del zapato le llegan al gran poeta, al gran humanista, al gran religioso”, escribió Gelman en un mensaje difundido ayer por correo electrónico.El intelectual argentino dice que: “Puedo ahora declarar públicamente que me alegra haber rechazado la Orden de Rubén Darío que “Daniel (Ortega) y Rosario (Murillo)” —según me dijo por teléfono el embajador de Nicaragua en Cuba— querían otorgarme”.“Esos nombres, Rubén Darío, Ernesto Cardenal, seguirán vivos cuando la infamia se apague”, añade Gelman.En agosto, un juez condenó a Cardenal a una multa de 20 mil córdobas (mil dólares) por injurias al empresario alemán Inmanuel Zerger, con quien enfrenta una antigua disputa de tierras. Cardenal, de 83 años, calificó la sentencia de “ilegal” y una “venganza” de Ortega. El poeta fue ministro de Cultura en el primer gobierno sandinista (1979-90) y propuesto en 2005 y 2007 como candidato al Nobel de Literatura. Su enemistad con Ortega obedece a los “pactos” de éste con el ex gobernante Arnoldo Alemán, condenado por corrupción.En tanto, la periodista y dirigente feminista, Sofía Montenegro, responsabilizó ayer a Ortega y a su esposa de un eventual atentado en su contra. Montenegro es dirigente del Movimiento Autónomo de Mujeres (MAM), que se vincula a feministas de Paraguay y Honduras que repudiaron la presencia de Ortega en esos países, por una demanda de violación entablada por su hijastra, Zoilamérica Narváez en 1998. “Hay una campaña terrorista e infamante contra mi persona, y detrás de ella está la intención de matarme”, denunció Montenegro, quien además dirige junto con el periodista Carlos F. Chamorro el Centro de Investigaciones de la Comunicación (CINCO).
Managua. Agencias
seccion("Fronteras")
domingo, 7 de septiembre de 2008
lunes, 1 de septiembre de 2008
La voz queda y la que va de paso
Las calles de Tenosique son amenazantes como el silencio y turbias ante la posibilidad del grito. La actualidad es difícil con todos los términos económicos y políticos que rondan en los medios de información, pero lo es más para los pobladores de este municipio periférico del estado de Tabasco, el más retirado de su capital, el que se arrincona en el margen del estado. Este sitio, con su avenida en la que los baches conviven con las zonas peatonales recién pintadas, se ha convertido rápidamente en punto medular para el tránsito de mercancía ilegal, desde ropa y fayuca, hasta armas, personas y drogas. La realidad es que duele hacer esta última enumeración, en la cual el sustantivo “personas” se codea con otros que no se encuentran en el mismo nivel ontológico: en principio, porque armas y drogas son objetos, pero además son incitadores de la violencia y de la perversión de cuerpos y conciencias, caso contrario al de la mayoría de los migrantes centroamericanos que ponen los pies en nuestro país con la esperanza de conseguir una remuneración más digna por su trabajo.
Las calles son amenazantes por todas las injusticias que se callan o se hacen callar: un gran porcentajes de los indocumentados que ingresan al país puede dar cuenta de las vejaciones que sufren por parte de pandillas y grupos paramilitares (maras y zetas), pero también de autoridades como policías municipales, estatales, federales, agentes de migración, etc. ningún nivel de la jerarquía está limpio. De ahí que sea más relevante la presencia de una voz sonante, grave y decidida como la de Blas Alvarado, fraile de profesión, quien dirige los esfuerzos para apoyar y salvaguardar los derechos de los migrantes.
El día anterior a la entrevista, Blas Alvarado cumplió doce años de dirigirse desde el altar a la concurrencia y en días posteriores estuvo al frente de una convención pastoral que incluyó manifestaciones públicas a favor del respeto a los cientos de centroamericanos que hacen escala en Tenosique a la espera del tren que los llevará más al norte, los cientos que llevan valor en las mochilas para poder enfrentarse al riesgo. El veintiséis de mayo pasado, junto con otros coordinadores de casas y asilos que conforman la Pastoral de Migrantes, Blas Alvarado recibió un reconocimiento de parte de los Ombudsman centroamericanos, ante lo cual se siente honrado pero no duda en aceptar la felicitación con lo siguiente: “La verdad es que nosotros no tenemos un recurso destinado a gastos de representación, viáticos, talleres, cursos, y tampoco creemos en el burocratismo ni en la publicidad de los grandes talleres y convenciones, ya que de lo que se consigue en ellos aterriza, se concreta, una mínima parte para solventar la situación real del migrante. Hay grandes acuerdos internacionales firmados, etcétera, y quién le ha ayudado al migrante: la misma situación de hace años, prevalece ahora. Los únicos que han entrado al quite con esa situación son las ONG’s y las iglesias diversas –porque la pastoral de migrantes que se ha establecido aquí no es exclusiva de la iglesia católica, está también el Ejército de Salvación.”
Para enmarcar mejor la situación, antes de iniciar la entrevista, un apagón enturbió aún más el ambiente que se vive en la parroquia de San Román. Justo cuando Fr. Blas dio la bendición a un nuevo enlace matrimonial, la luz se nos calló como en la espera de un grito desgarrador, pero lo que vino fue la voz sosegada y argumentada del religioso contestando mis preguntas, la voz queda como la campana que en algunos pueblos ordena el resguardo.
***
–¿Hay una red bien establecida de casas del migrante? ¿Ustedes pueden decirle a la gente que viene de paso a qué lugar acudir?
