(Fragmento)
Malú Huacuja del Toro
Cuando me llamaba por teléfono el periodista cultural Luis Enrique Ramírez para quejarse de que Elena Poniatowska lo tenía encerrado escribiéndole a ella sus libros y sus reportajes en una casa adjunta a la suya y controlando cuánto dinero se gastaba él hasta en el pesero, yo no quería creerle. No porque sonara inverosímil, pues Luis Enrique era buen narrador y cuando me explicaba que había pasado meses en un centro de rehabilitación “de quinta” en el que le pegaban y le gritaban “¡Arrepiéntete, drogadicto!”, o que Poniatowska lo había metido en ese centro de atención gratuita para ahorrarse dinero mientras que entre sus amistades se vanagloriaba de su generosidad, no escatimaba esfuerzos en hacerme reír detallando los regaños de la autora de Hasta no verte, Jesús mío cuando él pedía más dinero del necesario para el pasaje y ella pensaba que se lo iba a gastar en drogas. Pero, a fin de cuentas, a mí me parecía que Luis Enrique había conseguido trabajo en el periódico que ella codirige no sólo por sus aptitudes profesionales sino también por las infidencias que le había contado de sus críticos, entre las cuales muchas me constaba que eran infundios. Después de su proceso de rehabilitación y de su reclusión en una de las casas de Poniatowska, Luis Enrique ya no tenía amigos. Pero los había tenido. A todos nos había pagado igual (mal) y ahora nos buscaba para quejarse de la carcelaria que lo tenía a tiempo completo de escribano personal, maquilándole el trabajo y contándole los centavos del camión. Por un cariño atávico me daba lástima su situación; sin embargo, por protección personal yo ya no le contaba mucho de mí ni confiaba en lo que me dijera.
Aunque el retrato que Luis Enrique Ramírez hacía de ella presentaba ciertas coincidencias con la versión novelada de Enrique Serna en El miedo a los animales respecto a su doble personalidad y su intransigencia, no sólo no me convencían del todo ninguno de los dos (Serna, para escribir ese libro, al igual que Enrigue, había aprendido mucho de Crimen sin faltas de ortografía y nunca le reconoció ni un certificado de maternidad, aunque fuera adoptiva o de madre desobligada y abandonadora, por ejemplo), sino que no me importaba.
Pero el escritor y divulgador científico Luis González de Alba no es Luis Enrique Ramírez. Cuando fue corrido del periódico La Jornada tras demostrar que Poniatowska se había plagiado aspectos de su libro Los días y los años, era difícil no creerle. La legitimidad de su demanda fue avalada por la todavía más sospechosa cadena de doctorados honoris causa que empezaron a reproducirse solos para Elena Poniatowska en cuanta universidad se dejara, y la aparición de otro “entrevistador” con un libro de su vida (Me lo dijo Elena Poniatowska, de Esteban Ascencio, Ediciones del Milenio, 1997), tan inevitablemente interpretado como un intento por limpiar su empañada imagen. (El tiro salió por la culata después: por ese libro, cuando Jesusa Rodríguez se autoproclamó fiscal moral de los cantautores Serrat y Sabina por cenar con Calderón, se supo que tanto Elenísima como Jesusa cenaban con Salinas de Gortari: la propia Poniatowska relata la [es]cena.)
El texto integro puede leerse en el número de mayo- julio de la revista Replicante
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