–Nosotros tenemos un folleto con las direcciones de todas las casas del migrante a lo largo del país, de tal manera que el migrante sabe que si llega a Veracruz, a Puebla, al DF, Sonora, Chihuahua, en fin, a dónde acudir. Lo que nosotros creemos, dadas las circunstancias que prevalecen, es que la frontera de Tenosique va a desplazar en poco tiempo a Tapachula en número de migrantes. De hecho la ha desplazado, porque cuando se “descompuso” la vía del tren, los migrantes empezaron a salir por acá. Nosotros trabajamos en siete puntos naturales de cruce, aparte del oficial que es El Ceibo, que el migrante no utiliza nunca. Hemos pugnado en las instancias oficiales para que México inicie el proceso de una reforma migratoria para los centroamericanos: no un libre tránsito, sino controlado, que conceda documentos al migrante, lo cual permitiría que haya un ingreso económico –por si al gobierno le interesa–, se expondría menos al migrante a ser presa de la fuerte delincuencia fronteriza, habría una disminución de la corrupción que ejercen las diferentes dependencias en torno a los migrantes e, inclusive, se tendría un mejor control sanitario –porque a veces al migrante se le tacha de que porta enfermedades, y yo digo que si esto existiera es a causa de la negativa de México para dar entrada legal a estas persona que van de paso, son transmigrantes. Pero ciertamente, le estamos haciendo el trabajo sucio a Estados Unidos. Yo digo que la frontera de Estados Unidos se corrió y ahora está en Tapachula y en Tabasco, eso molesta un poco al gobierno, pero es lo que parece porque el país del norte manda a México que sea su primer filtro migratorio de las personas que se dirigen hacia allá.
–Hay un par de cuestiones que acaba de mencionar: el reconocimiento institucional de los derechos del migrante y, por el otro lado, la corrupción de las mismas instituciones. ¿Cómo deshacer esta ecuación para que sólo perviva el primer término?
–De hecho sabemos que si el migrante, para reglamentar su entrada a México, fuera sujeto de una documentación habrían situaciones corruptas, pero serían las menos en comparación con lo que existe ahora, pues al migrante no se le brinda ninguna oportunidad para que pueda entrar de una manera regulada al país. En realidad, cuando no ponemos a analizar esta situación, creo que el gobierno jamás realizaría una reforma migratoria porque es un negocio redondo, es un círculo vicioso que ya se ha formado y que va a ser muy difícil erradicar. Cuando un círculo vicioso se ha cerrado y se ha mantenido durante mucho tiempo, la erradicación del mismo será difícil, pero no imposible. Así como se llevó años la conformación de ese círculo vicioso que hasta ahora está tan fuerte, se llevará muchos años para ir corrigiendo poco a poco los atropellos, las violaciones de los derechos humanos de los migrantes.
–Creo que las organizaciones religiosas tienen un arma importantísima y fundamental, que es poder sensibilizar respecto del sufrimiento ajeno. Ahora, esa arma ayuda a crear conciencia del problema, pero ¿cómo modificar la situación concreta?
–Es un proceso gradual, bastante largo, en el que vemos que la imagen degradada del migrante ha ido superándose. Esa imagen del migrante como delincuente, maleante, como un ser negativo, se ha ido transformando y ahora lo consideran como una persona que necesita, que está viviendo una situación crítica en su país, como muchos de nuestros connacionales la viven y se tienen que ir. No hay el arriesgue por parte de la mayoría de la gente para hablar por el migrante, defenderlo, pero el hecho de que no se le tache de criminal es un gran avance. Y la iglesia ha ido trabajando en ello. Sabemos que hay muchas labores humanitarias a favor del migrante: darles de comer, hospedarlos, curarlos si van enfermos, pero no estaría completa nuestra labor, que debe ser integral, si no creáramos consciencia en toda la gente, si no fuésemos presionando al gobierno para que sea menos agresivo contra los derechos del migrante y les conceda algunas facilidades.
***
En la casa parroquial, resguardados del hambre de las autoridades, pude escuchar las voces que están de paso: Noel Carrión, Lucas Carrión, Marvin Henríquez, Enrique Valdez, hondureños todos, externaron su miedo y su fe, aunque en la balanza es la palabra más breve la de mayor peso. En ellos me sorprendió el desinterés de su búsqueda, ya que están informados de las condiciones de segregación racial y de los operativos antiinmigrantes de la unión americana, pero es una meta común en todos ellos (padres de familia) poder brindar un mejor futuro a su descendencia. Persiste en ellos, además de la fe en Dios, la certeza de que el factor de cambio más poderoso es la educación. Afirma Marvin Henríquez (quien se dedicaba a la agricultura) que el viaja a Estados Unidos para que sus hijos estudien en una escuela privada, ya que “la educación que da el gobierno es tan corrupta como los políticos”. “Mis hijos van a ser ingenieros, de menos” asegura Marvin.
Ellos están decididos a romper el “círculo vicioso” que impide una mayor equidad social. Noel Carrión cuenta que él fue un buen estudiante, pero no pudo continuar más allá de la primaria porque sus padres no poseían los recursos económicos necesarios; aunque sí aprendió un oficio, la carpintería, él sabe que con la remuneración que percibe por su trabajo no podrá brindar a su hija un futuro mejor de lo que la vida le ha concedido a él, pesares. Una hondureña, cuyo nombre no quiso ceder, asegura que en su caso no el problema no era el desempleo: “Yo soy costurera de alto nivel, en cualquier maquiladora consigo empleo, pero no alcanza para mantener a mis tres hijas”. Es madre soltera y, aunque afirma que el padre de dos de ellas le manda dinero desde Estados Unidos, se las ha visto negras y ahora viaja a paso lento, pero seguro.
Estos son los personajes que Fray Blas protege y orienta en su tránsito, es la voz efímera que deja su huella sobre el eco.
***
–La migración es un fenómeno que se produce por circunstancias sociales críticas, de Centroamérica en este caso…
–En realidad, siendo muy críticos, viéndolo a profundidad y haciendo un análisis severo de toda la situación consideramos que Estados Unidos está manteniendo lo que existe en la frontera, el círculo vicioso de que hablaba antes. A Estados Unidos le conviene mantener el estado de pobreza y marginación en Centroamérica porque todo el movimiento migratorio de Centroamérica hacia el norte, reditúa al mismo Estados Unidos. Es un negocio. No solamente por la mafia que se dedican al tráfico de personas, sino por otras situaciones. Si Centroamérica llegara a tener la capacidad de dar trabajo a sus habitantes, nosotros consideramos que habría un desfasamiento en la economía gringa. Eso es muy cierto, les conviene mantener el círculo de pobreza, para que haya movimiento; no se les da oportunidad de generar fuentes de empleo y un modo digno de vivir para que el migrante se vea en la necesidad de salir de su país. El migrante genera una economía desde el momento en que sale de su tierra, y aún dentro cuando lo contactan quienes van a transportarlo; una economía de la cual se tienen número –así nomás al aventón– muy altos, por lo menos en México sólo el narcotráfico superaría al tráfico de personas. Entonces, vemos a la mayoría de los gobiernos de Centroamérica –la mayoría, otros sí se avientan contra las circunstancias– viviendo bien, pero el resto del país… Como decía un mandatario centroamericano: hay quienes dentro de esta región están supeditados y vendidos como gobierno a Estados Unidos, y quienes quieren levantar la voz para sacar avante a su pueblo son aplastados y son callados. Algunos los tacharían de comunistas, pero es una realidad que se debe analizar y superar.
–¿Para usted el viaje de los migrantes es en busca de una mejoría económica o implica una reivindicación de su esencia humana?
–En realidad el migrante, cuando sale de su país sabe que va expuesto a un sin fin de vejaciones, y cuando llega a su destino, Estados Unidos, va a seguir siendo vejado por mucho tiempo mientras permanezca allá de manera ilegal, y aún cuando llegara a obtener su documentación, por el hecho de ser originario de otro país, siempre se le va a denigrar. Entonces, la mayoría de los migrantes que vienen de Centroamérica (en su mayoría hondureños, pocos guatemaltecos, salvadoreños o nicaragüenses) pues van con la intención de tener un modo de vida más desahogado. Si platicas con los hondureños ellos te dicen cuánto ganan en un día, cuántas lempiras y cuanto equivale en pesos, y si lo comparamos con la mayoría de nosotros, ellos se encuentran en una situación demasiado crítica. Qué programas de apoyo hay en su país: casi no hay nada. A nosotros a veces nos da no sé qué recibir reconocimientos de esos países cuando quisiéramos gritarles que mejor vean por el pueblo donde viven, que armen políticas que solucionen lo que están viviendo, porque aunque pasen por acá y sepan que nosotros les vamos a echar la mano, esa no es la solución. Yo creo que mucha gente, sobre todo los gobiernos, están esperanzados a las remesas, a lo que pudieran obtener por mantener en una situación de pobreza que dé lugar a la migración.
–¿Qué opinión le merece la frase de que “la pobreza es un pecado social”?
–Es así. Es un pecado social porque la pobreza no es el fruto de un crecimiento desmedido de la población, no es que la población sea floja, la pobreza no es consecuencia de que nos estamos acabando el planeta, sino que es el fruto de la desigualdad, del acaparamiento, de la falta de solidaridad, de la explotación que los poderosos ejercen sobre los que menos tienen. Cuando haya una justicia real de los que tienen más para los que tienen menos, nadie pasará hambre, no habrá esa pobreza. Pero desgraciadamente la riqueza está en manos de unos cuantos, y esos cuantos cuando invierten su capital quieren ganar a costa del hambre y de la explotación de los otros. Por eso se dice que la pobreza es un pecado social.
–¿Esta idea de algunos teólogos, como Leonardo Boff, que dice que para poder evangelizar al pueblo primero hay que ofrecerle condiciones dignas de vida?
–Es cierto. Cuando nosotros estudiamos teología, estudiamos algunos documentos de Leonardo y de Clodovis Boff, de los padres de la teología en América, analizábamos y veíamos con claridad que sí, ciertamente no le puedes ensañar a un niño el padre nuestro si tiene la panza vacía. La evangelización debe ser integral y la base fundamental es bíblica, aun para los teólogos de la liberación –que no son tan fundamentalistas–: Jesús no se preocupó sólo de que aprendieran la doctrina, sino que se preguntaba quién les va a dar de comer a la gente hambrienta. Nuestra evangelización, como iglesia, debe ser integral. No solamente debemos exigirle al pueblo que venga a misa, que comulgue, se confiese y rece, sino que también debemos caminar a su lado en la búsqueda del pan de cada día.
–¿Cuál es el ideal de ser humano?
–El ideal es vivir con dignidad, considerando de quien venimos, hacia dónde vamos y en quién nos movemos, que es Dios, nuestro ideal debe ser vivir con él, asemejarse realmente a Dios.
–¿Y el ideal como sociedad?
–Una sociedad justa donde no deberían existir las jerarquías piramidales: yo soy más, tu eres menos. Una sociedad que fuera circular en donde todos fuéramos iguales, con diferentes dones, carismas, ministerios, pero siempre enfocados hacia la dignificación del hombre.
–Tenía ganas de leerle un par de versos de Ernesto Cardenal, pero las condiciones nos lo impiden. Yo considero que el proyecto de la comunidad de Solentiname, que echó a andar Cardenal, fue algo maravilloso y paradigmático. ¿Usted cree que habría condiciones para intentar algo bajo ese modelo en nuestro estado o nuestro país?
–Yo pienso que sí. Lo único que falta, y decimos con tema, es que la iglesia en México da muchos pasos atrás en relación a otros países en donde maravillosamente el impulso de una nueva evangelización de mayor compromiso, de mayor incidencia en esa búsqueda de la dignidad del hombre, viene de la jerarquía. Cosa que no sucede en México. Aquí la búsqueda de esa dignificación viene de la base, de los pobres que no tienen títulos. Pero consideramos nosotros que sí es posible porque hasta los de la alta jerarquía debemos ser evangelizados, y somos evangelizados por los pobres porque nos cuestionan en la misión y en el ministerio que estamos desarrollando.
***
El apagón duró algunos minutos más, pero esa voz clara como el color de la investidura religiosa de Blas Alvarado, se empeñaba en cintilar muy queda, como un murmullo, como una canción de cuna entre la amenaza del silencio y la del grito.
viernes, 29 de agosto de 2008
Invitación al cuerpo del primer día
I.
Es lunes y amanezco con todo el peso de la posmodernidad a cuestas, lo mismo que cualquier otro día. Y hago una serie de rituales semi-higiénicos mientras el espejo se tira sobre mi rostro; me calzo lo necesario para salir a la calle. Pasarán algunas horas antes de cobrar conciencia del mundo que me rodea: toco lo menos posible, pues hay que llegar pronto a algún sitio; oigo sólo aquello que el ipod me concede; he bloqueado el olfato poco antes de salir, pues sé que habré de encontrar algún montón de basura burocráticamente relegado a la nostalgia de su pudrición. Ni qué decir de la vista, la cual me proporciona información de los obstáculos que debo esquivar y olvidar inmediatamente. Muy poco del mundo vive en mí, y viceversa. Pero todo sería diferente si éste fuera el día inaugural, tal como es cantado por Ana Patricia Farfán en La casa del primer día, publicado en 2006 por el Grupo Poético Cardo. La poeta, quien es también danzarina, coreógrafa y catedrática universitaria, reside actualmente en el Distrito Federal, pero tuve la oportunidad de atrasar algunos minutos sus vacaciones para conversar con ella en los arcos que miran hacia la Plaza Grande, en Mérida, Yucatán.
–Tú estudiaste Lingüística y Literatura Latinoamericanas, ¿el afán creador de literatura se dio en el transcurso de la carrera o fue él quien te hizo decidir por dicha licenciatura?
–Escribo desde la adolescencia; llegué a la universidad hasta con la decisión del género: yo quería escribir poesía. En el segundo semestre entré al taller de Jaime Augusto Shelley, antes había participado en el de Hernán Lara Zavala. Todavía no sabía qué tan en serio me iba a dedicar a la poesía, pero es algo que descubrí en la adolescencia y se quedó.
–¿Tu gusto por la literatura es anterior o surgió a la par de tu afición por la danza?
–La danza la practico desde los seis años y entré a la carrera de danza a los diez. A diferencia de otras carreras, en la danza tienes que decidir muy temprano –en la medida en que un niño de diez años puede ser consciente de que está decidiendo sobre su futuro–, la vocación tiene que manifestarse muy temprano: requiere mucha entrega, mucha disciplina, empezar a moldear tu cuerpo. Empiezas a los diez, porque un ejercicio tan riguroso puede no ser bueno para un niño más pequeño.
–La danza es un arte que conjuga la dimensión espacial con la temporal, ¿cómo llevas estas dos dimensiones a tu poesía?
–Mediante el uso de la imagen. En las imágenes que yo trabajo está presente el cuerpo en diferentes niveles: percibiendo, sintiendo y, también, moviéndose. Esto no es algo que yo realice de manera consciente, no me propongo involucrar la danza en la poesía, sino que escribo y de repente aparecen alusiones a la expresión corporal.
–¿Así como aparece en tu poesía, también ocurre en tu vida cotidiana?
–Yo sigo un poco la línea de John Cage, quien pensaba que había que hacer de la vida un arte, vivir como si ello implicara una experiencia estética, pero para eso se necesita una capacidad de improvisar instantáneamente, y eso sólo se logra mediante la percepción. La manera de percibir la realidad de la poesía y de la danza, están en mi vida. Es un ejercicio de la percepción que inicia en el trabajo de las obras netamente artísticas, y que se traslada luego a la realidad: estructuras rítmicas, imágenes, primeros planos, etc.
–¿Qué sentidos entran en juego en danza?
–El oído, con la música; pero también el cuerpo tiene una estructura rítmica que se pone de relieve si retiras el sonido, entonces puedes sentir la música del movimiento corporal, en este momento también puedes apreciarla visualmente por sus efectos plásticos: se dice que la danza es música para los ojos. Tuvimos una corta temporada la semana pasada (del 17 al 20 de julio) con una obra en silencio que está basada en textos de Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud; ésta, desde el título, “Bocetos”, invita a una interpretación plástica, y además, cada persona imagina su propia música para acompañar la pieza.
–¿Tienes un sentido favorito?
–Yo no podría jerarquizar uno sobre otro, además me interesa mucho la relación entre ellos. Mi memoria está muy relacionada con el gusto; a veces, sólo el recuerdo de un sabor me trae toda la experiencia. Es como la virtualidad de la virtualidad. No siempre sucede de esta manera, son cajas adentro de otras cajas. A la hora de organizar estos recuerdos es cuando entra el ritmo. En ocasiones, para escribir un poema tengo una imagen visual muy clara y a ella se van agregando los otros sentidos.
–¿No te parece que en esta vida moderna, donde nuestros sentidos tienen muy poco espacio para apreciar la realidad circundante, que el arte cumple la función de ilustrarnos y hacernos presente el mundo?
–Sí. A mí me parece muy certero el pensamiento de Marshall McLuhan, esta idea de la separación de los sentidos: cómo a partir de la era tipográfica se ha venido privilegiando la vista, imponiendo su criterio, y desarticulando la vinculación con los demás sentidos, cuando en realidad recibimos un conjunto unitario de percepciones de distinto orden, no podemos decir que este objeto corresponde absolutamente a la vista o al tacto, sino que están conectados. Esta conexión es particularmente interesante. McLuhan lo hace desde un punto de vista histórico y de la teoría de la comunicación, él habla de que en el siglo XXI, con el desarrollo de los medios audiovisuales y la multimedia, se podría volver a una era audio-táctil que él sitúa en tiempos primitivos y en culturas sin escritura gráfica y que, por lo mismo, no tienen una concepción lineal del tiempo –que también se debe a la gran acumulación de conocimiento y a su sistematización–. En culturas sin ese elemento hay una percepción audio-táctil del mundo, en donde todavía hay conexión entre varios sentidos. Él piensa que cuando termine la era tipográfica y todo se reestructure, volveremos al estadio audio-táctil; McLuhan pone el ejemplo de Cezanne y de cómo sus bodegones son frutas para el tacto. Eso está ocurriendo hoy porque la tecnología lo está propiciando y la gente está cambiando su manera de percibir.
El arte tiene el papel de reivindicar los sentidos, sobre todo a partir del romanticismo. El artista es un vidente, es la conciencia crítica que por un lado celebra la diversidad y, por otro, rompe paradigmas. Entonces, por ejemplo, en el caso de la danza sin música, propone un abismo para la gente actual que tiene siempre algo en su oído: tele, computadora, ipod. Un abismo que la confronta consigo misma. El arte te concentra, contrario a la vida actual donde te la pasas saltando de una rola a otra, sin que las dejes terminar, ya no te concentras en una sinfonía sino en un solo movimiento. La obra de arte es una experiencia estética en la medida en que está conformada por partes articuladas de cierta manera.
–Uno de los valores de la poesía es su concisión, muchos escritores por intentar alcanzarla atentan contra la sonoridad. ¿Cómo consigues en tu poesía el equilibrio entre música y concepto?
–Yo lo que busco en un poema es que se pueda experimentar. Hay una frase de Andre Gide donde dice “no me interesa saber que la arena es suave, quiero que mis pies la sientan”. Me gusta proponer un conocimiento vital del mundo, no solamente intelectual, una experiencia del cuerpo y una experiencia del espíritu. Y para ello, al menos en mi caso, se necesita ser conciso. Y bueno, el ritmo y la sonoridad, además de la danza, lo he aprendido con mis lecturas de otros poetas, ellos me han ensañado sobre música en general. Incluso, aunque a veces no conozco los idiomas, trato de leer los poemas tal como fueron escritos. Me sé poemas de T. S. Elliot, no porque me haya propuesto aprendérmelos, sino porque los leí varias veces y son muy pegajosos, como una buena rola.
–Leí La casa del primer día como un refugio para la intimidad del individuo que, en una ciudad como la que vives, el Distrito Federal, es muy necesario. ¿Este poemario intenta decir a las personas que la poesía brinda dignidad a la vida? ¿Que podemos aferrarnos a la poesía en medio de la vorágine actual?
–Uno piensa en todas estas cosas después de que escribe. Creo que la intimidad es un espacio que se encuentra en extinción, es lo que queda de la experiencia individual desnuda. En ese choque entre lo público y lo privado, los medios han invadido el espacio vital del ser humano, invasión que ya ni siquiera es violenta porque esa parte ya no se usa en la mayoría de nosotros. La intimidad permite pensarse, reconocerse y encontrarse consigo mismo y la otredad es el encuentro con el otro; pero ambos espacios se han atravesado y ya no son reconocidos. (Jean) Baudrillard habla de que el hombre actual, al homogeneizar su cultura de manera global, ha perdido la otredad y, al exterminar a su doble –para decirlo en el lenguaje de programa de televisión– también lo ha hecho con la capacidad de identificarse. Este tema es muy interesante al relacionarlo con la poesía, la palabra, y también con las experiencias individuales.
II
Conozco gente que se enfrenta a los libros con todos los sentidos: palpa su papel, los ojea, entromete la nariz por sus costuras, más de uno salivaría ante un ejemplar dotado de un jugoso descuento; sin embargo, la lectura rara vez involucra todo ello. La casa del primer día es un acto de fe en las capacidades sinestésicas del lector y es un conjuro contra la enajenación del cuerpo en la sociedad contemporánea; nos devuelve a la condición primigenia de Adán y la irrupción del mundo en sí, como dice la versión de Vicente Huidobro: “Dejad que yo os adquiera, / dadme la suprema alegría / de haceros substancia mía.” Además del peso semántico de las oraciones que conforman cada poema, el verso de Farfán fluye en una eufonía fecunda en alusiones sensoriales mediante aliteraciones, rimas asonantes y repeticiones armonizadas con la cantidad exacta de silencios.
El hombre que ha despertado a la conciencia no concibe el pasado, pues éste se fundamenta en recuerdos subsecuentes; para él no tiene sentido decir “ayer” o “hace un rato”, la percepción del exterior es destello, irrupción, estrépito, estallido, tal como se aprecia en los primeros poemas del libro de Ana Patricia Farfán, haciendo que todos los referentes sensoriales cobren unidad, de manera instantánea, en un fruto que es ofrendado para establecer la unión, un fruto que “lleva a ti mi dependencia”. No es difícil ver en ese fruto (piña, higo, en el poemario, manzana en el mito) una metáfora del cuerpo y en la ofrenda, una del himeneo que, paradójicamente, une con el rompimiento: “Sigo, / sigo hasta el estrépito, // hasta que estalla / entre tus dedos / la gota púrpura”.
El mito bíblico ha sido tan manoseado que se antoja difícil encontrar una versión que lo actualice de manera tan categórica como La casa del primer día, donde el carácter literario hace olvidar su origen sagrado, ya que en sus páginas el simbolismo es continuamente invertido: comer del fruto no es pecado sino causa de alegría, y el viaje no es un exilio del paraíso sino un movimiento al interior, como si abrir los sentidos al mundo implicara también la comunión con uno mismo: “Recorro un túnel / al interior del racimo” y, posteriormente, “Su interior, (del higo-fruto-cuerpo) / las tres alcobas del / beso / de la partida”.
El “primer día” se encuentra explicitado en la serie que abre el poemario, pues inicia con “el corazón de la mañana” y termina con el “final del crepúsculo”, y lleva por título “Canciones para una exposición”. “Exposición” puede significar aquí dos cosas, según la RAE: “conjunto de las noticias dadas en las obras épicas, dramáticas y novelescas, a cerca de los antecedentes y causas de la acción”, y también, “parte inicial en una composición (musical) en la que se presentan el tema o los temas que han de repetirse o desarrollarse después”. Para ambas interpretaciones, bien sea una secuencia temporal o una minuta discursiva, se expone un elemento que habrá de permanecer a lo largo del libro: la lengua como un medio o cuerpo con el cual viajar por el mundo.
Siguiendo con el mito bíblico, en el cual Adán fue encargado de nombrar, primero, los vegetales y, luego, la fauna, la segunda parte del libro es un “Bestiario” que describe algunos animales con la misma curiosidad y asombro con que lo haría un niño al descubrirlos en el jardín de su casa. En esta serie, el enunciante equipara observación no invasora con silencio (“soy silencio expectante”), mientras que el movimiento de los animales es quien engendra el espacio (“su vuelo es el conjuro a las mil rutas”, “Moscas”) y el sonido que emiten invita a compartirlo (“girando / mi cuerpo pende de un hilo/ … me uno a esa jauría sin rumbo”, “Pájaros”).
Si en la primera parte el gozo del cuerpo era clandestino (tal como ha sido tradicionalmente en la sociedad occidental): “Aunque su sabor / lo compren en Drutumbia / y lo vendan en Hisbonia / yo, en la noche, / lo trafico por tu boca”; ahora son los animales los que se ven marginados a las sombras, al subsuelo, a la noche o al sueño, ya que las características descritas en ellos tienen un paralelismo con el instinto sexual que debe ser reprimido: tanto el excremento como la cópula atraen a las moscas, la voracidad carnívora es propia de los tiburones, y el movimiento que se enlaza al cuerpo y lo embriaga en una danza erotizante, tanto de peces como de pájaros.
No hay símbolo más representativo de nuestra época que la televisión y, para muchas personas, es la única manera de apreciar la naturaleza. Pero la televisión, o los tiburones en ella, están a punto de devorar al espectador pasivo: “se asoman, / se asoman: / me huelen”. Llama la atención que ese mismo poema tenga una clara alusión al acto sexual: “Al calor del vino siento abrirse una herida / suave herida: / olor a sangre y a Cantar de los cantares”, pero metaforizado en la poesía: “He cantado, / he cantado toda la noche”. También en el poema titulado “Peces”, se trastoca la jerarquía entre el cazador y la presa: “entre algas de luz / los peces instalan su urdimbre, / su urdimbre”. Todos los poemas de “Bestiario” (excepto “El cara de niño”) hablan de una pluralidad que acecha el orden establecido artificialmente por el ser humano; es un caos latente dispuesto a invadir la civilidad, ya sea el jardín de la casa, las calles o a través de esa “ventana del mar que da a mi cuarto” que es la televisión sintonizando Discovery Channel. Y hay un caso en el que la animalidad, en su peor rasgo, ha vencido a lo humano, es el poema “Nueve perros” que describe la ferocidad de la jauría, así como el maltrato que su dueño le brinda.
Las tres series restantes, “Tres poemas desde el centro”, “Dos poemas desde el balcón” y “Visitas”, presentan un recorrido que va de lo más abierto a lo cerrado o, dicho de otra manera, hablan del enunciante en el mundo, del enunciante contemplando el mundo y la condición íntima del mismo.
Si en la primera parte del libro la palabra hablada era seminal, en la tercera parte es el lenguaje escrito quien permite un contacto más íntimo con el entorno, pues su perdurabilidad alude a la memoria. De hecho, todo lo que circunda al enunciante parece solicitar ser leído en silencio: así, en el desencuentro amoroso se dice “yo recorro el códice de las lluvias, / te acaricio con la mano de los días, / mi voz oculta”, y en el paseo por la calle de las librerías: “Leo versos: / veo mis dedos siguiendo su rastro. / En silencio / leo mi rostro en su trazo”.
Las dos primeras partes del poemario son adánicas, el antecedente primigenio, pero las tres últimas son de una actualidad pasmosa. Cuando el individuo tiene que estar constantemente apelando a sí mismo para tomar conciencia de su realidad tangible, debido a la atracción de la virtualidad, se vuelven necesarios términos como “ahora”, “hoy”, “estoy” o “aquí”. Es también la actualidad en la que se han suprimido las responsabilidades respecto del otro y las racionalizaciones se vuelven difusas, tornándose las relaciones interpersonales en un elemento lúdico, como si el ser humano se encontrara en manos del azar. Condición esta última de la que sólo puede redimirnos la poesía, la única capaz de integrar nuestras percepciones sensoriales en un todo coherente: “y porque extiendo mi voz puedo sentirlos / en ese momento de espuma / de rocas / de remolinos, / y porque extiendo mi voz me quedo / en ese momento en que mirándonos / no sabemos”.
El hombre o la mujer de estos poemas tienen conciencia de su condición ínfima ante el tiempo y la muerte: estacionar el fluir de los hechos sólo es posible mediante el sueño (“que tiene para sí todos los pájaros”) o la poesía, de esto último da cuenta el poema “A mi abuelo Jesús”. De tal manera que la dinámica contemporánea, la mía, la de las calles que todos cruzamos a ritmo de semáforos, la que nos enceguece, nos mutila y nos vuelve sordos, la que pareciera haber corrompido los cuerpos, encuentra su emancipación en el paladeo del carácter frutal de la palabra en La casa del primer día.
miércoles, 27 de agosto de 2008
La paga de los soldados (Fragmento)
Donald Mahon yacía plenamente en su cama movible, consciente de la primavera invisible y olvidada, del verde que invadía el mundo no recordado ni olvidado. Al poco tiempo, la nada en que vivía lo envolvió de nuevo, pero no completamente. Era como un mar al que no podía entrar del todo, pero del que tampoco podía desprenderse por entero. El día se había hecho tarde y la tarde, crepúsculo y noche inminente; la noche, como un barco de velas color cera, soñaba obscuramente con el mundo navegando hacia la obscuridad. De repente descubrió que estaba pasando de un mundo obscuro, en el que había vivido tanto tiempo que no podía recordar, hasta un día luminoso que había pasado ya, que ya había sido gastado por los que vivieron, lloraron y murieron; pero así, recordándolo, aquel día fue suyo solamente; el único trofeo que había podido arrancar al tiempo y al espacio. Per ardua ad astra.
"No creía que pudiera cargar tanto combustible", pensó con una ubicuidad sin sorpresa, mientras dejaba atrás una obscuridad que no recordaba por un día que había olvidado hacía mucho tiempo, descubriendo que el día, su día, su día familiar, se estaba aproximando al mediodía. "Deben de ser las diez de la mañana porque el sol está casi encima de mi cabeza a varios grados detrás de mí, porque puedo ver la sombra de mi cabeza cortando en dos, familiarmente, la mano que maneja la palanca de control. También veo la sombra del marco de la cabina que sostiene la mica del parabrisas posterior, sobre mis piernas, mientras el sol cae directamente sobre mi otra mano, que yace inútil sobre el borde del fuselaje." Incluso la deteriorada ala inferior, estaba parcialmente cubierta por la sombra del ala superior.
"Sí, deben de ser las diez", se dijo con un agradable sentido de la familiaridad. Muy pronto tendría que ver el reloj y saber exactamente qué hora era, pero ahora… Con la pericia que da la práctica y la costumbre, oteó el horizonte con una sola mirada breve, abarcando de paso la bóveda del cielo, inclinándose ligeramente para ver hacia atrás. Todo limpio. No había señales del enemigo. Las únicas naves visibles estaban muy lejos, hacia la izquierda –algún grupo de aviones de observación o aparatos de combate, haciendo ejercicios de artillería; una mirada experta reveló un par de aviones de patrulla que volaban por encima de ellos y sabía que, sobre éstos, volaban otros dos aviones patrulla.
"No estaría de más echar una mirada", pensó, sabiendo instintivamente que eran alemanes, calculando in mente, si podría o no llegar a terreno seguro antes de que le vieran y a tiempo para que las patrullas protectoras lo ampararan. "No, creo que no", se dijo por fin. "Mejor será que regrese. El combustible escasea", determinó fijando la mirada en la aguja de su compás.
Frente a él y a la derecha, lejos, lejos, lo que había sido Ypres parecía una grieta sangrienta en una vieja llaga; alrededor había otras llagas brillantes, violáceas, como las que aparecen en un cadáver al que no permiten que acabe de morir… Pasó por encima de las llagas, solitario y remoto como una gaviota.
Entonces, repentinamente, un viento helado pasó sobre él. "¿Qué será?", se preguntó. Era que el sol había sido repentinamente velado. Sin embargo el mundo a sus pies estaba vacío, y el cielo, lleno de la perezosa luz de la primavera. Pero no obstante, el sol que había caído directamente sobre él, había sido eliminado como por una mano que limpiara el firmamento. En el momento en que se dio cuenta de esto, maldiciendo su estupidez, se dejó caer en picado, inclinándose un poco hacia la izquierda. Cinco cuerdas de vapor, pasaron entre los aviones más altos y los más bajos, apuntando todas a su cuerpo; después dos golpes precisos en la base del cráneo y la visión le fue arrebatada como si alguien hubiera oprimido un botón con ese fin. Su mano, guiada por la práctica, alzó la máquina y su misma mano, temblando entre las palancas, halló el botón de la ametralladora. Desde las sombras disparó hacia la suave mañana vibrante y veteada ante la inminencia del mes de marzo.
Su vista relampagueó de nuevo, como si fuera una lámpara eléctrica con los contactos flojos; vio una serie de agujeros perforando el fuselaje de su aparato, como una viruela maravillosa, y mientras se elevaba más y más, disparando la ametralladora hacia el cielo, una de las carátulas del tablero de instrumentos estalló con un chasquido breve. Sintió el fuego en su mano, vio abrírsele el guante, vio sus huesos desnudos. Después la vista falló otra vez y se sintió sacudido y lanzado, cayendo, cayendo hasta que repentinamente un cinturón le apretó el abdomen. Entonces notó que algo le roía su hueso frontal, como ratones que mordieran y desmoronaran.
–Te romperás los malditos dientes si caes ahí –se dijo abriendo los ojos.
El rostro de su padre colgaba sobre él en la penumbra, como el de un César asesinado.
Conoció de nuevo la visión y supo de una nada inminente más profunda que cualquier otra de las que había conocido, mientras admiraba la noche, como un barco con velas color cera entre la tormenta, navegando por encima del mundo, poniendo lentamente la proa hacia un mar inconmensurable.
–Así fue como sucedió –dijo mirándolo.
jueves, 14 de agosto de 2008
Vieja a los 45
(Fragmento de la nota "De Tulum, la mujer más antigua del continente americano",
publicada por Milenio Diario el 13 de agosto)
jueves, 31 de julio de 2008
Para recordar a Alejandro Aura
Se nos salieron las lágrimas
cuando vimos sucio
lo blanco de nuestros ojos.
¿Qué transparencia queda ahora
para mirar el amor?
¿Cómo he de llegar
llorando mugre
a las sábanas blancas
de mi amada?
Yo me robé un par de versos suyos, hace algunos años, para promocionar un concurso de poesía con el que pretendí hacer más dulce la pelambre de mi pueblo. Hoy sé que no lo conseguí, pero el esfuerzo valió la pena: alguna cana se habrá liberado, fingiéndose pelo de tigre por los aires, y habrá devuelto su humedad a nuestra sonrisa.
Vale la pena leer los poemas de Aura en los que el amor platónico se descobija y, en la friolera, salen a relucir los más íntimos sudores.
Querida Ninón Sevilla:
quiero decirte que después de todo no ha sido tan difícil vivir
como me parecía en aquellas tardes de domingo en el cine Lux;
claro que mi abuela no me enseñó a quererte
sino todo lo contrario
pero mi educación fue tan tonta que mejor sigo puesto en tus trajes de rumba
y en esa especie de turbante que le dio a mi vida, no sé por qué, la noción de la soledad.
Tarde o temprano se mueve el corazón por propio impulso
y va a dar derechito a su verdadero amor.
Porque nadie, Ninón, sabía moverse como tú; que lo digan mis ojos.
De nada me serviría ahora recordar los nombres de los nefastos galanes
que rodeaban las pistas en donde tú, en horas y horas de rodaje, tejiste la tela de araña donde cayó mi gusto para siempre;
ellos qué, ya se deben de haber muerto, o secado,
y nadie puede seguir cogiendo más allá de la muerte, Ninón.
Ahora que ya todo es fácil
no veo por qué callar los alaridos de mis recuerdos;
yo no volveré a vivir, ni tú tampoco,
de manera que es bueno lo que digo.
Tú eres lo que permanece,
en tus caderas tan movibles está puesta toda la eternidad que yo pueda manejar;
y el amor y el desamor a mi abuela,
y el amor y el desamor a mi padre y a mi madre,
y el amor y el desamor a mis mujeres
y el amor y el desamor a mis hijos
han estado marcados por la forma en que tú movías las nalgas, Ninón,
feliz de ser así,
Ayer, treinta de julio, Alejandro Aura no escribió más en su blog personal, en el que estuvo duro y dale contra el cáncer, "tú no me vences, yo te cojo", perpetuando sus teclazos contra una pantalla y contra mi librero.
martes, 29 de julio de 2008
Julio Galán imposible
Existe un Julio Galán imposible fijado para siempre en la imagen fotográfica donde, aún bello y joven, abraza a un muñeco-niño un instante antes de besarlo en la boca. Graciela Iturbide es la autora de esta fotografía abierta y sutilmente transgresora a la vez, donde, para quienes conocen la obra del pintor, pareciera revelarse una de las identidades centrales de este solitario hijo de Múzquiz, Coahuila, nacido en 1958 y tempranamente proyectado como un artista único en la internacional escena neoyorquina de los ochenta. En sus cuadros los muñecos, que casi eran sus hijos (Morelio era el preferido), protagonizan, repitamos el adjetivo, imposibles cenas o elegantes bailes. Por ellos, nosotros, los que nos apasionamos con el Julio Galán de genial intuición artística, con el Julio Galán conocedor de la pintura clásica, el arte popular y el barroco mexicano, por ellos, por sus muñecos, por sus pájaros atrapados, por sus cristos desolados acudiendo a otros cristos, por sus autorretratos, por sus niños de traje rojo y por sus signos secretos, nosotros, los admiradores sin remedio del Julio Galán de refinada técnica pictórica y valientes soluciones plásticas, sabemos de su infancia siempre presente, de su dulce, sinuosa, abigarrada, cruel manera de atravesar los inclementes paisajes, así parecía verlos, de la vida real.
¿Quién era Julio Galán? Obra y personaje se fundieron todo el tiempo, e incluso durante sus noches solitarias Galán vestía disfraces de su invención y hacía desfiles de modas para los cientos de muñecos de la colección adquirida con los anticuarios de Monterrey, Guadalajara, París y Nueva York. “Mi obra es un psicoanálisis”, dijo alguna vez, “refleja mi interior, es como un eco del pasado en mi memoria. También revela mis pensamientos secretos, mis deseos, mis miedos, el dolor y la muerte. El medio de la pintura me dio todas las posibilidades para explorar mi propia identidad, de seguir el anhelo existencial de reencontrarme conmigo mismo”.
“Era mucha la violencia”
Tal vez porque al final máscaras y disfraces terminan mostrándolo todo, no falta quien hable calurosamente sobre un “Julio” entrañable, casi amigo, como ocurre en algunos blogs o en el propio recinto de la exhibición donde, hace poco, una empleada preguntaba si se había terminado el catálogo de “Julio” sobre la retrospectiva itinerante del Antiguo Colegio de San Ildefonso organizada como homenaje póstumo por el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO). Pero, volviendo a la infancia, en una entrevista de Silvia Cherem contenida en el catálogo, Galán se muestra elocuente respecto a su niñez marcada por un padre a quien llegó a detestar y una madre maltratada, incapaz de expresar amor. “Era mucha la violencia, la traición y el desamor” vividos en el pequeño pueblo norteño donde estuvo hasta los diez años, y donde él se sintió abusado no físicamente sino “del coco”. Cuenta cómo la madre solía jugar a disfrazarse, a ponerse innumerables joyas. Por eso, tal vez, “me gusta ser otras personas, inventar historias e imaginar que no soy yo”. Del abuelo materno, cuenta, heredó el amor por las antigüedades y por lo bello. Y así continúa, refiriendo los sucesos que alimentaron su efervescente, tortuosa, anhelante y dolida imaginación.
En su caso obra y vida son, más evidentemente que en otros artistas, una sola pieza extraordinariamente pulida. Cada cuadro era, así lo pensaba, un capítulo de su vida. En el catálogo su promotor y galerista en Monterrey, Guillermo Sepúlveda, curador de la muestra, cuenta cómo Julio (sí, “Julio”) estalló en llanto después de mostrarle sus primeras obras, a los 19 años. Luego llenaba el vacío pintando otra tela. No bien escribo esto, al teatro de la memoria acuden imágenes de esa madre involuntariamente coautora de su obra, a saber: 1) La madre vestida de china poblana, inmensa y casi majestuosa, junto a un ratón minúsculo en ¡Quién te manda! 2) Un niño abrazando a la madre distante, con garras en lugar de manos, rehusando a corresponderle. Galán se fue a Nueva York en 1984. Ahí le llevó un retrato de su hermana a la diseñadora del vestido usado por la modelo. La mujer compró la obra y muy pronto lo presentó con Andy Warhol, Julian Schnabel y Francesco Clemente, entre otros artistas. La galerista Annina Nosei transformó su vida difundiendo su obra, así como el coleccionista y crítico Francesco Pellizi. Murió el 4 de agosto de 2006, debido a un derrame cerebral. Tenía casi 48 años.
jueves, 24 de julio de 2008
"Naufragios", de Jesús Barquet
En charla de sobremesa, Tomás nos ha insistido en el placer que le brindó el libro de Barquet titulado Naufragios y, con un golpe de suerte, me lo he encontrado en la red.
http://www.palabravirtual.com/pdf/naufragios_barquet.pdf
Aquí un fragmento:
La noche es lo mejor de New México.
Aventaja al ocaso por su mayor duración
y porque, borrándose ella,
no necesito yo borrarla,
borrarme.
lunes, 21 de julio de 2008
Presentación, HOY
(EN LA CALLE DE DONCELES)
Al reverso del sol
como perderse al fin
y escuchar el decir de campanadas,
llego a la calle de los libros
(embocadura del día)
las tiendas desmantelan su luz.
En mi camino, cruce de sombras,
una reunión de pirámides no avanza.
Busco la serpiente,
lengua que despierta entre líneas,
leo versos:
veo mis manos abriendo la hierba;
busco el tiempo que desciende
sobre cráneos y rocas
lo que alimenta al campo,
a la sangre encerrada.
Leo versos:
veo mis dedos siguiendo su rastro.
En silencio
leo mi rostro en su trazo.
Raíz de otra noche este día.
Salgo de la tienda con un libro.
Hay viento:
un conjunto de árboles me calla.
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